INDICE DE CONTENIDOS

22 - ENSAYO SOBRE EL DON
21 - POR UN FEMINISMO DE LA RECUPERACION
20 - LO QUE SE OCULTA TRAS LA CUESTION DEL
VELO ISLAMICO .
19 - LAS SERRANAS (primer avance)
18 -EL CREACIONISMO Y LA DOMINACIÓN:
VIGENCIA DE KROPOTKIN
17 - LOS LIMITES Y LA COMPLACENCIA
16 - A LA VERDAD - Lope de Vega
15 - D. Quijote explica a unos cabreros la edad dorada y se declara defensor del modo de vida de las mujeres en aquellos tiempos (Miguel de Cervantes)
14 - LA DEGENERACIÓN DE LA RAZA HUMANA POR LA
PÉRDIDA DE SUS CUALIDADES FUNDAMENTALES.
13 - ¿DÓNDE ESTA WALLYS? (un juego semántico)
12 - EL EQUIVOCO DE NIETZSCHE
11 - El abrazo materno y el continuum del sistema sexual de
la maternidad: a proposito del Metodo Madre Canguro
10 - PARTO ORGASMICO: testimonio de mujer y
explicación fisiológica.
9 - Sobre la función orgánica y social de la sexualidad (I)
8 - Hace falta una Declaracion Universal de la Condicion
humana.
7 - Aunque el fascismo se vista de seda, fascismo se queda.
6 - Tres versos de Lope de Vega
5 - Nota aneja al libro Pariremos con Placer (2ª edición)
4 - El deseo materno existe y hay que decirlo
3 - Amamantar por placer (reseña de un libro)
2 - ¿Domina el sistema neurológico los demás sistemas del
cuerpo? - Las cosas como son y las palabras para decirlo
1 - Objetivos de AMARYI



jueves, 7 de octubre de 2010

el Ensayo sobre el don

Un comentario sobre el libro:
El ENSAYO SOBRE EL DON de Marcel Mauss
(Essaie sur le don, PUF, 2007; extraído de L’Anné sociologique 1924-25, t1)
Una confirmación y una explicación
de ‘la edad dorada’ de la humanidad
y del modo de vida anterior a la civilización esclavista patriarcal


" Eran tan ingenuos y tan desprendidos de sus posesiones que si uno no lo hubiera visto no lo habría podido creer: cuando les pedías algo que tenían, nunca decían no. Por el contrario, ofrecían compartirlo todo con cualquiera". Diario de Viajes de Colón (1er viaje)


Marcel Mauss (1874-1950) investigó a principios del siglo pasado el modo de intercambio de bienes en pueblos que no habían entrado en nuestro sistema de mercado. El panorama que ofrece este estudio viene a ser más o menos el mismo que nos encontramos estudiando otros aspectos de la vida humana pre-patriarcal, anteriores a nuestra civilización. La ‘forma arcaica de intercambio’ que Mauss nos relata, (el potlach, el hau, etc.) es un aspecto de un modo de vida que descansaba en el apoyo mutuo y en la espontaneidad de la naturaleza humana (y en concreto, de sistema libidinal/sexual).
Cuenta Mauss que unos indios de una tribu chinook del noroeste del Pacífico (tierra de Seattle) tenían un término, ‘potlach’, (derivado del nootka ‘patshatl’), que era algo equivalente a nuestro ‘donar’; pero cuando explicaban lo que significaba, no era sólo ‘dar’, sino ‘dar-recibir-devolver’. Tan importante era saber dar como saber recibir y luego volver a dar. Mauss, para definirlo junta la palabra ‘intercambio’ con la de ‘don’, ‘el intercambio/don’, porque la ‘forma arcaica de intercambio’ se basaba en el ‘don’: era la extensión del ‘dar-recibir-devolver’ dentro de los clanes y de las familias, lo que en sociología se ha llamado régimen de ‘prestación total’.
Según Marcel Mauss la noción de ‘potlach’ es la misma que la noción del ‘hau’, referida por el maorí Ranapari al antropólogo Elsdon Best en 1909. El maorí Ranapari le explicó a Best, que si alguien te da algo, no puedes quedarte con el ‘hau’ de ese algo, sino que tienes que devolverlo. El ‘hau’ era algo así como la empatía –algunos lo traducirán por ‘espíritu’- que acompaña el objeto regalado, no el objeto mismo.
El hecho de que estos pueblos tuvieran un concepto para designar lo que en nuestras lenguas son tres acciones diferentes, para las que necesitamos tres verbos diferentes (‘dar-recibir-devolver’), significa que en su observación de la fenomenología de la vida no veían tres sino una sola acción, un solo proceso. Tan concatenado y continuo era el dar-recibir-devolver que para ell@s era un solo fenómeno, el ‘hau’ o el ‘postlach’, que expresaba el modo de funcionar el bosque y de la vida en general; el maorí Ranapari empleaba el término ‘hau’ tanto para expresar el modo de funcionar del bosque, como las relaciones humanas: dar-recibir-devolver.
El estudio de las formas de intercambio ha sido otra vía por la que la sociología ha llegado a la descripción del modo de vida originario de la Humanidad, coherente y consistente con los descubrimientos realizados en otros campos (arqueología, literatura, arte, psicoanálisis, etc.). Porque como indica Mauss, detrás del intercambio de bienes está un determinado modo de relación personal; y detrás del ‘potlach’ está la relación de apoyo mutuo. Su evolución va en paralelo a los cambios que se fueron produciendo en nuestro modo de vivir, desde las civilizaciones pre-patriarcales (llamada en la literatura la ‘edad dorada’) hasta la generalización de nuestra civilización patriarcal esclavista. La aparición de la moneda es un indicador importante del cambio social. Muchos cambios no fueron simultáneos, otros sí; algunos se produjeron de forma abrupta, otros lentamente y con diversas formas intermedias, pero acabaron imponiéndose y generalizándose en nuestro planeta.
Tras estudiar atentamente toda la información disponible sobre la circulación de bienes, en poblaciones de varias partes del mundo, desde Melanesia hasta Alaska, Mauss llegó a la siguiente conclusión que expone al final del capítulo 2 de su libro, y que transcribo (y traduzco del francés) literalmente para comentarla a continuación.

