Barcelona, mayo 2010
En el patriarcado, todo el mundo está huérfano de madre
Victoria Sau
Cuando la madre antigua reverdece,
bello pastor, y a cuanto vive aplace
Lope de Vega
La madre como elemento determinante de la sociedad.
Con la sentencia ‘dadme otras madres y os daré otro mundo’, San Agustin ponía de manifiesto cuál era el punto débil de su proyecto de sociedad, y la necesidad que tenían de cambiar de una vez por todas a las madres. Cambiar a las madres para vencer a la naturaleza humana y su predisposición a organizarse y a vivir como lo había hecho durante mucho tiempo, sin dominio ni esclavitud, en paz y en cooperación (1). Nuevas madres para reproducir los filia continuadores de las empresas guerreras, humanos aptos para hacer la guerrao para ser esclav@s. No se podía hacer este mundo sin cambiar a la madre.
La sociedad patriarcal se levantó sobre un matricidio, acabando con las generaciones de mujeres con cuya desaparición desapareció también la paz sobre la Tierra (Bachofen). Y esta es la civilización que hoy todavía perdura, sin cesar de destruir la vida y de corromper la condición humana, más competitiva, más fratricida, más guerrera y más despiadada que nunca. Desde mi punto de vista, no es la economía lo que está en crisis, sino el modelo de civilización. La encrucijada en la que se encuentra la humanidad, lo que tenemos planteado, si es que queremos acabar con este mundo de dominación y sobrevivir, es la recuperación de la verdadera madre, y con ella las cualidades básicas de los seres humanos, que nos capacitan para el entendimiento (y nos incapacitan para el fratricidio).
Recuperar la madre verdadera es recuperar el entorno que la rodea, su habitat; Bachofen acuñó una palabra en alemán para definirlo: el Muttertum, hecha con el sufijo ‘tum’ (equivalente al ‘dom’ inglés) que significa el sitio, el lugar de la madre. Pero no es solo un espacio físico, sino un conjunto de relaciones trabadas con su fluido libidinal específico: el fluido femenino-materno, al hálito materno (2), porque las producciones de nuestro sistema orgánico libidinal, diseñado para organizar las relaciones humanas, son la materia prima del tejido social humano original. El Muttertum es entonces como la urdimbre de la tela social, como lo llamó en su preciosa metáfora Martha Moia (3): un conjunto de hilos, porque un hilo solo no hace urdimbre. Recuperar la madre verdadera entonces supone recuperar el colectivo de mujeres y su función colectiva dentro de un grupo social determinado. La recuperación de la madre no es una recuperación individual (aunque tenga una dimensión individual y corporal), sino la recuperación del femenino colectivo, del nosotras. Según Malinowski (4), las mujeres trobriandeses de un clan tenían un nombre colectivo, tábula; la tábula era la que atendía el parto de las mujeres del clan.
En castellano hay una acepción de ‘madre’ que es un vestigio de la madre ancestral, como lo de ‘salirse de madre’, que sería salirse del Muttertum que nos hace madurar y ser consistentes; también una acepción como fuente originaria de algo (‘la madre del vinagre’); o como la raíz de algo (cuando decimos que hemos dado con ‘la madre del cordero’). Si un río se sale de madre, todo se inunda y es el desastre. Pues así andamos la humanidad, salidos de madre, en permanente estado de esquizofrenia y cada vez con más brotes de violencia (Deleuze y Guattari, Laing).
Dice Ernest Borneman (5) que el surgimiento del patriarcado fue una contra- revolución sexual, en la que tuvo lugar la pérdida de los hábitos sexuales de las mujeres (désaccoutumance sexuelle en la versión francesa del libro); que sólo pudieron someter a las mujeres desposeyéndolas de su sexualidad, lo cual es consistente con los mitos originales de los héroes solares y santos que matan al dragón, a la serpiente o al toro. El rastro de estos hábitos sexuales que nos llegan a través del arte y de la literatura, es muy importante porque nos da una idea de lo que se llevó por delante la contra-revolución sexual.
Un lugar común de los hábitos perdidos son los corros femeninos y danzas del vientre universalmente encontradas por doquier, desde los tiempos más remotos (pinturas paleolíticas como las de Cogull (Lérida) o Cieza (Murcia), cerámica Cucuteni del 5º milenio a.e., arte minoico, etc.), que nos hablan de una sexualidad autoerótica y compartida entre mujeres, de todas las edades, desde la infancia. De entre los testimonios escritos, cito la letrilla de Góngora sobre las mujeres que habitaban nuestras serranías todavía en el siglo XVI, y que se reunían para bailar:
No es blanco coro de ninfas
de las que aposenta el agua,
o las que venera el bosque
seguidoras de Dïana;
serranas eran de Cuenca
(honor de aquella montaña),
cuyo pie besan dos ríos
por besar de ella las plantas.
Alegres corros tejían
dándose las manos blancas
de amistad, quizá temiendo
no la truequen las mudanzas.
¡Qué bien bailan las serranas!
¡Qué bien bailan!
Estas serranas, como las llamadas amazonas en otros lugares del mundo, eran mujeres que se iban a vivir al monte para preservar sus hábitos sexuales. Durante siglos, y enlazando con reductos del antiguo ‘paganismo’, sobrevivieron entre la complicidad y la calumnia (como la del romance de la Serrana de la Vera, que presenta a las serranas como salteadoras que secuestraban a los hombres para saciar su lascivia y luego matarlos). Pero la realidad podía más que toda la deformación, calumnia y mitología junta, y su existencia contaminaba a las demás mujeres que se escapaban de las aldeas por las noches para juntarse con ellas. En el siglo XVII se desató como es sabido una campaña de exterminio contra estas mujeres, y pasaron a la historia convertidas en brujas.
La naturaleza sexual de los juegos y corros femeninos ha sido también estudiada a través de las letras de sus canciones que han llegado hasta nuestros días (6) El hábito cotidiano de las mujeres de juntarse ‘para bailar’ y para bañarse es ancestral y universal, y nos acerca a vislumbrar el espacio colectivo de mujeres, impregnado de complicidad y basado en una intimidad natural entre las mujeres que hoy sólo prevalece en algunos lugares recónditos lugares del mundo. Hay pueblos de África en los que las mujeres todavía se reúnen por las noches para bailar (bailes claramente sexuales, como se puede ver en el reportaje fotográfico de Antonio Cores de las Nubas, tribu de Sudán (7)). La imagen de las mujeres del cuadro El Jardín de las Hespérides de Frederick Leighton (siglo XIX) es otro vestigio de esa relación de
complicidad y de intimidad entre mujeres.
