INDICE DE CONTENIDOS

22 - ENSAYO SOBRE EL DON
21 - POR UN FEMINISMO DE LA RECUPERACION
20 - LO QUE SE OCULTA TRAS LA CUESTION DEL
VELO ISLAMICO .
19 - LAS SERRANAS (primer avance)
18 -EL CREACIONISMO Y LA DOMINACIÓN:
VIGENCIA DE KROPOTKIN
17 - LOS LIMITES Y LA COMPLACENCIA
16 - A LA VERDAD - Lope de Vega
15 - D. Quijote explica a unos cabreros la edad dorada y se declara defensor del modo de vida de las mujeres en aquellos tiempos (Miguel de Cervantes)
14 - LA DEGENERACIÓN DE LA RAZA HUMANA POR LA
PÉRDIDA DE SUS CUALIDADES FUNDAMENTALES.
13 - ¿DÓNDE ESTA WALLYS? (un juego semántico)
12 - EL EQUIVOCO DE NIETZSCHE
11 - El abrazo materno y el continuum del sistema sexual de
la maternidad: a proposito del Metodo Madre Canguro
10 - PARTO ORGASMICO: testimonio de mujer y
explicación fisiológica.
9 - Sobre la función orgánica y social de la sexualidad (I)
8 - Hace falta una Declaracion Universal de la Condicion
humana.
7 - Aunque el fascismo se vista de seda, fascismo se queda.
6 - Tres versos de Lope de Vega
5 - Nota aneja al libro Pariremos con Placer (2ª edición)
4 - El deseo materno existe y hay que decirlo
3 - Amamantar por placer (reseña de un libro)
2 - ¿Domina el sistema neurológico los demás sistemas del
cuerpo? - Las cosas como son y las palabras para decirlo
1 - Objetivos de AMARYI



lunes, 9 de agosto de 2010

Por un feminismo de la recuperación

Ponencia presentada en las Jornadas Valores Femeninos de la Logia femenina masónica
Barcelona, mayo 2010


En el patriarcado, todo el mundo está huérfano de madre
Victoria Sau

Cuando la madre antigua reverdece,
bello pastor, y a cuanto vive aplace

Lope de Vega

La madre como elemento determinante de la sociedad.

Con la sentencia ‘dadme otras madres y os daré otro mundo’, San Agustin ponía de manifiesto cuál era el punto débil de su proyecto de sociedad, y la necesidad que tenían de cambiar de una vez por todas a las madres. Cambiar a las madres para vencer a la naturaleza humana y su predisposición a organizarse y a vivir como lo había hecho durante mucho tiempo, sin dominio ni esclavitud, en paz y en cooperación (1). Nuevas madres para reproducir los filia continuadores de las empresas guerreras, humanos aptos para hacer la guerrao para ser esclav@s. No se podía hacer este mundo sin cambiar a la madre.
La sociedad patriarcal se levantó sobre un matricidio, acabando con las generaciones de mujeres con cuya desaparición desapareció también la paz sobre la Tierra (Bachofen). Y esta es la civilización que hoy todavía perdura, sin cesar de destruir la vida y de corromper la condición humana, más competitiva, más fratricida, más guerrera y más despiadada que nunca. Desde mi punto de vista, no es la economía lo que está en crisis, sino el modelo de civilización. La encrucijada en la que se encuentra la humanidad, lo que tenemos planteado, si es que queremos acabar con este mundo de dominación y sobrevivir, es la recuperación de la verdadera madre, y con ella las cualidades básicas de los seres humanos, que nos capacitan para el entendimiento (y nos incapacitan para el fratricidio).
Recuperar la madre verdadera es recuperar el entorno que la rodea, su habitat; Bachofen acuñó una palabra en alemán para definirlo: el Muttertum, hecha con el sufijo ‘tum’ (equivalente al ‘dom’ inglés) que significa el sitio, el lugar de la madre. Pero no es solo un espacio físico, sino un conjunto de relaciones trabadas con su fluido libidinal específico: el fluido femenino-materno, al hálito materno (2), porque las producciones de nuestro sistema orgánico libidinal, diseñado para organizar las relaciones humanas, son la materia prima del tejido social humano original. El Muttertum es entonces como la urdimbre de la tela social, como lo llamó en su preciosa metáfora Martha Moia (3): un conjunto de hilos, porque un hilo solo no hace urdimbre. Recuperar la madre verdadera entonces supone recuperar el colectivo de mujeres y su función colectiva dentro de un grupo social determinado. La recuperación de la madre no es una recuperación individual (aunque tenga una dimensión individual y corporal), sino la recuperación del femenino colectivo, del nosotras. Según Malinowski (4), las mujeres trobriandeses de un clan tenían un nombre colectivo, tábula; la tábula era la que atendía el parto de las mujeres del clan.
En castellano hay una acepción de ‘madre’ que es un vestigio de la madre ancestral, como lo de ‘salirse de madre’, que sería salirse del Muttertum que nos hace madurar y ser consistentes; también una acepción como fuente originaria de algo (‘la madre del vinagre’); o como la raíz de algo (cuando decimos que hemos dado con ‘la madre del cordero’). Si un río se sale de madre, todo se inunda y es el desastre. Pues así andamos la humanidad, salidos de madre, en permanente estado de esquizofrenia y cada vez con más brotes de violencia (Deleuze y Guattari, Laing).
Dice Ernest Borneman (5) que el surgimiento del patriarcado fue una contra- revolución sexual, en la que tuvo lugar la pérdida de los hábitos sexuales de las mujeres (désaccoutumance sexuelle en la versión francesa del libro); que sólo pudieron someter a las mujeres desposeyéndolas de su sexualidad, lo cual es consistente con los mitos originales de los héroes solares y santos que matan al dragón, a la serpiente o al toro. El rastro de estos hábitos sexuales que nos llegan a través del arte y de la literatura, es muy importante porque nos da una idea de lo que se llevó por delante la contra-revolución sexual.
Un lugar común de los hábitos perdidos son los corros femeninos y danzas del vientre universalmente encontradas por doquier, desde los tiempos más remotos (pinturas paleolíticas como las de Cogull (Lérida) o Cieza (Murcia), cerámica Cucuteni del 5º milenio a.e., arte minoico, etc.), que nos hablan de una sexualidad autoerótica y compartida entre mujeres, de todas las edades, desde la infancia. De entre los testimonios escritos, cito la letrilla de Góngora sobre las mujeres que habitaban nuestras serranías todavía en el siglo XVI, y que se reunían para bailar:

No es blanco coro de ninfas
de las que aposenta el agua,
o las que venera el bosque
seguidoras de Dïana;

serranas eran de Cuenca
(honor de aquella montaña),
cuyo pie besan dos ríos
por besar de ella las plantas.

Alegres corros tejían
dándose las manos blancas
de amistad, quizá temiendo
no la truequen las mudanzas.

¡Qué bien bailan las serranas!
¡Qué bien bailan!

