Estos días atrás, con motivo del aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, distintos medios se han hecho eco de la desgraciada situación en la que están estos reconocidos y proclamados Derechos. Y lo más inquietante es que parece que vamos de mal en peor, es decir, que estamos peor que hace unos años.
Hace ya tiempo que Alice Miller vaticinó este agravamiento de la violencia y de la violación de los derechos humanos; de hecho, es lei motiv de su obra. La correlación entre el trato a la infancia y la violencia social es una evidencia abrumadora.
La sociedad se ha dotado de leyes y de normas para regular los niveles de violencia, como si el hombre fuera 'un lobo para el hombre', y lo que hace falta es apelar y reconocer que los seres humanos somos generosos, desprendidos, amantes desinteresados, complacientes, compasivos, responsables predispuestos a conservar la vida y a cuidadarnos l@s un@s a l@s otr@s.
Los niveles de violencia y de violación de los derechos humanos no van a disminuir mientras que se siga creyendo en el fratricidio y no se fomente la confianza y el desarrollo de las cualidades humanas originales o innatas. Dicho de otro modo, el desarrollo de los Derechos Humanos requiere del desarrollo de las cualidades que caracterizan la condición humana.
La idea es hacer una Declaración Universal sobre la Condición Humana, no sólo porque tendrían que mostrar el panorama de la restauración social de los paradigmas originales de la vida, sino como estrategia para lograr un mayor respeto a los Derechos Humanos reconocidos, en tanto y no se logra dicha restauración social.
En 1965 un grupo de científicos, del entorno de la UNESCO (entre los que se encontraba Federico Mayor Zaragoza), hizo una declaración sobre la violencia, para afirmar que no está genéticamente determinada, y que científicamente no se puede sostener aquello de que ‘el hombre es un lobo para el hombre’.
Quizá habría que partir de aquella Declaración para elaborar una Declaración Universal de la Condición Humana, que sirviera de referente para que los agentes sociales y políticos implementaran planes de fomento y de desarrollo de dichas cualidades.
P.D.
Esta idea surge de mi experiencia con l@s niñ@s:
Cuando en ambientes de tensión competitiva y autoritaria se apela a su condición fraterna, se produce un cambio radical de comportamiento. Recuerdo una vez el caso de dos niñas de 7 y 4 años entre las que había una dinámica de rivalidad enquistada; la pequeña tenía una posición de privilegio con respecto a la niña mayor, y ésta reaccionaba haciéndola de rabiar, quitándole las cosas, etc., y entonces la pequeña lloraba y acudía a la gente mayor que trataba de arreglar las cosas, con los típicos, ‘cada cual tiene que jugar con sus cosas’, ‘un ratito cada una’, ‘no hay que pegarse’, etc. Le expliqué a la mayor que lo natural es que l@s herman@s mayores cuiden a los pequeñ@s, y que la relación de herman@s es de lo más hermoso que hay en la vida, añadiendo el relato de Margaret Mead de cómo funcionaba la infancia en Samoa, en donde l@s niñ@s a partir de un momento, creo recordar 2 años o así, dejaban de estar al cuidado de las madres y pasaban el día con el grupo de niñ@s, y eran l@s niñ@s mayores quienes cuidaban y se hacían cargo de l@s pequeñ@s; así le dije a la niña mayor ella tenía que cuidar de la pequeña como si fuera su hermana menor, como hacían los samoanos. La niña mayor cambió el comportamiento de manera tan radical que yo fui acusada de pertenecer a una secta que manipulaba a l@s niñ@s con "a saber qué métodos", pues no podían ni imaginarse que la niña de 7 años pudiera albergar otro tipo de sentimientos que los de la rivalidad y la posición de dominio en base a la jerarquía por la edad.
Esto es solo un ejemplo. Entre mis hij@s hay una diferencia de edad de casi 5 años, y en ciertas etapas de su infancia se juntaban a diario en casa grupos de niñ@s, vecin@s y amig@s de amb@s, que venían a jugar, con esa diferencia de edad, y el funcionamiento samoano fluía sin conflicto alguno. Si yo tenía que bajar a comprar pan o a alguna cosa, les decía sólo que se acordasen de Samoa, lo cual quería decir que l@s mayor@s tenían que estar al tanto de l@s pequeñ@s porque yo no lo iba a estar.