“ Primera conclusión
Así pues, en cuatro grupos de poblaciones importantes hemos encontrado:
En primer lugar, en dos o tres grupos, el potlach;
después, la razón principal y la forma normal del propio potlach; y aún más,
mas allá del potlach, y en todos estos grupos, la forma arcaica de intercambio: el de los dones presentados y entregados
[dons présentés et rendus].
Además en estas sociedades hemos encontrado identificadas la circulación de las cosas con la circulación de los derechos y de las personas. En rigor, podríamos quedarnos aquí.
El número, la extensión, la importancia de estos datos nos autorizan plenamente a concebir un régimen que debió de ser el de una gran parte de la humanidad durante una fase muy larga de transición y que subsiste todavía en otros pueblos además de los que hemos descrito.
Nos permite concebir que este principio de intercambio-don [échange-don] debió de ser el de las sociedades que ya habían dejado atrás la fase de ‘prestación total’ (entre clanes y entre familias), pero todavía no habían llegado al contrato individual puro, al mercado en el que circula el dinero, a la venta propiamente dicha, y sobre todo, a la noción del precio estimado en moneda pesada y registrada.
[pesée et titreé]” (La negrita es de Marcel Mauss)

Es decir, que esta forma de fluir de los bienes, no fue un hecho circunstancial, aleatorio, arbitrario etc., sino que debió de ser el régimen de intercambio de una gran parte de la humanidad, durante una fase muy larga. Es la explicación por parte de la sociología académica (Mauss fue uno de los fundadores del Instituto Etnológico de Paris en 1925) de lo que muchos literatos antiguos dejaron escrito, y de los testimonios sobre la generosidad y la hospitalidad de estos pueblos proporcionados por viajeros de los siglos pasados e incluso por los propios conquistadores. Es una comprobación del apoyo mutuo también descrito por Kropotkin.
En mi escrito Sobre la degeneración de la raza humana por la pérdida de sus cualidades fundamentales, recogía este trabajo de Mauss para explicar el funcionamiento de la reciprocidad desde el punto de vista del sistema libidinal. Sin pretenderlo, estaba siguiendo el camino abierto en el Congreso de la Central States Anthropological Society, -en el I Simposio sobre Antropología Sexual que se celebró en dicho Congreso- que tuvo lugar en Lexington, Kentucky en 1965. Según Ernest Borneman (1), en ese congreso nació un nuevo campo de conocimiento: la antropología sexual, resultado de la convergencia de la sexología científica con la historia y la antropología. Un camino, iniciado por Bachofen y Reich, para entender las relaciones humanas desde la perspectiva de la economía sexual.
Porque el potlach que Mauss descubre no es sino un aspecto de las relaciones de reciprocidad y apoyo mutuo que el sistema libidinal produce, y que en mi escrito describía fijándome en dos aspectos de nuestra producción libidinal perfectamente perceptibles y reconocidos: los sentimientos de generosidad y de gratitud/correspondencia que brotan de nuestras pulsiones orgánicas –siempre y cuando nuestros cuerpos no hayan sufrido deterioros o procesos degenerativos graves.
Pero ocurre que tenemos una visión tan distorsionada del ser humano, es tan omnímoda la desaparición de la sexualidad y de su función social de nuestro universo conceptual, que la mayoría de sociólogos e historiadores no han podido completar sus trabajos con una comprensión cabal del objeto estudiado, debido al magma dogmático que impide entender la condición humana.
Mauss le da vueltas y más vueltas al potlach y al don, y habla de una ‘obligación’ de devolver… ¿Una obligación de devolver? Parece que así lo cuentan los que la practicaban, que tenían como una ‘obligación’ de devolver; el maorí Ranapari decía que no era justo, o que no podemos quedarnos con el ‘hau’ de un regalo que nos hacen, que tenemos que devolverlo. Pero ese ‘tener que’ u ‘obligación’, como ‘la obligación’ de compartir la caza o la pesca o la recolección es una forma de expresar una costumbre que no nace de una ley o de un precepto religioso o de una ordenación dictada desde una instancia superior, sino que son costumbres y tradiciones originadas por el sistema libidinal (la originaria ‘prestación total’ en clanes y familias), un sistema libidinal que sigue funcionando retroalimentado por las costumbres que crea, y que puede incluir el sistema libidinal de cualquier ser humano, por ello también el del extranjero. El mismo Mauss lo deja claro cuando explica:
"Si ofrecen y entregan las cosas, es porque ofrecen y entregan ‘sus respetos’[ses respects] –incluso podemos decir sus ‘cortesías’[ses politesses]. Pero también se trata de que dando [los bienes], uno se da a sí mismo, y si uno se da a sí mismo, es porque uno se debe –la persona y sus bienes- a los demás".
Otro aspecto que quiero señalar es lo que dice Ranapari de que alguien le da un ‘taonga’ (un regalo, un bien) empujado por el ‘hau’ del ‘taonga’ que antes él le había regalado.
Esa explicación puede dar pie a todo tipo de especulaciones sobre fuerzas espirituales invisibles que mueven las cosas. Yo te hago un regalo que lleva dentro un bichito que te va a empujar a que me devuelvas el regalo. Bueno, no es exactamente así como funciona la reciprocidad del sistema libidinal. No es un bichito visible lo que va con el regalo, sino el amor, el afecto, la empatía, una producción de un sistema corporal que va a otro sistema corporal; efectivamente hay algo que va con el regalo que no es materia visible, pero es materia sensorialmente perceptible, el afecto, la energía sexual. El ‘dar’ es una pulsión orgánica, un impulso para derramar nuestro afecto que brota de nuestro sistema sexual y que al ser recibido induce en el otro sistema corporal una pulsión de corresponder. Al impulso de dar le llamamos generosidad y su desarrollo cursa con gusto y placer; cuando el regalo nos alcanza desencadena una pulsión de gratitud que nos hará corresponder y devolver nuestro afecto; la gratitud es también una emoción y un sentimiento que cursa con gusto y con placer. Así es como el sistema libidinal establece relaciones de reciprocidad, de intercambio solidario y de ayuda mutua: la prestación total que describe Mauss que funcionaba en los clanes y en las familias.