Los hábitos sexuales de las mujeres nos remite a la sexualidad no falocéntrica de la mujer; a la diversidad de la sexualidad femenina, y a su continuidad entre ciclo y ciclo, entre una etapa y otra. Una sexualidad diversa y que se diversifica a lo largo de la vida, cuyo cultivo y cultura hemos perdido.
En el siglo pasado, el matrimonio Masters y Johnson (8) daba a conocer un resultado de sus investigaciones aparentemente sorprendente: anatómica y fisiológicamente el útero estaba diseñado para realizar 50 orgasmos consecutivos; por su parte, el Dr. Serrano Vicens (9), que realizaba una investigación sobre la sexualidad de la mujer en esa época, encontraba 35 mujeres que desarrollaban dicha capacidad orgásmica habitualmente. Ernest Borneman enseguida relacionó este dato con su punto de vista sobre el patriarcado como una contra- revolución sexual. La dificultad de entender lo que dice Borneman se debe a la noción que actualmente tenemos de la sexualidad, que nos presenta la capacidad orgásmica de la mujer descontextualizada de una sexualidad natural. Para entenderlo tenemos que re-contextualizarla en el modo de vida en el que se desarrollaba con normalidad.
Vivimos en un ambiente en el que nuestro sistema libidinal humano, diseñado filogenéticamente para trabar las relaciones humanas, esta congelado. Hoy las madres viven lejos de sus hijas y las abuelas vamos de visita a ver a l@s niet@s; la persona de la familia que nos echa una mano si enfermamos vive en la otra punta de la ciudad, y a penas conocemos al vecino o la vecina del rellano; l@s ancian@s son atendid@s por mano de obra barata de inmigrantes, y a menudo mueren solos en sus viviendas o en residencias; el mercado laboral obliga a las mujeres a dejar a sus criaturas también al cuidado de una inmigrante o en la guardería... etc. etc.. En definitiva, vivimos en ciudades, en las que estamos tod@s junt@s pero como desconocid@s, las calles llenas de gente que pasan unas al lado de otras como extrañas. Y sin embargo, la vida ha diseñado un sistema de producciones libidinales para mantenernos unid@s de verdad: las pulsiones amorosas, los sentimientos, la ternura, la caricia, el deseo de darse y de deshacerse en l@s demás, la gratitud como sentimiento de reciprocidad, los sentidos, la percepción del placer, el gusto por los besos y los abrazos, la capacidad orgásmica, el enamoramiento, los fluidos sexuales, las hormonas del amor, del cuidado y de la complacencia, etc., en fin, todo, absolutamente todo lo necesario para hacer una raigambre de sentimientos amorosos en la que cada persona participa con sus propias raíces; una raigambre que traba las relaciones humanas en base a la confianza, a la complicidad y a los sentimientos de empatía y de apego, las relaciones entre hermanas y hermanos. Todo para enamorarnos de los bebés y para que su cuidado se convierta en nuestro afán y en nuestro placer; para que los sentimientos echen raíces formando agrupaciones humanas de interacción amorosa y cooperativa, con producción abundante de generosidad, hospitalidad y sentimientos de gratitud para la correspondencia al derramamiento de l@s otr@s; grupos de seres humanos consistentes, no manipulables, fieles y leales a sus sentimientos para con su entorno, sus propias raíces enlazadas con las
raíces de sus herman@s. Así el cuidado de l@s demás, de l@s niñ@s, de l@s viej@s y de l@s enferm@s sólo sería un producto de los sentimientos que se realizaría amorosamente y no como un trabajo ingrato o mercenario. Pero nuestra sociedad está hecha para la competitividad y la dominación y tiene el sistema libidinal congelado; las relaciones humanas se establecen contractualmente al arbitrio del dinero, sin empatía libidinal. Dirán que para eso están los expertos que conocen las técnicas y los métodos para hacer las cosas. Como si nos diera igual que nos cuidase nuestra madre, o nuestr@s hij@s, un ser querido de nuestra confianza y de nuestra intimidad, o una persona desconocida.
En este contexto tenemos el concepto de sexualidad asociado, por un lado, a este estado de estagnación de la energía sexual, y por otro, a unas descargas periódicas directas de la carga acumulada, que además se vinculan a la práctica del coito, en la cual el deseo es cada vez más secundario e irrelevante; porque en el estado de congelación general del sistema libidinal, los encuentros amorosos también se institucionalizan y se convierten en contrato o pacto. Sin embargo, la sexualidad humana no es sólo coital, y tiene poco o nada que ver con la práctica del sexo sin deseo. Sabemos que los niveles de oxitocina suben en una reunión de amigas, o en una comida familiar de esas en las que nos sentimos a gusto. Y que las descargas más altas de oxitocina en la vida de una mujer se producen inmediatamente después del parto. También sabemos que los picos no aparecen por arte de magia, sino que todo es un continuum de procesos a lo largo de la vida y que unos son la preparación de los que vendrán después.
Por un lado nuestro modo de vida impide la continuidad de los procesos, y por otro la represión se centra en los picos, en las puntas del iceberg que ponen en evidencia el sistema general destruido. El deseo materno se captura antes de producirse para deformarlo y se le convierte en un deseo coital y edípico prohibido (Deleuze y Guattari) mientras que la noción general de la sexualidad es capturada y colonizada por la pornografía y la práctica del sexo sin deseo (tecnosexolgía). En esta situación, como digo, la capacidad orgásmica femenina estudiada por Masters y Johnson aparece descontextualizada, y sólo se puede asociar a una especie de orgía permanente o, como en un reciente artículo del New York Times (10), a la actividad sexual de las hembras bonobos que al parecer se pasan el día copulando. Sin embargo, los hábitos sexuales ancestrales de las mujeres nos muestran un desarrollo bien diferente de la energía sexual en la vida cotidiana, maternidad incluida. Las mujeres micénicas pintaban en los cántaros con los que iban a diario a por agua, unos pulpos con sus tentáculos ondeando y abrazando toda la panza de la vasija, emulando el recorrido del placer sobre sus cuerpos, como una humilde muestra de la integración del placer en la vida cotidiana.