Estas serranas, como las llamadas amazonas en otros lugares del mundo, eran mujeres que se iban a vivir al monte para preservar sus hábitos sexuales. Durante siglos, y enlazando con reductos del antiguo ‘paganismo’, sobrevivieron entre la complicidad y la calumnia (como la del romance de la Serrana de la Vera, que presenta a las serranas como salteadoras que secuestraban a los hombres para saciar su lascivia y luego matarlos). Pero la realidad podía más que toda la deformación, calumnia y mitología junta, y su existencia contaminaba a las demás mujeres que se escapaban de las aldeas por las noches para juntarse con ellas. En el siglo XVII se desató como es sabido una campaña de exterminio contra estas mujeres, y pasaron a la historia convertidas en brujas.
La naturaleza sexual de los juegos y corros femeninos ha sido también estudiada a través de las letras de sus canciones que han llegado hasta nuestros días (6) El hábito cotidiano de las mujeres de juntarse ‘para bailar’ y para bañarse es ancestral y universal, y nos acerca a vislumbrar el espacio colectivo de mujeres, impregnado de complicidad y basado en una intimidad natural entre las mujeres que hoy sólo prevalece en algunos lugares recónditos lugares del mundo. Hay pueblos de África en los que las mujeres todavía se reúnen por las noches para bailar (bailes claramente sexuales, como se puede ver en el reportaje fotográfico de Antonio Cores de las Nubas, tribu de Sudán (7)). La imagen de las mujeres del cuadro El Jardín de las Hespérides de Frederick Leighton (siglo XIX) es otro vestigio de esa relación de
complicidad y de intimidad entre mujeres.
Los hábitos sexuales de las mujeres nos remite a la sexualidad no falocéntrica de la mujer; a la diversidad de la sexualidad femenina, y a su continuidad entre ciclo y ciclo, entre una etapa y otra. Una sexualidad diversa y que se diversifica a lo largo de la vida, cuyo cultivo y cultura hemos perdido.
En el siglo pasado, el matrimonio Masters y Johnson (8) daba a conocer un resultado de sus investigaciones aparentemente sorprendente: anatómica y fisiológicamente el útero estaba diseñado para realizar 50 orgasmos consecutivos; por su parte, el Dr. Serrano Vicens (9), que realizaba una investigación sobre la sexualidad de la mujer en esa época, encontraba 35 mujeres que desarrollaban dicha capacidad orgásmica habitualmente. Ernest Borneman enseguida relacionó este dato con su punto de vista sobre el patriarcado como una contra- revolución sexual. La dificultad de entender lo que dice Borneman se debe a la noción que actualmente tenemos de la sexualidad, que nos presenta la capacidad orgásmica de la mujer descontextualizada de una sexualidad natural. Para entenderlo tenemos que re-contextualizarla en el modo de vida en el que se desarrollaba con normalidad.
Vivimos en un ambiente en el que nuestro sistema libidinal humano, diseñado filogenéticamente para trabar las relaciones humanas, esta congelado. Hoy las madres viven lejos de sus hijas y las abuelas vamos de visita a ver a l@s niet@s; la persona de la familia que nos echa una mano si enfermamos vive en la otra punta de la ciudad, y a penas conocemos al vecino o la vecina del rellano; l@s ancian@s son atendid@s por mano de obra barata de inmigrantes, y a menudo mueren solos en sus viviendas o en residencias; el mercado laboral obliga a las mujeres a dejar a sus criaturas también al cuidado de una inmigrante o en la guardería... etc. etc.. En definitiva, vivimos en ciudades, en las que estamos tod@s junt@s pero como desconocid@s, las calles llenas de gente que pasan unas al lado de otras como extrañas. Y sin embargo, la vida ha diseñado un sistema de producciones libidinales para mantenernos unid@s de verdad: las pulsiones amorosas, los sentimientos, la ternura, la caricia, el deseo de darse y de deshacerse en l@s demás, la gratitud como sentimiento de reciprocidad, los sentidos, la percepción del placer, el gusto por los besos y los abrazos, la capacidad orgásmica, el enamoramiento, los fluidos sexuales, las hormonas del amor, del cuidado y de la complacencia, etc., en fin, todo, absolutamente todo lo necesario para hacer una raigambre de sentimientos amorosos en la que cada persona participa con sus propias raíces; una raigambre que traba las relaciones humanas en base a la confianza, a la complicidad y a los sentimientos de empatía y de apego, las relaciones entre hermanas y hermanos. Todo para enamorarnos de los bebés y para que su cuidado se convierta en nuestro afán y en nuestro placer; para que los sentimientos echen raíces formando agrupaciones humanas de interacción amorosa y cooperativa, con producción abundante de generosidad, hospitalidad y sentimientos de gratitud para la correspondencia al derramamiento de l@s otr@s; grupos de seres humanos consistentes, no manipulables, fieles y leales a sus sentimientos para con su entorno, sus propias raíces enlazadas con las
raíces de sus herman@s. Así el cuidado de l@s demás, de l@s niñ@s, de l@s viej@s y de l@s enferm@s sólo sería un producto de los sentimientos que se realizaría amorosamente y no como un trabajo ingrato o mercenario. Pero nuestra sociedad está hecha para la competitividad y la dominación y tiene el sistema libidinal congelado; las relaciones humanas se establecen contractualmente al arbitrio del dinero, sin empatía libidinal. Dirán que para eso están los expertos que conocen las técnicas y los métodos para hacer las cosas. Como si nos diera igual que nos cuidase nuestra madre, o nuestr@s hij@s, un ser querido de nuestra confianza y de nuestra intimidad, o una persona desconocida.
En este contexto tenemos el concepto de sexualidad asociado, por un lado, a este estado de estagnación de la energía sexual, y por otro, a unas descargas periódicas directas de la carga acumulada, que además se vinculan a la práctica del coito, en la cual el deseo es cada vez más secundario e irrelevante; porque en el estado de congelación general del sistema libidinal, los encuentros amorosos también se institucionalizan y se convierten en contrato o pacto. Sin embargo, la sexualidad humana no es sólo coital, y tiene poco o nada que ver con la práctica del sexo sin deseo. Sabemos que los niveles de oxitocina suben en una reunión de amigas, o en una comida familiar de esas en las que nos sentimos a gusto. Y que las descargas más altas de oxitocina en la vida de una mujer se producen inmediatamente después del parto. También sabemos que los picos no aparecen por arte de magia, sino que todo es un continuum de procesos a lo largo de la vida y que unos son la preparación de los que vendrán después.
Por un lado nuestro modo de vida impide la continuidad de los procesos, y por otro la represión se centra en los picos, en las puntas del iceberg que ponen en evidencia el sistema general destruido. El deseo materno se captura antes de producirse para deformarlo y se le convierte en un deseo coital y edípico prohibido (Deleuze y Guattari) mientras que la noción general de la sexualidad es capturada y colonizada por la pornografía y la práctica del sexo sin deseo (tecnosexolgía). En esta situación, como digo, la capacidad orgásmica femenina estudiada por Masters y Johnson aparece descontextualizada, y sólo se puede asociar a una especie de orgía permanente o, como en un reciente artículo del New York Times (10), a la actividad sexual de las hembras bonobos que al parecer se pasan el día copulando. Sin embargo, los hábitos sexuales ancestrales de las mujeres nos muestran un desarrollo bien diferente de la energía sexual en la vida cotidiana, maternidad incluida. Las mujeres micénicas pintaban en los cántaros con los que iban a diario a por agua, unos pulpos con sus tentáculos ondeando y abrazando toda la panza de la vasija, emulando el recorrido del placer sobre sus cuerpos, como una humilde muestra de la integración del placer en la vida cotidiana.
El estudio de Serrano Vicens da un indicio de la naturaleza de la sexualidad de la mujer que todavía existía en los años cincuenta del siglo pasado en nuestro país, pese a la situación existente de individualización y de sometimiento al varón: en él se descubre que las mujeres se iniciaban en la sexualidad desde muy temprana edad, con juegos compartidos con otras niñas, siendo el autoerotismo y las relaciones lésbicas integradas en la vida cotidiana, algo muy habitual todavía en la España de aquellos tiempos. Las relaciones coitales sólo eran un aspecto más de sus vidas sexuales; y aquellas que más gozaban de su sexualidad, incluida la sexualidad coital, eran las que la habían desarrollado de manera diversificada y desde la infancia.