Parece oportuno citar y situar aquí lo que decían Deleuze y Guattari sobre el deseo recorriendo el campo social… o lo que decía Odent de que en nuestra sociedad hay un grave déficit de la hormona prolactina, la hormona que propicia el cuidado del otro o de la otra, déficit o carencia que se origina con la supresión en la vida humana del importante periodo de lactancia, el periodo quizá más largo de la vida sexual de las mujeres (en la mayoría de los pulpos micénicos que he encontrado, las ondas de placer salen de los pechos). Hemos despojado a la bioquímica de la vida de este elemento concreto, al sustraérselo a toda la infancia del ser humano, quebrantando el desarrollo de su sistema sexual, para producir cuerpos adultos en estado de guerra en lugar de cuerpos adultos en estado amoroso.
Nuestros poetas renacentistas mencionan la fuerza del amor y su frecuente conflicto con nuestra voluntad que se pone en su contra. Garcilaso incluso les habla a sus propios sentimientos, les reprocha la contradicción que le producen, y les pide que paren, que tengan en cuenta que antes nunca había intentado detenerles: No pierda más quien ha tanto perdido/Bástete, amor, lo que ha por mi pasado/Válgame agora haber jamás probado/A defenderme de lo que has querido.
Cuando nuestro modo de vida se aleja del modo natural y normal de vivir para el que estamos hech@s, se produce esa relativa autonomía o distancia del sistema libidinal con respecto al orden de relaciones establecido con el que choca. Percibir o señalar este distanciamiento, desajuste o enfrentamiento, de algún modo es un reconocimiento de su existencia.
Esta entidad propia relativa del sistema libidinal y de la energía sexual es lo que ha servido de base para levantar el mundo de los espíritus o de lo espiritual. Los términos que inicialmente servían para expresar la producción de nuestro sistema sexual -una producción sentida pero invisible a los ojos-, se deformaron para impedir su verbalización, y pasaron a designar otra cosa. Así se creó el mundo de lo espiritual destinado a invisibilizar el sistema sexual y sus producciones, a deformar su percepción, su significado y su sentido. Referido a la historia, sirve para invisibilizar su función de regulación social y el modo de vida natural basado en el apoyo mutuo. Un ejemplo reciente de esta estrategia perversa es la deificación de la imagen de la mujer paleolítica y neolítica, cuyas representaciones desenterradas por la arqueología, son una prueba de la existencia de las culturas basadas en la sexualidad natural humana. (Esta explicación está en el capítulo 2 de El Asalto al Hades),
Este proceso de espiritualización de la sexualidad había sido denunciado por la sexología científica del siglo pasado, y se llamo ‘sublimación’. Parecía que esto ya había quedado claro, pero no ha sido así. Las ideas creacionistas y espirituales están comiendo el terreno a todo lo que en los dos últimos siglos se había avanzado. Un ejemplo de lo dicho lo tenemos en el siguiente comentario de Mircea Eliade (Histoire des croyences et des idées religieuses I, Payot, 1976, pags. 44-45)
"...El arte de los Natoufins es naturalista: hemos actualizado pequeñas esculturas de animales y de figuras humanas, a veces en postura erótica. El simbolismo sexual de los pilares esculpidos en forma de falo es tan evidente que no se puede dudar de su significado mágico-religioso."
Es decir, para Eliade, el simbolismo sexual tiene automáticamente un significado mágico-religioso. Y esto se admite sin empacho alguno.
Así pues, cuando decimos que el ‘hau’ es el espíritu del objeto regalado, desde nuestra perspectiva actual, no entendemos lo mismo que entendían las gentes que vivían según el ‘hau’. Pues el ‘espíritu’ es un término traducido del original desde nuestro universo conceptual; lo mismo que el del famoso ‘jefe’ indio de las tribus norteamericanas, que parece ser que no tiene nada que ver con nuestra noción de ‘jefe’, pues el término original designa una función distinta por completo a la función de jefatura o mando. Por eso creo que debemos utilizar otro término, por ejemplo decir que el ‘hau’ es la empatía que acompaña el objeto regalado, o el deseo que recorre el campo social: el deseo debe fluir y los afectos deben ser correspondidos; y así los bienes fluir también con los afectos
Cuando alguien nos da algo, percibimos el afecto y la empatía que nos entregan con el regalo; no es un ‘espíritu’ que habite en el regalo, es el afecto del que es portador o representa. Los objetos que nos han regalado con mucho afecto, quedan asociados a ese afecto y tienen un importante valor simbólico para nosotr@s. Y seguramente habremos tratado de corresponder a dicha entrega afectiva con algún regalo a su vez portador de nuestro afecto.
Desde un punto de vista de las cualidades in-formacionales del ser humano, el ‘hau’ o el ‘potlach’ se contemplarían como el normal desarrollo de dichas cualidades.
Pero hemos creado un universo conceptual, una visión de la humanidad de la que excluimos uno de sus elementos básicos, una de sus cualidades in-formacionales más importantes: la sexualidad, el sistema de regulación corporal y social. Entonces la Historia, la Sociología, todos los campos del conocimiento, salvo contadas excepciones, se aproximan a la superficie de la verdad de las cosas, dejando al margen, como un fantasma invisible, el propio sistema de regulación que el régimen patriarcal ha desactivado y mantiene en una gran medida inoperante. Mauss, aunque no tiene la perspectiva de la Antropología Sexual, ni puede situar el origen verdadero del ‘hau’ o del ‘potlach’ que no es otro que la propia producción de la vida, de algún modo lo señala cuando explica la identificación del intercambio de las cosas con las relaciones personales y el reconocimiento de sus ‘derechos’.