Mis amig@s que han hecho turismo por el mundo, conociendo mi interés por la infancia, me han ido enviando postales de niñ@s (de la India, Kenya, etc.) y conservo algunas en las que se puede ver a niñ@s de 5 ó 6 años llevando aúpas a pequeñ@s. Esto es un vestigio del tipo de relaciones infantiles samoano.
La relación natural es que l@s mayores cuiden de l@s pequeñ@s. Me remito al texto Continuities and Discontinuities in Cultural Conditioning de Ruth Benedict(1) para entender por qué nuestra cultura destruye esa relación, al negar las habilidades, capacidades, sentimientos, sentido de la responsabilidad de l@s niñ@s, haciendo de ell@s una panda de tont@s y de inútiles consumistas que sólo hacen que dar trabajo.
La extrapolación a gran escala puede parecer utópica o irrealizable, pero creo que es lo que hay, que no hay otra posibilidad de salvación para la Humanidad, que esta de la promoción de nuestras cualidades básicas, es decir, la restauración del funcionamiento de todo lo básico - biológicamente determinado - que ha sido violado. La civilización contra natura es un suicidio, y la llamada inteligencia artificial es el arma que está ejecutando este suicidio. Esto no es una negación de la tecnología o de la industria, o de la necesidad de crear artificios inteligentes: sólo es el reconocimiento de que la civilización, los artificios y la inteligencia tienen que estar en armonía con la naturaleza, no pueden violar los aspectos básicos de su funcionamiento. Nuestros hábitos y costumbres tienen que modificarse para restaurar un modo de funcionar acorde con nuestras cualidades básicas.
__________________________
Esto es solo un ejemplo. Entre mis hij@s hay una diferencia de edad de casi 5 años, y en ciertas etapas de su infancia se juntaban a diario en casa grupos de niñ@s, vecin@s y amig@s de amb@s, que venían a jugar, con esa diferencia de edad, y el funcionamiento samoano fluía sin conflicto alguno. Si yo tenía que bajar a comprar pan o a alguna cosa, les decía sólo que se acordasen de Samoa, lo cual quería decir que l@s mayor@s tenían que estar al tanto de l@s pequeñ@s porque yo no lo iba a estar.
Mis amig@s que han hecho turismo por el mundo, conociendo mi interés por la infancia, me han ido enviando postales de niñ@s (de la India, Kenya, etc.) y conservo algunas en las que se puede ver a niñ@s de 5 ó 6 años llevando aúpas a pequeñ@s. Esto es un vestigio del tipo de relaciones infantiles samoano.
La relación natural es que l@s mayores cuiden de l@s pequeñ@s. Me remito al texto Continuities and Discontinuities in Cultural Conditioning de Ruth Benedict(1) para entender por qué nuestra cultura destruye esa relación, al negar las habilidades, capacidades, sentimientos, sentido de la responsabilidad de l@s niñ@s, haciendo de ell@s una panda de tont@s y de inútiles consumistas que sólo hacen que dar trabajo.
La extrapolación a gran escala puede parecer utópica o irrealizable, pero creo que es lo que hay, que no hay otra posibilidad de salvación para la Humanidad, que esta de la promoción de nuestras cualidades básicas, es decir, la restauración del funcionamiento de todo lo básico - biológicamente determinado - que ha sido violado. La civilización contra natura es un suicidio, y la llamada inteligencia artificial es el arma que está ejecutando este suicidio. Esto no es una negación de la tecnología o de la industria, o de la necesidad de crear artificios inteligentes: sólo es el reconocimiento de que la civilización, los artificios y la inteligencia tienen que estar en armonía con la naturaleza, no pueden violar los aspectos básicos de su funcionamiento. Nuestros hábitos y costumbres tienen que modificarse para restaurar un modo de funcionar acorde con nuestras cualidades básicas.
__________________________
(1) Psychiatry, Vol.1, May 1938.