El estudio de Serrano Vicens da un indicio de la naturaleza de la sexualidad de la mujer que todavía existía en los años cincuenta del siglo pasado en nuestro país, pese a la situación existente de individualización y de sometimiento al varón: en él se descubre que las mujeres se iniciaban en la sexualidad desde muy temprana edad, con juegos compartidos con otras niñas, siendo el autoerotismo y las relaciones lésbicas integradas en la vida cotidiana, algo muy habitual todavía en la España de aquellos tiempos. Las relaciones coitales sólo eran un aspecto más de sus vidas sexuales; y aquellas que más gozaban de su sexualidad, incluida la sexualidad coital, eran las que la habían desarrollado de manera diversificada y desde la infancia.
2.- La maternidad y la sexualidad femenina.-
La historia de la humanidad se divide en dos: antes y después del patriarcado; antes y después de las sociedades esclavistas. Entre una y otra parte de la historia humana, hay una discontinuidad en la noción de las cosas, de los conceptos y de los símbolos. Esta discontinuidad es perfectamente detectable, pero requiere de un esfuerzo especial porque ha sido sutilmente borrada en los medios de transmisión de los conocimientos, y la nueva noción de las cosas se asienta sobre un magma dogmático que nos cierra las puertas a la noción verdadera y genuina de la vida. Este dogma conceptual básico (Ruth Benedict (11)) presenta al ser humano arquetípico, como un ser dominador predispuesto para la guerra y para desplegar una capacidad y una voluntad de dominio supuestamente innatas (Amparo Moreno (12)). Intimamente unida a la noción de este arquetipo humano, tenemos una falsa noción de la madre y de la sexualidad humana.
La primera noción perdida es que la verdadera maternidad es un despliegue de nuestra sexualidad, y que la eliminación de la función social de la madre tiene una dimensión corporal y orgánica importantísima. Esta dimensión corporal del matricidio no es otra cosa que la contrarrevolución sexual que dice Borneman. La enemistad de la mujer con la serpiente (la pérdida de sus espacios y de hábitos sexuales) y su consecuencia, el parto con dolor, fueron –y son- claves para establecer la dominación del hombre sobre la mujer.
La asociación estadounidense Orgasmic birth, the best kept secret (Parto orgásmico, el secreto mejor
guardado) (13), está divulgando un documental con diversos partos orgásmicos, mostrándonos lo que ya había referido Juan Merelo Barberá (14) y otros estudios@s de la sexología del siglo pasado, sobre el orgasmo en el parto (Shere Hite, Masters y Johnson, Kinsey, etc.). El útero está diseñado para realizar 50 orgasmos consecutivos y para realizar el proceso del parto de manera placentera, sin violencia y sin dolor. Las llamadas ‘contracciones’ del parto deberían ser latidos: movimientos suaves de los potentes músculos de la bolsa uterina, que se encogen y se distienden, y se vuelven a encoger y a distender, rítmicamente; un movimiento ameboide con el que desciende el feto hacia la salida, al tiempo que los músculos circulares de la bolsa uterina relajan su función de cierre.
En ciertas regiones de Arabia Saudita, hoy todavía las mujeres forman corro alrededor de la parturienta bailando la danza del vientre, hipnotizándola con sus movimientos rítmicos ondulantes para que también ella se mueva a favor del cuerpo en lugar de moverse contra él. (15) Este es un ejemplo claro de la relación entre los hábitos sexuales perdidos en la contra-revolución patriarcal y el parto. En las auténticas danzas del vientre, los movimientos del vientre y de la pelvis están impulsados por la pulsión sexual, valga la redundancia, y se mueven acompañando el movimiento del útero.
Juegos y bailes en corro y danzas del vientre en la infancia, en la adolescencia y en la adultez, autoerotismo, intimidad y complicidad femenina, sexualidad coital y parto orgásmico. Así es la sexualidad de la mujer, diversa. La sexualidad de nuestro cuerpo no tiene como única orientación el falo. El falo-centrismo ha sido una consecuencia de la falocracia, de la dominación, que se impuso con la aparición de las sociedades patriarcales esclavistas.
Es preciso también mencionar la lactancia, un periodo importantísimo de la vida sexual de las mujeres. Ruth Benedict (16) contaba que hacia los años 30 del siglo pasado, las autoridades sanitarias japonesas quisieron promover el destete de la mujer a los 8 meses del parto, en una sociedad en la que la lactancia era muy prolongada y reconocida como un estado de gran placer para la mujer. Hicieron campañas con supuestos argumentos científicos para convencer a las mujeres de que era lo mejor para sus bebés. Pero aunque las convencían de que el destete era lo mejor para los bebés, no las podían convencer de que era lo mejor para ellas, y no estaban dispuestas a renunciar a dicho placer. En la época en que escribía el libro, Benedict decía que la campaña de destete a los 8 meses estaba siendo un fracaso. En Japón, cuenta Michael Balint (17) el amor materno es un concepto muy específico, y tiene su reconocimiento semántico: el amaeru. Según Balint, el amaeru o amor primal, se caracteriza por tener la mayor carga libidinal de la vida humana, porque es un amor para promover el deseo de un estado permanente de simbiosis.
La fisiología nos explica que la lactancia también es una parte de nuestro sistema sexual (18); la eyección de la leche cuenta con un dispositivo interno en la mujer, que se activa con la pulsión sexual y la consiguiente descarga de oxitocina; y al encajarse la oxitocina en sus receptores situados en las fibras mioepiteliales que recubren los alveolos de los pezones, pone en marcha su latido, el movimiento de contracción-distensión que bombea y eyacula la leche. Es el mismo dispositivo que tenemos las mujeres también para eyacular el flujo vaginal para el coito o para el trabajo del parto; el mismo dispositivo también en los hombres para bombear y eyacular el semen almacenado en la vesícula seminal. Es decir, es un dispositivo del sistema sexual, que se activa con la pulsión sexual, y que por eso se puede poner en marcha con una sola mirada de amor verdadero. El mapa de la ubicación de los receptores de oxitocina es el mapa de las principales zonas erógenas de la mujer, y explica la relación que el movimiento expansivo del placer establece entre ellas.
