Caminante, no hay camino
se hace camino al andar...
Caminante, no hay camino,
sino estelas en la mar.
(Machado)
Si bien las primeras sociedades esclavistas justificaron la dominación y la jerarquía con la existencia de seres celestiales creadores de todo cuanto existe sobre la Tierra, que dictaban el orden social, a partir de un momento dado la esclavitud y la jerarquía se empezaron a justificar también por la propia naturaleza. Aristóteles ya afirmó que la superioridad del hombre sobre la mujer, sobre l@s niñ@s o sobre los extranjeros eran cosas naturales, y durante veintitantos siglos el pensamiento humano ha mantenido la inferioridad social de la mujer por la naturaleza inferior del sexo femenino, etc. etc.
Así no es de extrañar que cuando las teorías sobre la evolución de las especies irrumpieron en el mundo científico en el siglo XIX, enseguida estuvieron mediatizadas por su aplicación al orden social, para tratar de justificar la dominación y la jerarquía social. Dos escuelas de pensamiento sobre la evolución se enfrentaron entonces, la que representaba Darwin y la que representaba Kropotkin. En el capítulo 1 de El Asalto al Hades traté de explicar la vigencia de la teoría de Kropotkin en línea con la teoría actual de la simbiogénesis (Lynn Margulis), la autopoyésis y la autorregulación (Maturana y Varela).
La simbiogénesis explica la génesis de una forma orgánica por la simbiosis de dos formas orgánicas más simples. La célula eucariota se originó con la simbiosis de una célula sin núcleo con una bacteria. La célula eucariota resultante de la simbiosis integró y fijó la interacción cooperativa entre las dos formas orgánicas autónomas (la célula sin núcleo y la bacteria). Cuando se encontró una bacteria fósil con la misma estructura que la del ADN, se consideró demostrada la simbiogénesis, la teoría evolutiva desarrollada por Márgulis. Y sin embargo yo creo que la prueba más evidente del mecanismo simbiogenético de la evolución, es el propio modelo de organización de los complejos conjuntos de sistemas que, por ejemplo y sin ir más lejos, forman nuestro propio cuerpo: la sinergia
El sorprendente funcionamiento de los conjuntos hipercomplejos de sistemas, órganos, células, moléculas, etc., con millones de relaciones simultáneas, en todas las direcciones y sentidos, en todos los niveles de organización (molecular, celular, etc.), de un modo unísono y armónico, se explica por el mecanismo simbio-genético de integración de lo simple en lo complejo, según el cual es el propio desarrollo de la forma simple quien hace la unión para constituir una forma más compleja. La sinergia se hace desde lo simple y con el impulso de la forma de vida más simple, cuya autorregulación y dinámica propia no se anula sino que pasa a formar parte de lo más complejo. Por eso cada parte que integra un organismo complejo ‘sabe’ lo que tiene que hacer y lo hace sin que nadie se lo diga, sin línea de mandos ni jerarquía. La vida y su diversidad es una filo-génesis de 3 mil millones de años; es así, funciona así y no tiene parangón con diseño artificial alguno. La ayuda mutua que Kropotkin contemplaba en las estepas rusas, se ha confirmado en la vida microscópica, explicando la evolución como un proceso de asentamiento de la interacción cooperativa.
La simbiogénesis explica también la autopoyesis, la capacidad de la vida de hacerse a sí misma; explica que en la evolución no ha habido ni hay nada predeterminado, sino que son los fenómenos los que se suceden unos a otros, y que dan lugar a la diversidad de las formas y ecosistemas, (necesariamente interrelacionados); una variedad y una diversidad de formas cuya panorámica de conjunto nos muestra el camino y el mecanismo de su formación.
A veces he escuchado el argumento de que la similitud de las formas, como la de las espirales o las estructuras helicoidales, es una prueba de que responden a un diseño predeterminado. Una vez más aquí se invierte la relación causa-efecto: la espiral o la estructura helicoidal lo que muestran es el movimiento pulsátil de la vida, la huella de la pulsación de todo corpúsculo de vida, que fija ese tipo de formas. Lo mismo que el movimiento de todas las partículas de materia producen a menudo ondas. Machado lo explicaba muy bien con sus versos: no hay camino, se hace camino al andar/ caminante, no hay camino sino estelas en la mar. Las espirales y las estructuras helicoidales son las estelas que deja la vida en el caminar de su evolución.
La autopoyésis, como explicó Humberto Maturana se refiere a esta cualidad de la vida de hacerse a sí misma, sin diseñador ni creador, de la cual se deriva otra cualidad importantísima también: su capacidad de autorregulación.