2.- La maternidad y la sexualidad femenina.-
La historia de la humanidad se divide en dos: antes y después del patriarcado; antes y después de las sociedades esclavistas. Entre una y otra parte de la historia humana, hay una discontinuidad en la noción de las cosas, de los conceptos y de los símbolos. Esta discontinuidad es perfectamente detectable, pero requiere de un esfuerzo especial porque ha sido sutilmente borrada en los medios de transmisión de los conocimientos, y la nueva noción de las cosas se asienta sobre un magma dogmático que nos cierra las puertas a la noción verdadera y genuina de la vida. Este dogma conceptual básico (Ruth Benedict (11)) presenta al ser humano arquetípico, como un ser dominador predispuesto para la guerra y para desplegar una capacidad y una voluntad de dominio supuestamente innatas (Amparo Moreno (12)). Intimamente unida a la noción de este arquetipo humano, tenemos una falsa noción de la madre y de la sexualidad humana.
La primera noción perdida es que la verdadera maternidad es un despliegue de nuestra sexualidad, y que la eliminación de la función social de la madre tiene una dimensión corporal y orgánica importantísima. Esta dimensión corporal del matricidio no es otra cosa que la contrarrevolución sexual que dice Borneman. La enemistad de la mujer con la serpiente (la pérdida de sus espacios y de hábitos sexuales) y su consecuencia, el parto con dolor, fueron –y son- claves para establecer la dominación del hombre sobre la mujer.
La asociación estadounidense Orgasmic birth, the best kept secret (Parto orgásmico, el secreto mejor
guardado) (13), está divulgando un documental con diversos partos orgásmicos, mostrándonos lo que ya había referido Juan Merelo Barberá (14) y otros estudios@s de la sexología del siglo pasado, sobre el orgasmo en el parto (Shere Hite, Masters y Johnson, Kinsey, etc.). El útero está diseñado para realizar 50 orgasmos consecutivos y para realizar el proceso del parto de manera placentera, sin violencia y sin dolor. Las llamadas ‘contracciones’ del parto deberían ser latidos: movimientos suaves de los potentes músculos de la bolsa uterina, que se encogen y se distienden, y se vuelven a encoger y a distender, rítmicamente; un movimiento ameboide con el que desciende el feto hacia la salida, al tiempo que los músculos circulares de la bolsa uterina relajan su función de cierre.
En ciertas regiones de Arabia Saudita, hoy todavía las mujeres forman corro alrededor de la parturienta bailando la danza del vientre, hipnotizándola con sus movimientos rítmicos ondulantes para que también ella se mueva a favor del cuerpo en lugar de moverse contra él. (15) Este es un ejemplo claro de la relación entre los hábitos sexuales perdidos en la contra-revolución patriarcal y el parto. En las auténticas danzas del vientre, los movimientos del vientre y de la pelvis están impulsados por la pulsión sexual, valga la redundancia, y se mueven acompañando el movimiento del útero.
Juegos y bailes en corro y danzas del vientre en la infancia, en la adolescencia y en la adultez, autoerotismo, intimidad y complicidad femenina, sexualidad coital y parto orgásmico. Así es la sexualidad de la mujer, diversa. La sexualidad de nuestro cuerpo no tiene como única orientación el falo. El falo-centrismo ha sido una consecuencia de la falocracia, de la dominación, que se impuso con la aparición de las sociedades patriarcales esclavistas.
Es preciso también mencionar la lactancia, un periodo importantísimo de la vida sexual de las mujeres. Ruth Benedict (16) contaba que hacia los años 30 del siglo pasado, las autoridades sanitarias japonesas quisieron promover el destete de la mujer a los 8 meses del parto, en una sociedad en la que la lactancia era muy prolongada y reconocida como un estado de gran placer para la mujer. Hicieron campañas con supuestos argumentos científicos para convencer a las mujeres de que era lo mejor para sus bebés. Pero aunque las convencían de que el destete era lo mejor para los bebés, no las podían convencer de que era lo mejor para ellas, y no estaban dispuestas a renunciar a dicho placer. En la época en que escribía el libro, Benedict decía que la campaña de destete a los 8 meses estaba siendo un fracaso. En Japón, cuenta Michael Balint (17) el amor materno es un concepto muy específico, y tiene su reconocimiento semántico: el amaeru. Según Balint, el amaeru o amor primal, se caracteriza por tener la mayor carga libidinal de la vida humana, porque es un amor para promover el deseo de un estado permanente de simbiosis.
La fisiología nos explica que la lactancia también es una parte de nuestro sistema sexual (18); la eyección de la leche cuenta con un dispositivo interno en la mujer, que se activa con la pulsión sexual y la consiguiente descarga de oxitocina; y al encajarse la oxitocina en sus receptores situados en las fibras mioepiteliales que recubren los alveolos de los pezones, pone en marcha su latido, el movimiento de contracción-distensión que bombea y eyacula la leche. Es el mismo dispositivo que tenemos las mujeres también para eyacular el flujo vaginal para el coito o para el trabajo del parto; el mismo dispositivo también en los hombres para bombear y eyacular el semen almacenado en la vesícula seminal. Es decir, es un dispositivo del sistema sexual, que se activa con la pulsión sexual, y que por eso se puede poner en marcha con una sola mirada de amor verdadero. El mapa de la ubicación de los receptores de oxitocina es el mapa de las principales zonas erógenas de la mujer, y explica la relación que el movimiento expansivo del placer establece entre ellas.
Se ha encontrado que la densidad de los receptores de oxitocina en las fibras musculares del útero es variable, y aumenta con la actividad sexual (19). Esto explicaría la función que tienen las pulsiones sexuales en la infancia (que si se producen es por algo y no son aberración alguna): la de desarrollar y hacer madurar los órganos sexuales. La sexualidad es una continuidad de fenómenos psicosomáticos a lo largo de la vida de la mujer, en la que unos fenómenos preparan los siguientes; durante la infancia para preparar la pubertad y tener reglas placenteras, y durante la adolescencia para tener coitos, embarazos, partos y lactancias placenteras. Así por ejemplo durante el embarazo aumentan los receptores de los pechos para prepararse para la lactancia, y por eso durante el embarazo aumenta la erogeneidad en esa zona del cuerpo.
Dice Lea Melandri (20) que la negación de nuestra sexualidad es una violencia interiorizada, que empieza cuando a la niña se le niega el cuerpo materno, y ve su propio cuerpo a través del cuerpo negado para ella de la madre; entonces interiorizamos el paradigma de mujer a través del filtro de la mirada del hombre. Esta negación y violencia contra nosotras mismas es el resultado inmediato del falo-centrismo que aplasta la diversidad de nuestra sexualidad. La relación madre-hija sería en términos libidinales la fuente principal del Muttertum humano, y por eso su destrucción es el principal objetivo del diseño artificial de las relaciones humanas.
Nuestra incorporación a la vida pública y la igualdad de los derechos sociales, no puede hacerse haciendo tabla rasa de lo que somos, ni haciendo tabla rasa del matricidio. En nuestra sociedad no hay espacio ni tiempo para la madre verdadera; ni para la madre ni para la mujer. Somos diferentes a los hombres y nuestra sexualidad no se complementa unívocamente con la sexualidad masculina. Necesitamos el reconocimiento, el tiempo y el espacio social para la otra sexualidad. La verdadera pareja no es la heterosexual adulta, sino la pareja simbiótica, la díada madre-criatura en donde empieza y se desarrolla toda la vida y la sexualidad humana, masculina y femenina. Si la sociedad no se vertebra desde la madre, si no reconstruimos el Muttertum, el espacio y el colectivo femenino,seguiremos viviendo una sociedad desquiciada, fuera de madre.
Las mujeres hemos recuperado subjetivamente nuestra dignidad; y hemos necesitado reconocernos iguales para empezar a reconocer nuestra diferencia. Y el reconocimiento de la diferencia nos ha llevado a la mujer perdida y prohibida que tenemos que recuperar, y con ella a la madre que cada ser humano y la sociedad necesita. Hay que tender la urdimbre. Y también hay que tramarla.