Se ha encontrado que la densidad de los receptores de oxitocina en las fibras musculares del útero es variable, y aumenta con la actividad sexual (19). Esto explicaría la función que tienen las pulsiones sexuales en la infancia (que si se producen es por algo y no son aberración alguna): la de desarrollar y hacer madurar los órganos sexuales. La sexualidad es una continuidad de fenómenos psicosomáticos a lo largo de la vida de la mujer, en la que unos fenómenos preparan los siguientes; durante la infancia para preparar la pubertad y tener reglas placenteras, y durante la adolescencia para tener coitos, embarazos, partos y lactancias placenteras. Así por ejemplo durante el embarazo aumentan los receptores de los pechos para prepararse para la lactancia, y por eso durante el embarazo aumenta la erogeneidad en esa zona del cuerpo.
Dice Lea Melandri (20) que la negación de nuestra sexualidad es una violencia interiorizada, que empieza cuando a la niña se le niega el cuerpo materno, y ve su propio cuerpo a través del cuerpo negado para ella de la madre; entonces interiorizamos el paradigma de mujer a través del filtro de la mirada del hombre. Esta negación y violencia contra nosotras mismas es el resultado inmediato del falo-centrismo que aplasta la diversidad de nuestra sexualidad. La relación madre-hija sería en términos libidinales la fuente principal del Muttertum humano, y por eso su destrucción es el principal objetivo del diseño artificial de las relaciones humanas.
Nuestra incorporación a la vida pública y la igualdad de los derechos sociales, no puede hacerse haciendo tabla rasa de lo que somos, ni haciendo tabla rasa del matricidio. En nuestra sociedad no hay espacio ni tiempo para la madre verdadera; ni para la madre ni para la mujer. Somos diferentes a los hombres y nuestra sexualidad no se complementa unívocamente con la sexualidad masculina. Necesitamos el reconocimiento, el tiempo y el espacio social para la otra sexualidad. La verdadera pareja no es la heterosexual adulta, sino la pareja simbiótica, la díada madre-criatura en donde empieza y se desarrolla toda la vida y la sexualidad humana, masculina y femenina. Si la sociedad no se vertebra desde la madre, si no reconstruimos el Muttertum, el espacio y el colectivo femenino,seguiremos viviendo una sociedad desquiciada, fuera de madre.
Las mujeres hemos recuperado subjetivamente nuestra dignidad; y hemos necesitado reconocernos iguales para empezar a reconocer nuestra diferencia. Y el reconocimiento de la diferencia nos ha llevado a la mujer perdida y prohibida que tenemos que recuperar, y con ella a la madre que cada ser humano y la sociedad necesita. Hay que tender la urdimbre. Y también hay que tramarla.
3.- Tramar la urdimbre.-
La función masculina no es conquistar ni dominar el mundo, sino tramar la urdimbre humana. Tramar la urdimbre significa hacerla sostenible y consistente, es decir hacer el tejido. Es igualmente una función colectiva. No se trata de una paternidad individual ni de que los hombres hagan de urdimbre, al estilo de la tradición de la covada (21), tratando de arrebatar la función femenina; aunque ahora pueda parecer algo necesario debido precisamente a la falta de la función colectiva femenina. Sería algo así
como volver a la familia extensa pero sin relaciones de dominación de ningún tipo. No se trata tampoco de la vuelta al hogar tradicional: la actividad profesional de las mujeres debería hacerse desde la urdimbre lo mismo que la actividad profesional de los hombres desde la trama, y nadie tendría que conquistar nada ni dominar a nadie. Como se había hecho siempre, durante miles de años, en otras civilizaciones.
Eso sí, quizá necesitaríamos durante algún tiempo que resurgieran los Quijotes (22) y los Arturos para defender la serpiente (la madre, la sexualidad femenina) y mantener el estandarte del dragón; como también haría falta seguramente el resurgir de las amazonas, y quizá tantas y tan variadas cosas como las que tuvieron lugar durante la larga y tenaz resistencia que la humanidad opuso a esta civilización.
La Mimosa, febrero 2010
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La madre como elemento determinante de la sociedad.
Con la sentencia ‘dadme otras madres y os daré otro mundo’, San Agustin ponía de manifiesto cuál era el punto débil de su proyecto de sociedad, y la necesidad que tenían de cambiar de una vez por todas a las madres. Cambiar a las madres para vencer a la naturaleza humana y su predisposición a organizarse y a vivir como lo había hecho durante mucho tiempo, sin dominio ni esclavitud, en paz y en cooperación (1). Nuevas madres para reproducir los filia continuadores de las empresas guerreras, humanos aptos para hacer la guerrao para ser esclav@s. No se podía hacer este mundo sin cambiar a la madre.
La sociedad patriarcal se levantó sobre un matricidio, acabando con las generaciones de mujeres con cuya desaparición desapareció también la paz sobre la Tierra (Bachofen). Y esta es la civilización que hoy todavía perdura, sin cesar de destruir la vida y de corromper la condición humana, más competitiva, más fratricida, más guerrera y más despiadada que nunca. Desde mi punto de vista, no es la economía lo que está en crisis, sino el modelo de civilización. La encrucijada en la que se encuentra la humanidad, lo que tenemos planteado, si es que queremos acabar con este mundo de dominación y sobrevivir, es la recuperación de la verdadera madre, y con ella las cualidades básicas de los seres humanos, que nos capacitan para el entendimiento (y nos incapacitan para el fratricidio).
Recuperar la madre verdadera es recuperar el entorno que la rodea, su habitat; Bachofen acuñó una palabra en alemán para definirlo: el Muttertum, hecha con el sufijo ‘tum’ (equivalente al ‘dom’ inglés) que significa el sitio, el lugar de la madre. Pero no es solo un espacio físico, sino un conjunto de relaciones trabadas con su fluido libidinal específico: el fluido femenino-materno, al hálito materno (2), porque las producciones de nuestro sistema orgánico libidinal, diseñado para organizar las relaciones humanas, son la materia prima del tejido social humano original. El Muttertum es entonces como la urdimbre de la tela social, como lo llamó en su preciosa metáfora Martha Moia (3): un conjunto de hilos, porque un hilo solo no hace urdimbre. Recuperar la madre verdadera entonces supone recuperar el colectivo de mujeres y su función colectiva dentro de un grupo social determinado. La recuperación de la madre no es una recuperación individual (aunque tenga una dimensión individual y corporal), sino la recuperación del femenino colectivo, del nosotras. Según Malinowski (4), las mujeres trobriandeses de un clan tenían un nombre colectivo, tábula; la tábula era la que atendía el parto de las mujeres del clan.