También sigue vigente Kropotkin en este aspecto: sin llegar a acuñar un nuevo concepto, también habló de la autopoyesis y de la indeterminación de los fenómenos:
Lo que se llamaba ‘Ley natural’ no es más que una cierta relación entre fenómenos que vemos confusamente… es decir, si un fenómeno determinado se produce en determinadas condiciones, seguiríase otro fenómeno determinado. No hay ley alguna aparte de los fenómenos: es cada fenómeno el que gobierna lo que le sigue, no la ley. No hay nada preconcebido en lo que llamamos armonía de lo natural. El azar de colisiones y encuentros ha bastado para demostrarlo. Este fenómeno perdurará siglos porque la adaptación, el equilibrio que representa, ha tardado siglos en asentarlo.
Y también:
Tras fijar toda su atención en el sol y los grandes planetas, los astrónomos están empezando a estudiar ahora los cuerpos infinitamente pequeños que pueblan el universo. Y descubren que los espacios interplanetarios e interestelares se hallan poblados y cruzados en todas direcciones imaginables por pequeños enjambres de materia, invisibles, infinitamente pequeños cuando se consideran los corpúsculos por separado, pero omnipotentes por su número. Son estos cuerpos infinitamente pequeños… los que analizan hoy los astrónomos buscando explicación… a los movimientos que animan sus partes, y la armonía del conjunto. Otro paso más, y pronto la gravitación universal misma no será más que el resultado de todos los movimientos desordenados e incoherentes de esos cuerpos infinitamente pequeños: de oscilaciones de átomos que actúan en todas las direcciones posibles. Así, el centro, el orígen de la fuerza, antiguamente trasladado de la tierra al sol, vuelve a estar hoy desparramado y diseminado. Está en todas partes y en ninguna. Como el astrónomo, percibimos que los sistemas solares son obra de cuerpos infinitamente pequeños; que el poder que se suponía gobernaba el sistema es él mismo sólo resultado de la colisión de estos racimos infinitamente pequeños de materia; que la armonía de los sistemas estelares sólo lo es por consecuencia y resultante de todos esos innumerables movimientos que se unen, completan y equilibran recíprocamente. Con esta nueva concepción, cambia la visión general del universo. La idea de que una fuerza gobernaba el mundo, de una ley preestablecida, de una armonía preconcebida, desaparece y deja paso a la armonía que vislumbró Fourier: la que resulta de los movimientos incoherentes y desordenados de innumerables agrupaciones de materia, cada una siguiendo su propio curso y manteniéndose todas en equilibrio mutuo.
Parecía imposible una regresión del pensamiento científico al creacionismo, pero es lo que está sucediendo y hoy el enfrentamiento entre Darwin y Kropotkin ha sido desplazado por el enfrentamiento entre el darwinismo y el creacionismo.
Desde mi punto de vista y de mis escasos conocimientos, ni el darwinismo ni el creacionismo explican la evolución de la vida, cómo es y cómo funciona; y precisamente por eso sirven para justificar la esclavitud, la dominación y la jerarquía social. El darwinismo sirve para justificar una jerarquía y una dominación que quedaría al arbitrio de las aptitudes o la capacidad de un@s para imponerse sobre l@s demás. Las creacionistas intentan justificar una dominación mabsoluta, en la que cada cual tendría su misión definida por el creador (llámese Ser Supremo, Dios, Universo consciente, etc.etc.: pues en un orden cósmico establecido y predeterminado, también está predeterminada la función y la misión que cada cual debe cumplir y que se transmite por la línea de mandos, en cuya cúspide estaría el creador y en el grado inmediato inferior sus mensajeros y sus intérpretes, y luego toda una variedad de funcionarios encargados de vigilar que cada cual cumpla su misión, por las buenas o por las malas. El creacionismo es la justificación de un tipo de sociedad esclavista como la antigua hinduista (Código de Manú, etc.), en la que además, o en lugar, de prohibir tal o cual cosa, se encomienda una misión que cumplir. Mientras que los códigos de prohibiciones de cosas concretas deja un margen de maniobra para lo demás, la misión esclaviza la vida entera, por más que a cambio te ofrezcan 'la paz de los muertos', la tranquilidad de la protección del Poder: 'el Sol de la tranquilidad' que está detrás de todos tus actos y que te acompaña, como dice el anuncio publicitario. La misión es peor para l@s esclav@s que la retahila de órdenes concretas, porque esclaviza más, pero es mejor para el Poder porque es más eficaz en términos de extorsión y saqueo de la vida.
Al definirse desde arriba lo que cada vida humana debe realizar, se tiene que bloquear la dinámica interna de esa vida (por eso el Tabú del Sexo está históricamente asociado a la esclavitud, y por eso ahora se recrudece con un nuevas estrategias de congelación del sistema libidinal humano, para una mayor represión de los sentimientos encubierta con el eufemismo del control emocional).
El creacionismo claro está, no destaca la simbiogénesis ni la sinergia como organización resultante del proceso evolutivo, una sinergia que se construye con el movimiento pulsátil, propio e interno y autorregulado de cada ser vivo. Por el contrario, tiene un especial interés en mostrar a los seres vivos sin dinámica propia y la jerarquía como algo natural, porque detrás del creacionismo en todas sus variantes, hoy como ayer, está la justificación de la dominación.
La Mimosa, marzo 2010