3.- Tramar la urdimbre.-
La función masculina no es conquistar ni dominar el mundo, sino tramar la urdimbre humana. Tramar la urdimbre significa hacerla sostenible y consistente, es decir hacer el tejido. Es igualmente una función colectiva. No se trata de una paternidad individual ni de que los hombres hagan de urdimbre, al estilo de la tradición de la covada (21), tratando de arrebatar la función femenina; aunque ahora pueda parecer algo necesario debido precisamente a la falta de la función colectiva femenina. Sería algo así
como volver a la familia extensa pero sin relaciones de dominación de ningún tipo. No se trata tampoco de la vuelta al hogar tradicional: la actividad profesional de las mujeres debería hacerse desde la urdimbre lo mismo que la actividad profesional de los hombres desde la trama, y nadie tendría que conquistar nada ni dominar a nadie. Como se había hecho siempre, durante miles de años, en otras civilizaciones.
Eso sí, quizá necesitaríamos durante algún tiempo que resurgieran los Quijotes (22) y los Arturos para defender la serpiente (la madre, la sexualidad femenina) y mantener el estandarte del dragón; como también haría falta seguramente el resurgir de las amazonas, y quizá tantas y tan variadas cosas como las que tuvieron lugar durante la larga y tenaz resistencia que la humanidad opuso a esta civilización.
La Mimosa, febrero 2010
______________
(1) La arqueología ha despejado cualquier duda al respecto, probando que la Edad Dorada no es un mito sino que fue realidad.
(2) El mutterlich de Bachofen quien nunca utilizó la palabra ‘matriarcado’. La tenacidad con la que se persiste en endosársela a Bachofen, y en utilizarla para referirse a la sociedad prepatriarcal, da la medida de lo importante que es erradicar la noción de la madre que no tiene nada que ver con jerarquías ni relación de poder alguna.
(3) El no de las niñas, la Sal edicions des dones, Barcelona 1981.
(4) The sexual life of savages in Western Melanesia, Beacon Press, Boston 1987 (1ª publicación 1929)
(5) Le patriarcat, PUF, Paris 1979 (1ª publicación, Franckfort 1975).
(6) El mismo Borneman ha recogido las canciones infantiles en alemán. En España, Mari Cruz Garrido ha
realizado un estudio creo que todavía inédito.
(7) www.antoniocores.com/Sudan-Photographs/006-Niaro-danza
(8) Human sexual response, Little, Brown &Co., Boston 1966.
(9) Informe sexual de la mujer española, Líder 1977, y La sexualidad femenina, Júcar 1972.
(10) Daniel Bergner, What Do Women Want? http://www.nytimes.com/2009/01/25/magazine/25desire-t.html?
(11) Patterns of Culture; y Continuities y Discontinuities in cultural conditioning (éste último colgado en sites.google.com/site/rescatandotextos
(12) El Arquetipo viril protagonista de la Historia, la Sal ed. De les dones,1987, y La otra política de Aristóteles, Icaria 1988
(13) www.orgasmicbirth.com
(14) Parirás con placer, Kairos 1980.
(15) VV.AA. Mamatoto, la celebración del nacimiento, Plural ediciones.
(16) El crisantemo y la espada, Alianza 2006 (1ª publicación, 1946).
(17) La Falta Básica, Paidós 1993 (1ª publicación, 1979)
(18) Martín Calama, J., ‘Fisiología de la lactancia’, Manual de Lactancia Materna, AEP, ed. Medica
panamericana, 2008.
(19) Entre otros: Odent, M., La cientificación del amor, Creavida, 2001. Insel y Saphiro en Pedersen et al., Oxitocyn in sexual, maternal, social behavior, Annals of the N.York Academy of Sciences 1992.
(20) La infamia originaria, Hacer/Ricou, Barcelona, 1980
(21) Victoria Sau, ver Diccionario Ideológico Feminista, y también en Reflexiones Feministas para principios de siglo.
(22) Ver declaración del Quijote a los cabreros de su condición de caballero defensor de la edad dorada, y del modo de vida de las mujeres en aquellos tiempos.

domingo, 8 de agosto de 2010

Lo que se oculta tras la cuestión del velo islámico




















El baño turco - Jean Dominique Ingres (1862)
Museo de El Louvre



¿Por qué la polémica sobre el velo islámico ha sido desatada por los grupos más xenófobos de extrema derecha (recordemos que empezó el famoso alcalde de Vic), los mismos que veneran un paradigma de mujer casi siempre tocada con velo (la virgen María etc.)? ¿Por qué el velo de la madre Teresa de Calcuta, por poner un ejemplo, no se considera un atentado a la dignidad de la mujer y en cambio el de la mujer islámica sí? ¿Cuál es la diferencia? ¿Qué es lo que explica la actual persecución del velo islámico?


Mi modesta opinión es que detrás de la prohibición del velo islámico se cuece y se oculta una política de choque de civilizaciones, adobada de islamofobia. A su vez, tras la islamofobia, que es una pieza de la estrategia del nuevo orden mundial puesta en marcha tras la caída del muro de Berlín, hará unos 20 años, se oculta otra cosa además de la conquista del petróleo. La importancia y el alcance político de lo que se cuece y se oculta detrás de la polémica sobre el velo islámico es lo que se cuece y se oculta en el cuerpo de la mujer que se tapa con el velo islámico: su sexualidad prohibida.