En castellano hay una acepción de ‘madre’ que es un vestigio de la madre ancestral, como lo de ‘salirse de madre’, que sería salirse del Muttertum que nos hace madurar y ser consistentes; también una acepción como fuente originaria de algo (‘la madre del vinagre’); o como la raíz de algo (cuando decimos que hemos dado con ‘la madre del cordero’). Si un río se sale de madre, todo se inunda y es el desastre. Pues así andamos la humanidad, salidos de madre, en permanente estado de esquizofrenia y cada vez con más brotes de violencia (Deleuze y Guattari, Laing).
Dice Ernest Borneman (5) que el surgimiento del patriarcado fue una contra- revolución sexual, en la que tuvo lugar la pérdida de los hábitos sexuales de las mujeres (désaccoutumance sexuelle en la versión francesa del libro); que sólo pudieron someter a las mujeres desposeyéndolas de su sexualidad, lo cual es consistente con los mitos originales de los héroes solares y santos que matan al dragón, a la serpiente o al toro. El rastro de estos hábitos sexuales que nos llegan a través del arte y de la literatura, es muy importante porque nos da una idea de lo que se llevó por delante la contra-revolución sexual.
Un lugar común de los hábitos perdidos son los corros femeninos y danzas del vientre universalmente encontradas por doquier, desde los tiempos más remotos (pinturas paleolíticas como las de Cogull (Lérida) o Cieza (Murcia), cerámica Cucuteni del 5º milenio a.e., arte minoico, etc.), que nos hablan de una sexualidad autoerótica y compartida entre mujeres, de todas las edades, desde la infancia. De entre los testimonios escritos, cito la letrilla de Góngora sobre las mujeres que habitaban nuestras serranías todavía en el siglo XVI, y que se reunían para bailar:
No es blanco coro de ninfas
de las que aposenta el agua,
o las que venera el bosque
seguidoras de Dïana;
serranas eran de Cuenca
(honor de aquella montaña),
cuyo pie besan dos ríos
por besar de ella las plantas.
Alegres corros tejían
dándose las manos blancas
de amistad, quizá temiendo
no la truequen las mudanzas.
¡Qué bien bailan las serranas!
¡Qué bien bailan!
Estas serranas, como las llamadas amazonas en otros lugares del mundo, eran mujeres que se iban a vivir al monte para preservar sus hábitos sexuales. Durante siglos, y enlazando con reductos del antiguo ‘paganismo’, sobrevivieron entre la complicidad y la calumnia (como la del romance de la Serrana de la Vera, que presenta a las serranas como salteadoras que secuestraban a los hombres para saciar su lascivia y luego matarlos). Pero la realidad podía más que toda la deformación, calumnia y mitología junta, y su existencia contaminaba a las demás mujeres que se escapaban de las aldeas por las noches para juntarse con ellas. En el siglo XVII se desató como es sabido una campaña de exterminio contra estas mujeres, y pasaron a la historia convertidas en brujas.
La naturaleza sexual de los juegos y corros femeninos ha sido también estudiada a través de las letras de sus canciones que han llegado hasta nuestros días (6) El hábito cotidiano de las mujeres de juntarse ‘para bailar’ y para bañarse es ancestral y universal, y nos acerca a vislumbrar el espacio colectivo de mujeres, impregnado de complicidad y basado en una intimidad natural entre las mujeres que hoy sólo prevalece en algunos lugares recónditos lugares del mundo. Hay pueblos de África en los que las mujeres todavía se reúnen por las noches para bailar (bailes claramente sexuales, como se puede ver en el reportaje fotográfico de Antonio Cores de las Nubas, tribu de Sudán (7)). La imagen de las mujeres del cuadro El Jardín de las Hespérides de Frederick Leighton (siglo XIX) es otro vestigio de esa relación de
complicidad y de intimidad entre mujeres.
Los hábitos sexuales de las mujeres nos remite a la sexualidad no falocéntrica de la mujer; a la diversidad de la sexualidad femenina, y a su continuidad entre ciclo y ciclo, entre una etapa y otra. Una sexualidad diversa y que se diversifica a lo largo de la vida, cuyo cultivo y cultura hemos perdido.
En el siglo pasado, el matrimonio Masters y Johnson (8) daba a conocer un resultado de sus investigaciones aparentemente sorprendente: anatómica y fisiológicamente el útero estaba diseñado para realizar 50 orgasmos consecutivos; por su parte, el Dr. Serrano Vicens (9), que realizaba una investigación sobre la sexualidad de la mujer en esa época, encontraba 35 mujeres que desarrollaban dicha capacidad orgásmica habitualmente. Ernest Borneman enseguida relacionó este dato con su punto de vista sobre el patriarcado como una contra- revolución sexual. La dificultad de entender lo que dice Borneman se debe a la noción que actualmente tenemos de la sexualidad, que nos presenta la capacidad orgásmica de la mujer descontextualizada de una sexualidad natural. Para entenderlo tenemos que re-contextualizarla en el modo de vida en el que se desarrollaba con normalidad.