Para terminar decir que la relación entre la hospitalidad y el sistema libidinal humano fue señalada por Bachofen, de hecho el verdadero iniciador de la Antropolgía Sexual, y una de las contadas excepciones que he mencionado. Para Bachofen la hospitalidad era una derivación del ‘mutterlich’ y del ‘Muttertum’:

En el cuidado de los frutos de su cuerpo aprende la mujer antes que el hombre, a desplegar su amor y cuidados más allá de los límites de su propia persona y a dirigir todo el talento creador … al sustento y al embellecimiento de otros seres. Estos cuidados son la base del desarrollo de la cultura…
… En él se funda el principio de libertad e igualdad universales, que a menudo encontramos como rasgos esenciales de la vida de los pueblos ginecocráticos (‘gynaikokratischer’), y a él se debe también la Philoxenia u hospitalidad … el significado abarcante de ciertos términos… ya que todos los miembros del estado eran considerados familiares debido a su procedencia común de una misma madre, la tierra… Sobre todo se ha alabado en los estados ginecocráticos la ausencia de disensiones internas y su rechazo de la discordia. Aquellas solemnes asambleas comunales o ‘panegirios’ que todo el pueblo celebraba compartiendo un sentimiento de fraternidad….
El tejido de costumbres del mundo ginecocrático está rodeado de un halo de benévola humanidad, … y le otorga un carácter que permite reconocer de nuevo todo lo que el universo materno conlleva de benéfico. Estas generaciones humanas primitivas, que subordinadas en todo su ser a la ley de la madre proporcionaron a la posteridad los rasgos esenciales de la imagen de la edad de plata de la humanidad, aparecen bajo el aspecto de una ingenuidad saturna. Qué comprensible resulta ahora el realce de la madre y de sus continuos y esmerados cuidados, tal y como lo describe Hesíodo, así como la eterna minoría de edad de los hijos que siguiendo una evolución más corporal que espiritual, disfrutan hasta una edad avanzada de la paz y la plenitud que la vida agrícola ofrece al amparo de la madre; estas imágenes corresponden a la de una felicidad perdida, sustentada siempre por el dominio de lo maternal, y remiten a aquellas ‘archeia phyla gynaikon (generaciones primitivas de mujeres) con las que desapareció la paz sobre la tierra. La historicidad del mito encuentra aquí una sorprendente confirmación. Ni… la fantasía, ni… la poesía… deben desfigurar el núcleo histórico de la tradición, ni ensombrecer el carácter esencial de la existencia humana arcaica y su significación para la vida.