Decía Cervantes, en la famosa arenga del Quijote a los cabreros, que las mujeres en la edad de oro (es decir, antes del patriarcado y de la sociedad esclavista) andaban ‘en trenza y en cabello’, es decir, destocadas, y sin riesgo de que lujuria alguna pudiera ofenderlas. Hace poco leí también un artículo sobre los Mosuo, el pueblo matrifocal del sur de China, uno de los pocos que perviven en el que las relaciones de parentesco no se basan en el matrimonio y gozan de libertad sexual, en el que la articulista destacaba la ausencia de agresiones y de violencia sexual que dicha libertad producía. Esto mismo decía también Cervantes, sobre la mujer en la edad de oro, pues en la sociedad anterior al tabú del sexo, en ausencia de represión de las pulsiones sexuales, la sexualidad de la mujer era igualmente libre y podía manifestarse libremente sin temor a agresión o abuso; y yo añado siguiendo a Reich, a Borneman y a tant@s otr@s, que no solamente podía sino que la libertad sexual femenina era un elemento imprescindible de la armonía entre los sexos. (*)
El régimen de represión sexual vino acompañado de las túnicas y de los velos para ocultar el cuerpo y su capacidad de seducción; como se dice en el mismo libro del Génesis, aparecieron la vergüenza, el recato y el pudor inexistentes en las sociedades espontáneas, cuando no había nada que prohibiera el funcionamiento de los sistemas orgánicos corporales. Claro que la represión sexual a quien concernía específicamente era a las mujeres, y eran éstas las que tenían que cubrirse para desvelarse sólo ante el marido. Estamos hablando de los tiempos en los que existía todavía esa otra sexualidad femenina que ahora ha desaparecido debido, según palabras del propio Freud, a haber sido objeto de una represión particularmente inexorable, y que por ello ahora es difícil de devolver a la vida; Freud, claro está se refería a la mujer de la sociedad europea del siglo XIX.
Sin embargo, esa sexualidad que ha sufrido una represión particularmente inexorable no ha desaparecido del todo. Mientras que la cultura occidental-anglosajona iba poniendo a punto un modelo de mujer masculinizada, con unas enormes dosis de violencia interiorizada para inhibir toda su sexualidad no falocéntrica, en las cárceles del patriarcado islámico se ha mantenido esa sexualidad en cautividad. Como el insecto fósil que se ha conservado en el interior de un trozo de ámbar, la otra sexualidad femenina ha seguido produciéndose enclaustrada en los espacios femeninos que la cultura islámica ha mantenido, unos espacios de concentración femenina, en las aldeas y en los barrios de las ciudades. El peligro es que con la globalización y los movimientos migratorios y turísticos, la mujer occidental puede entrar en contacto con la mujer que se esconde tras el velo islámico, y descubrir que su propio cuerpo es otra cosa distinta de lo que ahora cree que es. Porque entonces, eso que parece tan difícil de volver a la vida, quizá dejaría de serlo, y nuestros cuerpos acartonados recuperarían fácilmente su vitalidad.
En el siglo XVIII, una dama anglosajona, Lady Montagu, relató su visita a unos baños femeninos en Turquía, relato que inspiró el famoso cuadro de Ingres, ‘El baño turco’, que está en el Museo del Louvre. Lady Montagu en sus cartas, publicadas en 1781, aseguraba que las mujeres árabes tenían más libertad, incluida la sexual, que las europeas, y eran más abiertas y más hospitalarias. Decía, entre otros comentarios significativos, que se reían del corsé con el que “los maridos occidentales encerraban a sus esposas”. Ellas, con el cuerpo desnudo y libre bajo la túnica, no podían entender el uso de una prenda como el corsé.

El mismo impacto que le causó a Lady Montagu la visita al baño femenino turco en el siglo XVIII, me lo produjo a mí una visita a un hamman de la medina de Fez en 1993. En 2003 escribí sobre ello en una ponencia para unas jornadas en Vitoria (colgada el el google site casildarodriganez), y de alguna manera venía a decir lo mismo que ahora leo en el relato de Montagu, la misma sorpresa, incluida la de la hospitalidad de las mujeres que nos invitaron a pasar a bañarnos.
Creo que es necesario explicar estas experiencias, porque sólo por la vía lógico-racional no se puede atravesar el magma dogmático de nuestra civilización, uno de cuyos pilares es la normalización del estado de represión de la mujer. Mis opiniones sobre la sexualidad femenina, de algún modo nacen de esta visita al hamman de Fez, y de otras experiencias que en su día me conmovieron profundamente. De otro modo, yo nunca me hubiera podido imaginar lo que es la mujer, a pesar de yo serlo, pero educada y formada en una visión básicamente distorsionada de nuestro sexo.
A menudo me he referido a la experiencia de la maternidad y a la conmoción vivida en el primer postparto, que no entendí de manera lógico-racional hasta casi 20 años después, cuando leí El bebé es un mamífero de Michel Odent: la explicación de la impronta -la producción de las descargas más altas de oxitocina de la vida de una mujer- re-situaba la experiencia en el terreno de la sexualidad femenina. Estuve varios años buscando literatura que relacionase maternidad y sexualidad (en la biblioteca del Instituto de la Mujer en Madrid, introduciendo las dos palabras ‘sexualidad’ y ‘maternidad’ sólo salió un artículo de Ana Maria Carrillo publicado en una revista mexicana, que afirmaba que podía haber placer en el parto y en la lactancia, sin aportar explicaciones o datos). El monográfico de Integral sobre Embarazo y Parto gozosos (anterior a la compra de la revista por RBA) me puso en contacto con la comadrona Adela Campos y ella me fotocopió y me envió el libro de Juan Merelo Barberá. Así empezó todo mi descubrimiento de la sexualidad femenina. Entendí mi experiencia y escribí el libro La represión del deseo materno y la génesis del estado de sumisión inconsciente: ¡Vaya desestructuración de los esquemas y vaya cambio de cosmovisión que implica el sólo hecho de situar la maternidad como un proceso de la sexualidad de la mujer! Nada menos que la apertura a la desedipización, como si un vendaval de golpe hubiese abierto las puertas que cerraban el ámbito de la psique primaria de par en par.

Cuando experimentamos una conmoción importante, aunque de momento no se entienda, de alguna manera se queda fijada en el cuerpo, en las células en general, y en la memoria; y si más adelante aparece una información que la explica y la hace coherente racionalmente, la conmoción se reaviva y entonces se convierte en la más profunda de las convicciones. Pues algo parecido a lo ocurrido con mi maternidad, me pasó también con la visita, hace diecisiete años, al hamman de Marruecos, la misma conmoción, como digo, que la de Lady Montagu, cuya descripción motivó el cuadro de Ingres.