Vivimos en un ambiente en el que nuestro sistema libidinal humano, diseñado filogenéticamente para trabar las relaciones humanas, esta congelado. Hoy las madres viven lejos de sus hijas y las abuelas vamos de visita a ver a l@s niet@s; la persona de la familia que nos echa una mano si enfermamos vive en la otra punta de la ciudad, y a penas conocemos al vecino o la vecina del rellano; l@s ancian@s son atendid@s por mano de obra barata de inmigrantes, y a menudo mueren solos en sus viviendas o en residencias; el mercado laboral obliga a las mujeres a dejar a sus criaturas también al cuidado de una inmigrante o en la guardería... etc. etc.. En definitiva, vivimos en ciudades, en las que estamos tod@s junt@s pero como desconocid@s, las calles llenas de gente que pasan unas al lado de otras como extrañas. Y sin embargo, la vida ha diseñado un sistema de producciones libidinales para mantenernos unid@s de verdad: las pulsiones amorosas, los sentimientos, la ternura, la caricia, el deseo de darse y de deshacerse en l@s demás, la gratitud como sentimiento de reciprocidad, los sentidos, la percepción del placer, el gusto por los besos y los abrazos, la capacidad orgásmica, el enamoramiento, los fluidos sexuales, las hormonas del amor, del cuidado y de la complacencia, etc., en fin, todo, absolutamente todo lo necesario para hacer una raigambre de sentimientos amorosos en la que cada persona participa con sus propias raíces; una raigambre que traba las relaciones humanas en base a la confianza, a la complicidad y a los sentimientos de empatía y de apego, las relaciones entre hermanas y hermanos. Todo para enamorarnos de los bebés y para que su cuidado se convierta en nuestro afán y en nuestro placer; para que los sentimientos echen raíces formando agrupaciones humanas de interacción amorosa y cooperativa, con producción abundante de generosidad, hospitalidad y sentimientos de gratitud para la correspondencia al derramamiento de l@s otr@s; grupos de seres humanos consistentes, no manipulables, fieles y leales a sus sentimientos para con su entorno, sus propias raíces enlazadas con las
raíces de sus herman@s. Así el cuidado de l@s demás, de l@s niñ@s, de l@s viej@s y de l@s enferm@s sólo sería un producto de los sentimientos que se realizaría amorosamente y no como un trabajo ingrato o mercenario. Pero nuestra sociedad está hecha para la competitividad y la dominación y tiene el sistema libidinal congelado; las relaciones humanas se establecen contractualmente al arbitrio del dinero, sin empatía libidinal. Dirán que para eso están los expertos que conocen las técnicas y los métodos para hacer las cosas. Como si nos diera igual que nos cuidase nuestra madre, o nuestr@s hij@s, un ser querido de nuestra confianza y de nuestra intimidad, o una persona desconocida.
En este contexto tenemos el concepto de sexualidad asociado, por un lado, a este estado de estagnación de la energía sexual, y por otro, a unas descargas periódicas directas de la carga acumulada, que además se vinculan a la práctica del coito, en la cual el deseo es cada vez más secundario e irrelevante; porque en el estado de congelación general del sistema libidinal, los encuentros amorosos también se institucionalizan y se convierten en contrato o pacto. Sin embargo, la sexualidad humana no es sólo coital, y tiene poco o nada que ver con la práctica del sexo sin deseo. Sabemos que los niveles de oxitocina suben en una reunión de amigas, o en una comida familiar de esas en las que nos sentimos a gusto. Y que las descargas más altas de oxitocina en la vida de una mujer se producen inmediatamente después del parto. También sabemos que los picos no aparecen por arte de magia, sino que todo es un continuum de procesos a lo largo de la vida y que unos son la preparación de los que vendrán después.
Por un lado nuestro modo de vida impide la continuidad de los procesos, y por otro la represión se centra en los picos, en las puntas del iceberg que ponen en evidencia el sistema general destruido. El deseo materno se captura antes de producirse para deformarlo y se le convierte en un deseo coital y edípico prohibido (Deleuze y Guattari) mientras que la noción general de la sexualidad es capturada y colonizada por la pornografía y la práctica del sexo sin deseo (tecnosexolgía). En esta situación, como digo, la capacidad orgásmica femenina estudiada por Masters y Johnson aparece descontextualizada, y sólo se puede asociar a una especie de orgía permanente o, como en un reciente artículo del New York Times (10), a la actividad sexual de las hembras bonobos que al parecer se pasan el día copulando. Sin embargo, los hábitos sexuales ancestrales de las mujeres nos muestran un desarrollo bien diferente de la energía sexual en la vida cotidiana, maternidad incluida. Las mujeres micénicas pintaban en los cántaros con los que iban a diario a por agua, unos pulpos con sus tentáculos ondeando y abrazando toda la panza de la vasija, emulando el recorrido del placer sobre sus cuerpos, como una humilde muestra de la integración del placer en la vida cotidiana.
El estudio de Serrano Vicens da un indicio de la naturaleza de la sexualidad de la mujer que todavía existía en los años cincuenta del siglo pasado en nuestro país, pese a la situación existente de individualización y de sometimiento al varón: en él se descubre que las mujeres se iniciaban en la sexualidad desde muy temprana edad, con juegos compartidos con otras niñas, siendo el autoerotismo y las relaciones lésbicas integradas en la vida cotidiana, algo muy habitual todavía en la España de aquellos tiempos. Las relaciones coitales sólo eran un aspecto más de sus vidas sexuales; y aquellas que más gozaban de su sexualidad, incluida la sexualidad coital, eran las que la habían desarrollado de manera diversificada y desde la infancia.
2.- La maternidad y la sexualidad femenina.-
La historia de la humanidad se divide en dos: antes y después del patriarcado; antes y después de las sociedades esclavistas. Entre una y otra parte de la historia humana, hay una discontinuidad en la noción de las cosas, de los conceptos y de los símbolos. Esta discontinuidad es perfectamente detectable, pero requiere de un esfuerzo especial porque ha sido sutilmente borrada en los medios de transmisión de los conocimientos, y la nueva noción de las cosas se asienta sobre un magma dogmático que nos cierra las puertas a la noción verdadera y genuina de la vida. Este dogma conceptual básico (Ruth Benedict (11)) presenta al ser humano arquetípico, como un ser dominador predispuesto para la guerra y para desplegar una capacidad y una voluntad de dominio supuestamente innatas (Amparo Moreno (12)). Intimamente unida a la noción de este arquetipo humano, tenemos una falsa noción de la madre y de la sexualidad humana.
La primera noción perdida es que la verdadera maternidad es un despliegue de nuestra sexualidad, y que la eliminación de la función social de la madre tiene una dimensión corporal y orgánica importantísima. Esta dimensión corporal del matricidio no es otra cosa que la contrarrevolución sexual que dice Borneman. La enemistad de la mujer con la serpiente (la pérdida de sus espacios y de hábitos sexuales) y su consecuencia, el parto con dolor, fueron –y son- claves para establecer la dominación del hombre sobre la mujer.