Y es justo también terminar esta reflexión sobre la función social de la libido con una cita de Wilhelm Reich, que fue el primero, como reconocieron Deleuze y Guattari, en explicar que la dominación solo puede ejercerse en un régimen de represión de la sexualidad.

El ‘mutterrecht’, cuya existencia histórica ha sido probada, no representa solamente la organización de la democracia natural del trabajo, sino también la organización natural de la sociedad que obedece a los imperativos de la economía sexual (…) No sólo resulta desconcertante la organización sexual del 'mutterrecht' por su diferente organización de la consanguinidad, sino también por el efecto autorregulador natural que imprimía a la vida sexual. (La psicología de masas del fascismo, 1933).
La Granja, octubre 2010

(1) Ernest Borneman, Le Patriarcat. PUF, 1975


lunes, 9 de agosto de 2010

Por un feminismo de la recuperación

Ponencia presentada en las Jornadas Valores Femeninos de la Logia femenina masónica
Barcelona, mayo 2010


En el patriarcado, todo el mundo está huérfano de madre
Victoria Sau

Cuando la madre antigua reverdece,
bello pastor, y a cuanto vive aplace

Lope de Vega

La madre como elemento determinante de la sociedad.

Con la sentencia ‘dadme otras madres y os daré otro mundo’, San Agustin ponía de manifiesto cuál era el punto débil de su proyecto de sociedad, y la necesidad que tenían de cambiar de una vez por todas a las madres. Cambiar a las madres para vencer a la naturaleza humana y su predisposición a organizarse y a vivir como lo había hecho durante mucho tiempo, sin dominio ni esclavitud, en paz y en cooperación (1). Nuevas madres para reproducir los filia continuadores de las empresas guerreras, humanos aptos para hacer la guerrao para ser esclav@s. No se podía hacer este mundo sin cambiar a la madre.
La sociedad patriarcal se levantó sobre un matricidio, acabando con las generaciones de mujeres con cuya desaparición desapareció también la paz sobre la Tierra (Bachofen). Y esta es la civilización que hoy todavía perdura, sin cesar de destruir la vida y de corromper la condición humana, más competitiva, más fratricida, más guerrera y más despiadada que nunca. Desde mi punto de vista, no es la economía lo que está en crisis, sino el modelo de civilización. La encrucijada en la que se encuentra la humanidad, lo que tenemos planteado, si es que queremos acabar con este mundo de dominación y sobrevivir, es la recuperación de la verdadera madre, y con ella las cualidades básicas de los seres humanos, que nos capacitan para el entendimiento (y nos incapacitan para el fratricidio).
Recuperar la madre verdadera es recuperar el entorno que la rodea, su habitat; Bachofen acuñó una palabra en alemán para definirlo: el Muttertum, hecha con el sufijo ‘tum’ (equivalente al ‘dom’ inglés) que significa el sitio, el lugar de la madre. Pero no es solo un espacio físico, sino un conjunto de relaciones trabadas con su fluido libidinal específico: el fluido femenino-materno, al hálito materno (2), porque las producciones de nuestro sistema orgánico libidinal, diseñado para organizar las relaciones humanas, son la materia prima del tejido social humano original. El Muttertum es entonces como la urdimbre de la tela social, como lo llamó en su preciosa metáfora Martha Moia (3): un conjunto de hilos, porque un hilo solo no hace urdimbre. Recuperar la madre verdadera entonces supone recuperar el colectivo de mujeres y su función colectiva dentro de un grupo social determinado. La recuperación de la madre no es una recuperación individual (aunque tenga una dimensión individual y corporal), sino la recuperación del femenino colectivo, del nosotras. Según Malinowski (4), las mujeres trobriandeses de un clan tenían un nombre colectivo, tábula; la tábula era la que atendía el parto de las mujeres del clan.
En castellano hay una acepción de ‘madre’ que es un vestigio de la madre ancestral, como lo de ‘salirse de madre’, que sería salirse del Muttertum que nos hace madurar y ser consistentes; también una acepción como fuente originaria de algo (‘la madre del vinagre’); o como la raíz de algo (cuando decimos que hemos dado con ‘la madre del cordero’). Si un río se sale de madre, todo se inunda y es el desastre. Pues así andamos la humanidad, salidos de madre, en permanente estado de esquizofrenia y cada vez con más brotes de violencia (Deleuze y Guattari, Laing).
Dice Ernest Borneman (5) que el surgimiento del patriarcado fue una contra- revolución sexual, en la que tuvo lugar la pérdida de los hábitos sexuales de las mujeres (désaccoutumance sexuelle en la versión francesa del libro); que sólo pudieron someter a las mujeres desposeyéndolas de su sexualidad, lo cual es consistente con los mitos originales de los héroes solares y santos que matan al dragón, a la serpiente o al toro. El rastro de estos hábitos sexuales que nos llegan a través del arte y de la literatura, es muy importante porque nos da una idea de lo que se llevó por delante la contra-revolución sexual.
Un lugar común de los hábitos perdidos son los corros femeninos y danzas del vientre universalmente encontradas por doquier, desde los tiempos más remotos (pinturas paleolíticas como las de Cogull (Lérida) o Cieza (Murcia), cerámica Cucuteni del 5º milenio a.e., arte minoico, etc.), que nos hablan de una sexualidad autoerótica y compartida entre mujeres, de todas las edades, desde la infancia. De entre los testimonios escritos, cito la letrilla de Góngora sobre las mujeres que habitaban nuestras serranías todavía en el siglo XVI, y que se reunían para bailar:

No es blanco coro de ninfas
de las que aposenta el agua,
o las que venera el bosque
seguidoras de Dïana;

serranas eran de Cuenca
(honor de aquella montaña),
cuyo pie besan dos ríos
por besar de ella las plantas.

Alegres corros tejían
dándose las manos blancas
de amistad, quizá temiendo
no la truequen las mudanzas.

¡Qué bien bailan las serranas!
¡Qué bien bailan!

Estas serranas, como las llamadas amazonas en otros lugares del mundo, eran mujeres que se iban a vivir al monte para preservar sus hábitos sexuales. Durante siglos, y enlazando con reductos del antiguo ‘paganismo’, sobrevivieron entre la complicidad y la calumnia (como la del romance de la Serrana de la Vera, que presenta a las serranas como salteadoras que secuestraban a los hombres para saciar su lascivia y luego matarlos). Pero la realidad podía más que toda la deformación, calumnia y mitología junta, y su existencia contaminaba a las demás mujeres que se escapaban de las aldeas por las noches para juntarse con ellas. En el siglo XVII se desató como es sabido una campaña de exterminio contra estas mujeres, y pasaron a la historia convertidas en brujas.
La naturaleza sexual de los juegos y corros femeninos ha sido también estudiada a través de las letras de sus canciones que han llegado hasta nuestros días (6) El hábito cotidiano de las mujeres de juntarse ‘para bailar’ y para bañarse es ancestral y universal, y nos acerca a vislumbrar el espacio colectivo de mujeres, impregnado de complicidad y basado en una intimidad natural entre las mujeres que hoy sólo prevalece en algunos lugares recónditos lugares del mundo. Hay pueblos de África en los que las mujeres todavía se reúnen por las noches para bailar (bailes claramente sexuales, como se puede ver en el reportaje fotográfico de Antonio Cores de las Nubas, tribu de Sudán (7)). La imagen de las mujeres del cuadro El Jardín de las Hespérides de Frederick Leighton (siglo XIX) es otro vestigio de esa relación de
complicidad y de intimidad entre mujeres.
Los hábitos sexuales de las mujeres nos remite a la sexualidad no falocéntrica de la mujer; a la diversidad de la sexualidad femenina, y a su continuidad entre ciclo y ciclo, entre una etapa y otra. Una sexualidad diversa y que se diversifica a lo largo de la vida, cuyo cultivo y cultura hemos perdido.
En el siglo pasado, el matrimonio Masters y Johnson (8) daba a conocer un resultado de sus investigaciones aparentemente sorprendente: anatómica y fisiológicamente el útero estaba diseñado para realizar 50 orgasmos consecutivos; por su parte, el Dr. Serrano Vicens (9), que realizaba una investigación sobre la sexualidad de la mujer en esa época, encontraba 35 mujeres que desarrollaban dicha capacidad orgásmica habitualmente. Ernest Borneman enseguida relacionó este dato con su punto de vista sobre el patriarcado como una contra- revolución sexual. La dificultad de entender lo que dice Borneman se debe a la noción que actualmente tenemos de la sexualidad, que nos presenta la capacidad orgásmica de la mujer descontextualizada de una sexualidad natural. Para entenderlo tenemos que re-contextualizarla en el modo de vida en el que se desarrollaba con normalidad.
Vivimos en un ambiente en el que nuestro sistema libidinal humano, diseñado filogenéticamente para trabar las relaciones humanas, esta congelado. Hoy las madres viven lejos de sus hijas y las abuelas vamos de visita a ver a l@s niet@s; la persona de la familia que nos echa una mano si enfermamos vive en la otra punta de la ciudad, y a penas conocemos al vecino o la vecina del rellano; l@s ancian@s son atendid@s por mano de obra barata de inmigrantes, y a menudo mueren solos en sus viviendas o en residencias; el mercado laboral obliga a las mujeres a dejar a sus criaturas también al cuidado de una inmigrante o en la guardería... etc. etc.. En definitiva, vivimos en ciudades, en las que estamos tod@s junt@s pero como desconocid@s, las calles llenas de gente que pasan unas al lado de otras como extrañas. Y sin embargo, la vida ha diseñado un sistema de producciones libidinales para mantenernos unid@s de verdad: las pulsiones amorosas, los sentimientos, la ternura, la caricia, el deseo de darse y de deshacerse en l@s demás, la gratitud como sentimiento de reciprocidad, los sentidos, la percepción del placer, el gusto por los besos y los abrazos, la capacidad orgásmica, el enamoramiento, los fluidos sexuales, las hormonas del amor, del cuidado y de la complacencia, etc., en fin, todo, absolutamente todo lo