Estábamos de vacaciones y fuimos a parar a una pensión en la medina de Fez, es decir, no en el barrio europeo sino en la misma medina, una pensión que claro está no tenía duchas, porque en la medina la gente se baña en el hamman, que estaba justo enfrente de la pensión. De 3 a 8 de la tarde para las mujeres -nos dijo el de la pensión- y los hombres por la mañana y después de las 8 (éramos un grupo de dos mujeres y tres hombres). Cuando entramos en el hamman nos quedamos petrificadas, como si estuviéramos en otro planeta, en una historia de ciencia y ficción: una sala grande y las mujeres sentadas en el suelo, en pequeños grupos, haciendo corrillos, desnudas, echándose agua unas a otras con cubos y palanganas, charlando, riendo, echándose henna, comiendo naranjas, ofreciéndose gajos y flores de azahar (era Semana Santa) unas a otras, de todas las edades, ancianas, menos ancianas, jóvenes, menos jóvenes, niñas, etc. Luego vimos que había tres salas más, la última con el pilón que recogía el chorro de agua hirviendo y otro pilón de agua fría. El sistema funcionaba a base de cubos de polietileno negros, se cogía agua caliente y se mezclaba con la fría hasta obtener la temperatura apetecida. Además de los cubos había pequeñas palanganas para coger agua de los cubos y echársela unas a otras por la cabeza y por el cuerpo. Pienso que hasta la aparición del agua corriente y el sistema de las duchas, la gente se lavaba así, y recuerdo que en la cárcel a veces no teníamos duchas y también nos lavábamos echándonos jarras de agua, unas a otras. Pero la conmoción, claro, no fue por el sistema de lavado, sino por las mujeres. Nunca había visto un tipo de mujeres así, la manera de reírse, el brillo de sus ojos, la forma de hablarse unas a otras, la sensualidad, la complicidad, sobre todo la confianza, la confianza en colectivo, en grupo, como la de los cachorros de una camada de perros, arrebujad@s un@s con otr@s y que se dejan caer un@s encima de otr@s, como la cosa más obvia y natural del mundo. Todo era sorprendente, tanto la expresión de cada mujer, como la relación entre ellas; y lo más sorprendente de todo era la existencia del colectivo humano con ese grado de confianza y de intimidad, un grado de confianza y de intimidad que sólo se da en las relaciones habituales cotidianas. Recuerdo que nos quedamos petrificadas porque tuvimos la sensación de estar profanando una intimidad de la que éramos ajenas; pero al percatarse ellas de nuestro azoramiento, y de que estábamos a punto de dar media vuelta y salir corriendo, se acercaron para invitarnos a pasar y nos guiaron a unas taquillas donde dejar las ropas, y luego a los pilones donde se cogía el agua. No fue una invitación formal, sino un gesto de apertura para ser una más entre ellas, un gesto al que no supimos corresponder, pues no estábamos a la altura de las circunstancias. Para ellas éramos mujeres y eso bastaba para ser consideradas sus hermanas o compañeras. Pero nosotras no lo sabíamos, no nos sentíamos parte de aquella fiesta y no supimos aceptar la invitación. Una mujer nos acompañó hasta los pilones y, mientras que nosotras nos lavábamos con los geles, ella nos iba echando agua con una palangana; luego nos secamos, nos vestimos y nos marchamos rápidamente.
Aunque en aquel momento no entendí lo que había visto, la conmoción también se me quedó grabada, y varios años después, con las lecturas de Merelo Barberá, Melandri, Irigaray, Choisy, Serrano Vicens, Newton, etc., me pasó lo mismo que con la experiencia de la maternidad, y la conmoción se convirtió también en una profunda convicción: había visto con mis ojos un atisbo de lo que Freud decía que era tan difícil de devolver a la vida. Claro que Freud nunca estuvo en un hamman en donde todos los días las mujeres se bañan juntas, y sólo conocía a las mujeres que acudían a su consulta a psicoanalizarse. En la ponencia que presenté en Vitoria en el 2003, ya decía que se podía entender el por qué esas mujeres tenían que llevar velo e ir por la calle tapadas y bien tapadas: para que no se viera lo que no tenía ni siquiera que existir. Lo que no podía trascender al espacio público y debía permanecer enclaustrado.
Hay, pues, una sexualidad femenina que se ha conservado en el mundo musulmán, como un resto fósil de las generaciones primitivas de mujeres de las que habla Bachofen en el Das Mutterrecht: una sexualidad, encerrada y cercada, pero también de algún modo reconocida. Pues el espacio colectivo femenino que supone el hamman, implica un reconocimiento que nosotras las mujeres europeas no tenemos; y es difícil imaginar que los hombres de nuestra sociedad aceptasen que sus mujeres se pasasen todas las tardes de su vida juntas en un baño turco como el del cuadro de Ingres. Porque no es que fuesen nada más que a lavarse. Las mujeres de Fez estaban allí solazadas, instaladas, pasando la tarde. Como decía Góngora de la serranas de Cuenca, que iban al pinar, ’unas por piñones y otras por bailar’.
La dominación del hombre sobre la mujer extendida sobre todo el planeta a lo largo de 5000 años, ha adoptado diferentes formas y cauces, y uno de ellas es la forma que adoptó en el mundo islámico: el hombre es dueño de la mujer a la que encierra y oculta para su uso exclusivo. Pero este modelo basado en una represión externa estricta de la mujer, al menos en la apariencia actual, es en cambio más laxo en cuanto a la exigencia de autorepresión de las pulsiones sexuales; y la mujer árabe tiene menos interiorizada la represión, lo cual la permite conservar en alguna medida su sexualidad no falocéntrica, esa que en otros modelos se ha ido cercenando de un modo tan absoluto, con un medio infalible: eliminando los espacios colectivos de mujeres. No sé si el hamman de la medina de Fez, y otros, seguirán existiendo. Es posible que el modelo anglosajón esté penetrando a través de las monarquías árabes que tienen buenas relaciones con el mundo occidental. Pero ciertamente, lo que vio y describió Lady Montagu en el siglo XVIII ha seguido existiendo al menos hasta finales del siglo XX.
Para estar más tranquila, decía una mujer que usaba burka, en una reciente entrevista publicada en el diario Público; porque ella quería y no porque su marido o el Corán se lo mandasen. Decía que empezó a usarlo por propia decisión cinco años después de casada, y que ahora llevaba viuda cuatro años y que seguía usándolo, por lo tanto que no era porque su marido se lo mandase sino porque lo quería ella, porque así ‘estaba más tranquila’: una razón obviamente de lo más contundente. Al leer esta declaración me acordé de Cervantes y de los tiempos en que las mujeres no tenían que usar velos para andar tranquilas, y podían ir “en trenza y en cabello”. Nosotras con nuestros cuerpos acartonados podemos andar también tranquilas exhibiendo nuestros cuerpos en el estado de acorazamiento y de retracción pulsátil en el que habitualmente sobrevivimos. Y ponernos ropas bien ajustadas, porque cuanto más apretadas menos libertad y menos posibilidades de pulsación corporal. El acorazamiento convierte la epidermis preparada para el contacto externo, en su contrario, en una armadura exterior, en un sistema de defensa, viniendo a ser la ropa ajustada como una segunda línea de defensa. En cambio la ropa suelta (las mujeres musulmanas suelen ir desnudas debajo de las túnicas), deja el cuerpo por debajo libre. Antes, toda la vida las mujeres habíamos usado faldas (y también los hombres), y también tuvo su significado que las mujeres cambiásemos las faldas por los pantalones.
Creo que la afirmación de que la túnica y el velo menoscaban la dignidad de la mujer, tal y como se está diciendo en los medios de comunicación, es una verdad a medias; y en la medida en que se pretende la verdad entera, se vuelve un mecanismo de ocultación de la otra parte de la verdad. La mujer utiliza la túnica y el velo para no exhibir públicamente su sexualidad y para preservar una intimidad que en este mundo de represión no puede ser mostrada. Y porque tapándose con túnicas y velos no tienen que tensar ni encoger el cuerpo para mostrarse con el adecuado nivel de rigidez corporal que esta sociedad requiere; como decía la mujer entrevistada por Público, puede estar más tranquila. Es mejor ponerse un velo que tensar los músculos y convertir la propia cara en una máscara. Cierto que la otra parte de la verdad es que, en la medida en que ante el único hombre que la mujer islámica se descubre es el marido, el velo puede considerarse como un indicador de la dominación masculina. Pero esta parte de la verdad, dicha así sin más, descontextualizada, es una ocultación de la realidad de la mujer musulmana.
Lo que sucede es que se aprovecha el desconocimiento de la situación, y la ignorancia respecto a la sexualidad femenina, para dar una visión torticera del uso del velo; y sobre todo para que no nos percatemos de que existe esa otra sexualidad; ni nos percatemos tampoco de la represión que las mujeres occidentales tenemos interiorizada que es precisamente lo que hace innecesario el tipo de represión externa que sufre la mujer musulmana; ni que nos demos cuenta de que el yoga y otras similares que ahora se propician, en realidad son gimnasias de mantenimiento de los cuerpos acartonados y ejercicios de sublimación de su líbido. Entonces ciertamente, con nuestro grado de acartonamiento tenemos libertad para andar por la calle, y medio desnudas si queremos.
Claro que es verdad que los maridos musulmanes vigilan, mandan y ordenan la reclusión de sus mujeres. Claro que la represión patriarcal de la mujer musulmana es medieval. Pero de lo que se trata es del tipo de represión que se practica, que es más externa y con menor componente de represión interiorizada, menor auto-inhibición. Aunque vivan en una cárcel y no puedan salir a la calle –que tan poco es así en general- tienen un nivel de autorrepresión y de violencia interiorizada menor. Para encarcelar las células, las vísceras, la memoria y la conciencia hace falta un proceso represivo desde la etapa primal durante toda la infancia, que es lo que se hace en nuestra sociedad.
En pocas palabras, se contrapone la condición de la mujer islámica como una situación de represión, a la nuestra como si la nuestra fuese una situación de libertad, cuando en realidad se trata de dos modelos de represión diferentes, uno con mayor grado de represión externa y otro con mayor grado de auto-represión. Y lo que se pretende con la contraposición es que las mujeres occidentales, y en general la gente de bien, apoyemos la guerra contra el mundo árabe supuestamente para ‘liberar’ a las mujeres musulmanas; en realidad, para que ellas adopten nuestro modelo de represión.
Mi ponencia de Vitoria 2003 se titulaba ‘la violencia interiorizada en las mujeres’, empleando la expresión de Lea Melandri en La Infamia Originaria. Nuestros cuerpos tienen mucha, muchísima violencia interiorizada, para tener el grado de acartonamiento que tienen. Nuestros cuerpos están hechos de la represión de nuestras pulsiones sexuales a lo largo de todo su desarrollo desde que nacemos (empezamos a vivir desposeídas del cuerpo materno, lo que implica la congelación patológica del sistema libidinal de la etapa primal). Es una violencia interiorizada, que institucionaliza la inhibición de la pulsión sexual. Es significativo el que en algunas ocasiones me hayan quitado el título de ‘La violencia interiorizada en la mujer’, y puesto cualquier otro más neutro, como ‘Feminismo y Maternidad’. Porque el título, que resume el texto de Melandri, en realidad resume la tragedia de la devastación femenina. Son palabras significativas y se censuran, por la misma razón que la Wikipedia describe el cuadro de Ingres como un 'harén' en lugar de un 'baño’ colectivo de mujeres. Una de las cuestiones sobre las que se ha focalizado la censura efectuada sobre mis escritos, al menos de la que he podido tener conocimiento, ha sido la de la sexualidad femenina (la otra ha sido la cuestión de la autorregulación, la función de la libido y la negación de la jerarquía –poniendo matriarcado en vez de maternal, etc.-)
Para entender la persecución actual al velo islámico se requiere la perspectiva histórica de todo lo que se ha hecho para eliminar esta sexualidad femenina, tanto física como conceptualmente (desde ‘la desaparición’ de las significativas 1400 historias sexuales de mujeres recogidas por Ramón Serrano Vicens a mediados del siglo pasado, hasta las sucesivas matanzas de los colectivos de mujeres que de diferentes maneras conservaban su sexualidad -como lo de de nuestras serranas ibéricas yéndose a vivir ‘en despoblado’ hasta que la Santa Inquisición acabó con ellas-, pasando por la actual medicalización de la maternidad y todos los tabús y prohibiciones tradicionales perpetradas para sustraer la sexualidad del proceso fisiológico materno; sin olvidarnos del invento de la religión de las diosas prepatriarcales para ocultar las pruebas arqueológicas). La matanza del dragón, del toro y de la serpiente, las heroicidades que sacralizaron el arquetipo masculino de nuestra historia, se han llevado a término de manera muy concreta y los mitos solo recubren y falsean la Ilíada de sufrimientos de la historia real de la mujer patriarcal (Romeo de Maio).
Nadie mejor que los que se proclaman seguidores de los primeros patriarcas, los sonnemensch matadragones que arrasaron la sexualidad de la mujer para hacerla su esclava -ciertamente matando algo más que dragones imaginarios-, nadie mejor que ellos, digo, para reconocer el margen de sexualidad femenina que todavía se desarrolla en los campos de concentración del mundo musulmán, y el peligro que su existencia supone.
Lo que se persigue con esta prohibición no es devolver la dignidad a la mujer, sino normalizar el modelo falocéntrico de mujer en el mundo islámico, y que las mujeres musulmanas, al quitarse el velo tengan que interiorizar la represión, como hacemos las europeas. Cosa que en cierta medida ya tienen que hacer las mujeres musulmanas que emigran y dejan atrás su modo de vida y sus costumbres.
Hoy como hace 5000 años, el principal enemigo de la dominación es la sexualidad femenina de la que depende la verdadera maternidad, y por lo tanto, la vía fundamental de recuperación de la humanidad.
La Mimosa, julio 2010
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(*) Nuestra civilización se empeña en ocultar la naturaleza bondadosa de las pulsiones sexuales. Pero la historia, la antropología y la arqueología han corroborado lo que la sexología científica ha mostrado, a saber, que las pulsiones sexuales espontáneas son propias de los cuerpos en estado amoroso, y se producen para procurar el amor y el cuidado entre los congéneres; y no se producen en los cuerpos en la tensión del estado de guerra (baste saber que el sistema neuro-endocrino-muscular de un cuerpo en estado de guerra no solo es diferente, sino además antagónico e incompatible con el sistema neuro-endocrino-muscular de un cuerpo en estado amoroso). Y es el régimen de represión sexual lo que produce el desquiciamiento de dichos sistemas y la agresividad de las personas.