La asociación estadounidense Orgasmic birth, the best kept secret (Parto orgásmico, el secreto mejor
guardado) (13), está divulgando un documental con diversos partos orgásmicos, mostrándonos lo que ya había referido Juan Merelo Barberá (14) y otros estudios@s de la sexología del siglo pasado, sobre el orgasmo en el parto (Shere Hite, Masters y Johnson, Kinsey, etc.). El útero está diseñado para realizar 50 orgasmos consecutivos y para realizar el proceso del parto de manera placentera, sin violencia y sin dolor. Las llamadas ‘contracciones’ del parto deberían ser latidos: movimientos suaves de los potentes músculos de la bolsa uterina, que se encogen y se distienden, y se vuelven a encoger y a distender, rítmicamente; un movimiento ameboide con el que desciende el feto hacia la salida, al tiempo que los músculos circulares de la bolsa uterina relajan su función de cierre.
En ciertas regiones de Arabia Saudita, hoy todavía las mujeres forman corro alrededor de la parturienta bailando la danza del vientre, hipnotizándola con sus movimientos rítmicos ondulantes para que también ella se mueva a favor del cuerpo en lugar de moverse contra él. (15) Este es un ejemplo claro de la relación entre los hábitos sexuales perdidos en la contra-revolución patriarcal y el parto. En las auténticas danzas del vientre, los movimientos del vientre y de la pelvis están impulsados por la pulsión sexual, valga la redundancia, y se mueven acompañando el movimiento del útero.
Juegos y bailes en corro y danzas del vientre en la infancia, en la adolescencia y en la adultez, autoerotismo, intimidad y complicidad femenina, sexualidad coital y parto orgásmico. Así es la sexualidad de la mujer, diversa. La sexualidad de nuestro cuerpo no tiene como única orientación el falo. El falo-centrismo ha sido una consecuencia de la falocracia, de la dominación, que se impuso con la aparición de las sociedades patriarcales esclavistas.
Es preciso también mencionar la lactancia, un periodo importantísimo de la vida sexual de las mujeres. Ruth Benedict (16) contaba que hacia los años 30 del siglo pasado, las autoridades sanitarias japonesas quisieron promover el destete de la mujer a los 8 meses del parto, en una sociedad en la que la lactancia era muy prolongada y reconocida como un estado de gran placer para la mujer. Hicieron campañas con supuestos argumentos científicos para convencer a las mujeres de que era lo mejor para sus bebés. Pero aunque las convencían de que el destete era lo mejor para los bebés, no las podían convencer de que era lo mejor para ellas, y no estaban dispuestas a renunciar a dicho placer. En la época en que escribía el libro, Benedict decía que la campaña de destete a los 8 meses estaba siendo un fracaso. En Japón, cuenta Michael Balint (17) el amor materno es un concepto muy específico, y tiene su reconocimiento semántico: el amaeru. Según Balint, el amaeru o amor primal, se caracteriza por tener la mayor carga libidinal de la vida humana, porque es un amor para promover el deseo de un estado permanente de simbiosis.
La fisiología nos explica que la lactancia también es una parte de nuestro sistema sexual (18); la eyección de la leche cuenta con un dispositivo interno en la mujer, que se activa con la pulsión sexual y la consiguiente descarga de oxitocina; y al encajarse la oxitocina en sus receptores situados en las fibras mioepiteliales que recubren los alveolos de los pezones, pone en marcha su latido, el movimiento de contracción-distensión que bombea y eyacula la leche. Es el mismo dispositivo que tenemos las mujeres también para eyacular el flujo vaginal para el coito o para el trabajo del parto; el mismo dispositivo también en los hombres para bombear y eyacular el semen almacenado en la vesícula seminal. Es decir, es un dispositivo del sistema sexual, que se activa con la pulsión sexual, y que por eso se puede poner en marcha con una sola mirada de amor verdadero. El mapa de la ubicación de los receptores de oxitocina es el mapa de las principales zonas erógenas de la mujer, y explica la relación que el movimiento expansivo del placer establece entre ellas.
Se ha encontrado que la densidad de los receptores de oxitocina en las fibras musculares del útero es variable, y aumenta con la actividad sexual (19). Esto explicaría la función que tienen las pulsiones sexuales en la infancia (que si se producen es por algo y no son aberración alguna): la de desarrollar y hacer madurar los órganos sexuales. La sexualidad es una continuidad de fenómenos psicosomáticos a lo largo de la vida de la mujer, en la que unos fenómenos preparan los siguientes; durante la infancia para preparar la pubertad y tener reglas placenteras, y durante la adolescencia para tener coitos, embarazos, partos y lactancias placenteras. Así por ejemplo durante el embarazo aumentan los receptores de los pechos para prepararse para la lactancia, y por eso durante el embarazo aumenta la erogeneidad en esa zona del cuerpo.
Dice Lea Melandri (20) que la negación de nuestra sexualidad es una violencia interiorizada, que empieza cuando a la niña se le niega el cuerpo materno, y ve su propio cuerpo a través del cuerpo negado para ella de la madre; entonces interiorizamos el paradigma de mujer a través del filtro de la mirada del hombre. Esta negación y violencia contra nosotras mismas es el resultado inmediato del falo-centrismo que aplasta la diversidad de nuestra sexualidad. La relación madre-hija sería en términos libidinales la fuente principal del Muttertum humano, y por eso su destrucción es el principal objetivo del diseño artificial de las relaciones humanas.
Nuestra incorporación a la vida pública y la igualdad de los derechos sociales, no puede hacerse haciendo tabla rasa de lo que somos, ni haciendo tabla rasa del matricidio. En nuestra sociedad no hay espacio ni tiempo para la madre verdadera; ni para la madre ni para la mujer. Somos diferentes a los hombres y nuestra sexualidad no se complementa unívocamente con la sexualidad masculina. Necesitamos el reconocimiento, el tiempo y el espacio social para la otra sexualidad. La verdadera pareja no es la heterosexual adulta, sino la pareja simbiótica, la díada madre-criatura en donde empieza y se desarrolla toda la vida y la sexualidad humana, masculina y femenina. Si la sociedad no se vertebra desde la madre, si no reconstruimos el Muttertum, el espacio y el colectivo femenino,seguiremos viviendo una sociedad desquiciada, fuera de madre.
Las mujeres hemos recuperado subjetivamente nuestra dignidad; y hemos necesitado reconocernos iguales para empezar a reconocer nuestra diferencia. Y el reconocimiento de la diferencia nos ha llevado a la mujer perdida y prohibida que tenemos que recuperar, y con ella a la madre que cada ser humano y la sociedad necesita. Hay que tender la urdimbre. Y también hay que tramarla.