necesario para hacer una raigambre de sentimientos amorosos en la que cada persona participa con sus propias raíces; una raigambre que traba las relaciones humanas en base a la confianza, a la complicidad y a los sentimientos de empatía y de apego, las relaciones entre hermanas y hermanos. Todo para enamorarnos de los bebés y para que su cuidado se convierta en nuestro afán y en nuestro placer; para que los sentimientos echen raíces formando agrupaciones humanas de interacción amorosa y cooperativa, con producción abundante de generosidad, hospitalidad y sentimientos de gratitud para la correspondencia al derramamiento de l@s otr@s; grupos de seres humanos consistentes, no manipulables, fieles y leales a sus sentimientos para con su entorno, sus propias raíces enlazadas con las
raíces de sus herman@s. Así el cuidado de l@s demás, de l@s niñ@s, de l@s viej@s y de l@s enferm@s sólo sería un producto de los sentimientos que se realizaría amorosamente y no como un trabajo ingrato o mercenario. Pero nuestra sociedad está hecha para la competitividad y la dominación y tiene el sistema libidinal congelado; las relaciones humanas se establecen contractualmente al arbitrio del dinero, sin empatía libidinal. Dirán que para eso están los expertos que conocen las técnicas y los métodos para hacer las cosas. Como si nos diera igual que nos cuidase nuestra madre, o nuestr@s hij@s, un ser querido de nuestra confianza y de nuestra intimidad, o una persona desconocida.
En este contexto tenemos el concepto de sexualidad asociado, por un lado, a este estado de estagnación de la energía sexual, y por otro, a unas descargas periódicas directas de la carga acumulada, que además se vinculan a la práctica del coito, en la cual el deseo es cada vez más secundario e irrelevante; porque en el estado de congelación general del sistema libidinal, los encuentros amorosos también se institucionalizan y se convierten en contrato o pacto. Sin embargo, la sexualidad humana no es sólo coital, y tiene poco o nada que ver con la práctica del sexo sin deseo. Sabemos que los niveles de oxitocina suben en una reunión de amigas, o en una comida familiar de esas en las que nos sentimos a gusto. Y que las descargas más altas de oxitocina en la vida de una mujer se producen inmediatamente después del parto. También sabemos que los picos no aparecen por arte de magia, sino que todo es un continuum de procesos a lo largo de la vida y que unos son la preparación de los que vendrán después.
Por un lado nuestro modo de vida impide la continuidad de los procesos, y por otro la represión se centra en los picos, en las puntas del iceberg que ponen en evidencia el sistema general destruido. El deseo materno se captura antes de producirse para deformarlo y se le convierte en un deseo coital y edípico prohibido (Deleuze y Guattari) mientras que la noción general de la sexualidad es capturada y colonizada por la pornografía y la práctica del sexo sin deseo (tecnosexolgía). En esta situación, como digo, la capacidad orgásmica femenina estudiada por Masters y Johnson aparece descontextualizada, y sólo se puede asociar a una especie de orgía permanente o, como en un reciente artículo del New York Times (10), a la actividad sexual de las hembras bonobos que al parecer se pasan el día copulando. Sin embargo, los hábitos sexuales ancestrales de las mujeres nos muestran un desarrollo bien diferente de la energía sexual en la vida cotidiana, maternidad incluida. Las mujeres micénicas pintaban en los cántaros con los que iban a diario a por agua, unos pulpos con sus tentáculos ondeando y abrazando toda la panza de la vasija, emulando el recorrido del placer sobre sus cuerpos, como una humilde muestra de la integración del placer en la vida cotidiana.
El estudio de Serrano Vicens da un indicio de la naturaleza de la sexualidad de la mujer que todavía existía en los años cincuenta del siglo pasado en nuestro país, pese a la situación existente de individualización y de sometimiento al varón: en él se descubre que las mujeres se iniciaban en la sexualidad desde muy temprana edad, con juegos compartidos con otras niñas, siendo el autoerotismo y las relaciones lésbicas integradas en la vida cotidiana, algo muy habitual todavía en la España de aquellos tiempos. Las relaciones coitales sólo eran un aspecto más de sus vidas sexuales; y aquellas que más gozaban de su sexualidad, incluida la sexualidad coital, eran las que la habían desarrollado de manera diversificada y desde la infancia.