Las serranas, primer avance

Aviso: ante la imposibilidad de colgar aquí los poemas adjuntos a este texto, remito al lector o lectora interesado/a a: sites.google.com/site/casildarodriganez donde está colgado este texto con los poemas adjuntos que se mencionan.

En nuestra literatura clásica son abundantes los romances, las serranillas, y hasta las obras de teatro que tienen de protagonistas a las serranas, a veces también llamadas ‘vaqueras’, porque criaban vacas (como las del Arcipreste de Hita de la zona de Segovia (archivo adjunto 1) o la de la Finojosa del Marqués de Santillana (adjunto 2)). Se trataba de mujeres que vivían ‘en despoblado’, es decir, en las sierras, en cuevas o en chozas.
En las obras de teatro de Lope de Vega, de Velez de Guevara o de Tirso de Molina, la razón de la mujer de irse a vivir ‘a despoblado’ era el despecho originado por una felonía sufrida de un hombre, despecho que las lleva a una actitud general contra los hombres y a un deseo de venganza contra el otro sexo. Sus vidas en las sierras estaban dedicadas al bandolerismo, a atacar a hombres, robarles, zurrarles e incluso matarles.
Leonarda, La serrana de la Vera de Lope, era tan robusta como hermosa, manejaba armas, tiraba a la barra, regía caballos con las piernas mejor que un jinete con bocado, y tenía aficiones hombrunas… Leonarda al ser agredida y humillada por un hombre, se embravece y hace el juramento de vivir siempre en despoblado, de aborrecer a los hombres/y de tratar con las fieras;/ de salir a los caminos/ y hacerles notable ofensa;/- de matar y herir tantos,/ que haya por aquestas cuestas/ tantas cruces como matas,/ tanta sangre como adelfas…
La serrana de la obra de Velez de Guevara, se llama Gila la serrana, y también por una venganza jura no vivir más en poblado y matar a cuantos hombres encuentre. Cumpliendo su promesa, vive entre riscos, despeñando a todos cuantos se le acercan con la esperanza de disfrutar de sus favores.
Baltasar Enciso, también escribe un auto sacramental La serrana de la Vera o La Montañesa (1618), y Lope vuelve a tocar el tema en Las dos bandoleras. Tirso de Molina aporta su obra La condesa-bandolera o La ninfa del cielo, y existe otra atribuída a Calderón titulada La bandolera de Italia o La enemiga de los hombres.
(No he leído ninguna de estas obras de teatro, lo que aquí cito está recogido en la enciclopedia Espasa, que da como fuente: Menéndez Pidal y M. Goiri de Menéndez Pidal, Teatro Antiguo Español)
Esta imagen de serrana salteadora y matahombres contrasta con la imagen que nos da Góngora (adjunto 3) en su letrilla, que es una estampa bucólica de mujeres que bailan en corro.