3.- Tramar la urdimbre.-
La función masculina no es conquistar ni dominar el mundo, sino tramar la urdimbre humana. Tramar la urdimbre significa hacerla sostenible y consistente, es decir hacer el tejido. Es igualmente una función colectiva. No se trata de una paternidad individual ni de que los hombres hagan de urdimbre, al estilo de la tradición de la covada (21), tratando de arrebatar la función femenina; aunque ahora pueda parecer algo necesario debido precisamente a la falta de la función colectiva femenina. Sería algo así
como volver a la familia extensa pero sin relaciones de dominación de ningún tipo. No se trata tampoco de la vuelta al hogar tradicional: la actividad profesional de las mujeres debería hacerse desde la urdimbre lo mismo que la actividad profesional de los hombres desde la trama, y nadie tendría que conquistar nada ni dominar a nadie. Como se había hecho siempre, durante miles de años, en otras civilizaciones.
Eso sí, quizá necesitaríamos durante algún tiempo que resurgieran los Quijotes (22) y los Arturos para defender la serpiente (la madre, la sexualidad femenina) y mantener el estandarte del dragón; como también haría falta seguramente el resurgir de las amazonas, y quizá tantas y tan variadas cosas como las que tuvieron lugar durante la larga y tenaz resistencia que la humanidad opuso a esta civilización.
La Mimosa, febrero 2010
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(1) La arqueología ha despejado cualquier duda al respecto, probando que la Edad Dorada no es un mito sino que fue realidad.
(2) El mutterlich de Bachofen quien nunca utilizó la palabra ‘matriarcado’. La tenacidad con la que se persiste en endosársela a Bachofen, y en utilizarla para referirse a la sociedad prepatriarcal, da la medida de lo importante que es erradicar la noción de la madre que no tiene nada que ver con jerarquías ni relación de poder alguna.
(3) El no de las niñas, la Sal edicions des dones, Barcelona 1981.
(4) The sexual life of savages in Western Melanesia, Beacon Press, Boston 1987 (1ª publicación 1929)
(2) El mutterlich de Bachofen quien nunca utilizó la palabra ‘matriarcado’. La tenacidad con la que se persiste en endosársela a Bachofen, y en utilizarla para referirse a la sociedad prepatriarcal, da la medida de lo importante que es erradicar la noción de la madre que no tiene nada que ver con jerarquías ni relación de poder alguna.
(3) El no de las niñas, la Sal edicions des dones, Barcelona 1981.
(4) The sexual life of savages in Western Melanesia, Beacon Press, Boston 1987 (1ª publicación 1929)
(5) Le patriarcat, PUF, Paris 1979 (1ª publicación, Franckfort 1975).
(6) El mismo Borneman ha recogido las canciones infantiles en alemán. En España, Mari Cruz Garrido ha
realizado un estudio creo que todavía inédito.
(6) El mismo Borneman ha recogido las canciones infantiles en alemán. En España, Mari Cruz Garrido ha
realizado un estudio creo que todavía inédito.
(7) www.antoniocores.com/Sudan-Photographs/006-Niaro-danza
(8) Human sexual response, Little, Brown &Co., Boston 1966.
(9) Informe sexual de la mujer española, Líder 1977, y La sexualidad femenina, Júcar 1972.
(8) Human sexual response, Little, Brown &Co., Boston 1966.
(9) Informe sexual de la mujer española, Líder 1977, y La sexualidad femenina, Júcar 1972.
(10) Daniel Bergner, What Do Women Want? http://www.nytimes.com/2009/01/25/magazine/25desire-t.html?
(11) Patterns of Culture; y Continuities y Discontinuities in cultural conditioning (éste último colgado en sites.google.com/site/rescatandotextos
(12) El Arquetipo viril protagonista de la Historia, la Sal ed. De les dones,1987, y La otra política de Aristóteles, Icaria 1988
(13) www.orgasmicbirth.com
(11) Patterns of Culture; y Continuities y Discontinuities in cultural conditioning (éste último colgado en sites.google.com/site/rescatandotextos
(12) El Arquetipo viril protagonista de la Historia, la Sal ed. De les dones,1987, y La otra política de Aristóteles, Icaria 1988
(13) www.orgasmicbirth.com
(14) Parirás con placer, Kairos 1980.
(15) VV.AA. Mamatoto, la celebración del nacimiento, Plural ediciones.
(16) El crisantemo y la espada, Alianza 2006 (1ª publicación, 1946).
(17) La Falta Básica, Paidós 1993 (1ª publicación, 1979)
(18) Martín Calama, J., ‘Fisiología de la lactancia’, Manual de Lactancia Materna, AEP, ed. Medica
panamericana, 2008.
(19) Entre otros: Odent, M., La cientificación del amor, Creavida, 2001. Insel y Saphiro en Pedersen et al., Oxitocyn in sexual, maternal, social behavior, Annals of the N.York Academy of Sciences 1992.
(20) La infamia originaria, Hacer/Ricou, Barcelona, 1980
(21) Victoria Sau, ver Diccionario Ideológico Feminista, y también en Reflexiones Feministas para principios de siglo.
(22) Ver declaración del Quijote a los cabreros de su condición de caballero defensor de la edad dorada, y del modo de vida de las mujeres en aquellos tiempos.
(15) VV.AA. Mamatoto, la celebración del nacimiento, Plural ediciones.
(16) El crisantemo y la espada, Alianza 2006 (1ª publicación, 1946).
(17) La Falta Básica, Paidós 1993 (1ª publicación, 1979)
(18) Martín Calama, J., ‘Fisiología de la lactancia’, Manual de Lactancia Materna, AEP, ed. Medica
panamericana, 2008.
(19) Entre otros: Odent, M., La cientificación del amor, Creavida, 2001. Insel y Saphiro en Pedersen et al., Oxitocyn in sexual, maternal, social behavior, Annals of the N.York Academy of Sciences 1992.
(20) La infamia originaria, Hacer/Ricou, Barcelona, 1980
(21) Victoria Sau, ver Diccionario Ideológico Feminista, y también en Reflexiones Feministas para principios de siglo.
(22) Ver declaración del Quijote a los cabreros de su condición de caballero defensor de la edad dorada, y del modo de vida de las mujeres en aquellos tiempos.