En los pinares del Júcar
vi bailar unas serranas
al son del agua en las piedras
y al son del viento en las ramas;
no es blanco coro de ninfas
de las que aposenta el agua,
o las que venera el bosque
seguidoras de Dïana;
serranas eran de Cuenca
(honor de aquella montaña)
cuyo pie besan dos ríos,
por besar de ella las plantas.


Alegres corros tejían,
dándose las manos blancas
de amistad, quizá temiendo no la
truequen las mudanzas.

¡Qué bien bailan las serranas!
¡Qué bien bailan!

Luis de Góngora y Argote

En una cantiga de Gil Vicente (adjunto 4) (que recogía canciones populares y las insertaba en sus obras de teatro) tenemos quizá la clave:

Dicen que me case yo
no quiero marido, no.
Mas quiero vivir segura
nesta sierra a mi soltura,
Que no estar a la ventura
Si casaré bien o no

Madre no seré casada
por no vivir vida cansada,
o quizá mal empleada
la gracia que Dios me dio.

No será ni es nacido
tal para ser mi marido;
y pues que tengo sabido
que la flor yo me la só,
dicen que me case yo
no quiero marido, no.

En donde se muestra que vivir en ‘despoblado’ era una opción que tenían las mujeres, algo que estaba dentro de sus posibilidades, y que no era una reacción de odio y de venganza ante una mala pasada; lo cual no quiere decir que también a veces fuera así, y que si a una mujer le iban mal las cosas con el marido, entonces decidiera irse a vivir a la sierra. Sólo por dar a las mujeres una opción altenativa a la dominación machista, se entiende que las serranas fueran exterminadas. También se entiende que se hiciera el mito de la serrana salteadora y matahombres, para desfigurarlas.
La letrilla de Góngora nos muestra también que no eran casos individuales, sino que había una relación entre ellas (y además una relación lúdica), con lo cual se entiende lo que dice la mujer de la cantiga de Gil Vicente que no quiere ser casada ‘por no vivir vida cansada’. El aspecto de la opción sexual también se cuenta: por no ver mal empleada la gracia que Dios me dio, a lo que luego añade que la flor yo me la só.
Tampoco debe ser del todo cierta la imagen de las serranas ávidas por llevarse un hombre a la cama, pues, por ejemplo, la vaquera de la Finojosa del Marqués de Santillana -que también era una serrana como se desprende de lo que dice- le da esta respuesta a las insinuaciones del caballero:

Non es deseosa
de amar, ni lo espera
aquesa vaquera
de la Finojosa


El relato del Arcipreste de Hita de sus encuentros con cuatro serranas vaqueras
(la Chata de Malangosto, Gadea de Riofrío, Menga Lloriente de Cornejo y Aldara de Tablada) ofrece una gran cantidad de detalles concretos que permite hacernos una idea, sobre todo de sus relaciones con los hombres que aparecían por sus territorios. De entrada el hombre se suele mostrar más bien humilde y respetuoso, pidiendo posada por favor, y acompañando su petición con palabras lisonjeras y amables; quizá porque sabían que en el terreno del enfrentamiento físico tenían las de perder (las serranas tenían fama de buenas luchadoras, se menciona su buen manejo de la cayada y de la honda, como armas), y porque también sabían que por las buenas y pagando lo debido, no tendrían problemas. En los relatos del Arcipreste queda también claro que las serranas solían exigir el pago de un peaje por pasar por sus caminos, o por mostrárselos a los viajeros que se perdían por las sierras. Lo cierto es que parece que eran las que controlaban las sierras. Una cantiga recogida por Gil Vicente (adjunto 4) dice: ¿por dó pasaré la sierra/gentil serrana morena?
La descripción del desarrollo de los encuentros es muy parecida en casi todos los casos (excepto en el romance La serrana de la Vera, al menos en la versión recogida por Menéndez Pidal (adjunto 5), en el que se da una imagen de una serrana cruel). En general el encuentro empieza con un especie de tanteo mutuo para llegar aun acuerdo sobre el precio que ha de pagar el hombre (en general en especies: abalorios, ‘joyas’ vestidos, calzado, zurrones, etc.) a cambio de cobijo, comida, cama e indicaciones de por dónde seguir el camino; alguna vez no hay trato, bien porque se tuerce o bien porque se gustan y se van juntos sin trato. Pero parece que lo del trato era lo frecuente y lo normal. En general, el tema del encuentro sexual suele estar siempre destacado en el relato como algo del agrado de las dos partes. Unas veces es él el que muestra más interés, otras veces es la serrana. Pero tanto el Arcipreste como Santillana, Gil Vicente o Góngora dan una imagen amable de las serranas. El Arcipreste las describe como fuertes, capaces, hábiles, hospitalarias y en el fondo, condescendientes y de trato fácil.
La cantiga de Gil Vicente por dó pasaré la sierra, tiene las características de las canciones de corro infantiles, en la que casi todo se dice entre líneas.
También tenemos una descripción del modo de vida, los enseres que tenían, las labores de artesanía y de ganadería que realizaban, su habilidad para la caza y para moverse por los parajes agrestes etc.
Este tema de las serranas permite entender mejor el proceso por el cual se fueron sustrayendo los hábitos sexuales femeninos, y todo lo dicho sobre los juegos de corro y las danzas del vientre. (Ver el librito Pariremos con placer y la ponencia Por un feminismo de la recuperación).
La caza y captura de las serranas por la Santa Inquisición prosigue el proceso de los primeros héroes solares, que desde luego no sólo mataron dragones imaginarios. En la cerámica popular en el siglo XVII desaparecen los dibujos de mujeres, de peces, de dragones, de pájaros con huevos y formas uterinas reticuladas, etc., como cualquiera puede observar en una visita a los museos de cerámica, por ejemplo, de Pedralbes en Barcelona o de Valencia.
Esta persecución perdura, pues los alfares que habían empezado a recuperar dibujos antiguos que hacen referencia a los símbolos de la sexualidad femenina, se están encontrando con algo más que dificultades.
Para terminar este primer avance, en la voz ‘Serranilla’ de la enciclopedia Espasa, dice: composición lírica de asunto villanesco o rústico, y las más de las veces, erótico, escrita, por lo general, en metros cortos.

Tan interesante y apasionante ha resultado para mí este descubrimiento de nuestras amazonas ibéricas, que cuelgo ya aquí estas líneas. Como digo al principio, remito a quien desee leer los poemas referidos a: sites.google.com/site/casildarodriganez.
La Mimosa, abril 2010