2.- La maternidad y la sexualidad femenina.-
La historia de la humanidad se divide en dos: antes y después del patriarcado; antes y después de las sociedades esclavistas. Entre una y otra parte de la historia humana, hay una discontinuidad en la noción de las cosas, de los conceptos y de los símbolos. Esta discontinuidad es perfectamente detectable, pero requiere de un esfuerzo especial porque ha sido sutilmente borrada en los medios de transmisión de los conocimientos, y la nueva noción de las cosas se asienta sobre un magma dogmático que nos cierra las puertas a la noción verdadera y genuina de la vida. Este dogma conceptual básico (Ruth Benedict (11)) presenta al ser humano arquetípico, como un ser dominador predispuesto para la guerra y para desplegar una capacidad y una voluntad de dominio supuestamente innatas (Amparo Moreno (12)). Intimamente unida a la noción de este arquetipo humano, tenemos una falsa noción de la madre y de la sexualidad humana.
La primera noción perdida es que la verdadera maternidad es un despliegue de nuestra sexualidad, y que la eliminación de la función social de la madre tiene una dimensión corporal y orgánica importantísima. Esta dimensión corporal del matricidio no es otra cosa que la contrarrevolución sexual que dice Borneman. La enemistad de la mujer con la serpiente (la pérdida de sus espacios y de hábitos sexuales) y su consecuencia, el parto con dolor, fueron –y son- claves para establecer la dominación del hombre sobre la mujer.
La asociación estadounidense Orgasmic birth, the best kept secret (Parto orgásmico, el secreto mejor
guardado) (13), está divulgando un documental con diversos partos orgásmicos, mostrándonos lo que ya había referido Juan Merelo Barberá (14) y otros estudios@s de la sexología del siglo pasado, sobre el orgasmo en el parto (Shere Hite, Masters y Johnson, Kinsey, etc.). El útero está diseñado para realizar 50 orgasmos consecutivos y para realizar el proceso del parto de manera placentera, sin violencia y sin dolor. Las llamadas ‘contracciones’ del parto deberían ser latidos: movimientos suaves de los potentes músculos de la bolsa uterina, que se encogen y se distienden, y se vuelven a encoger y a distender, rítmicamente; un movimiento ameboide con el que desciende el feto hacia la salida, al tiempo que los músculos circulares de la bolsa uterina relajan su función de cierre.
En ciertas regiones de Arabia Saudita, hoy todavía las mujeres forman corro alrededor de la parturienta bailando la danza del vientre, hipnotizándola con sus movimientos rítmicos ondulantes para que también ella se mueva a favor del cuerpo en lugar de moverse contra él. (15) Este es un ejemplo claro de la relación entre los hábitos sexuales perdidos en la contra-revolución patriarcal y el parto. En las auténticas danzas del vientre, los movimientos del vientre y de la pelvis están impulsados por la pulsión sexual, valga la redundancia, y se mueven acompañando el movimiento del útero.
Juegos y bailes en corro y danzas del vientre en la infancia, en la adolescencia y en la adultez, autoerotismo, intimidad y complicidad femenina, sexualidad coital y parto orgásmico. Así es la sexualidad de la mujer, diversa. La sexualidad de nuestro cuerpo no tiene como única orientación el falo. El falo-centrismo ha sido una consecuencia de la falocracia, de la dominación, que se impuso con la aparición de las sociedades patriarcales esclavistas.
Es preciso también mencionar la lactancia, un periodo importantísimo de la vida sexual de las mujeres. Ruth Benedict (16) contaba que hacia los años 30 del siglo pasado, las autoridades sanitarias japonesas quisieron promover el destete de la mujer a los 8 meses del parto, en una sociedad en la que la lactancia era muy prolongada y reconocida como un estado de gran placer para la mujer. Hicieron campañas con supuestos argumentos científicos para convencer a las mujeres de que era lo mejor para sus bebés. Pero aunque las convencían de que el destete era lo mejor para los bebés, no las podían convencer de que era lo mejor para ellas, y no estaban dispuestas a renunciar a dicho placer. En la época en que escribía el libro, Benedict decía que la campaña de destete a los 8 meses estaba siendo un fracaso. En Japón, cuenta Michael Balint (17) el amor materno es un concepto muy específico, y tiene su reconocimiento semántico: el amaeru. Según Balint, el amaeru o amor primal, se caracteriza por tener la mayor carga libidinal de la vida humana, porque es un amor para promover el deseo de un estado permanente de simbiosis.
La fisiología nos explica que la lactancia también es una parte de nuestro sistema sexual (18); la eyección de la leche cuenta con un dispositivo interno en la mujer, que se activa con la pulsión sexual y la consiguiente descarga de oxitocina; y al encajarse la oxitocina en sus receptores situados en las fibras mioepiteliales que recubren los alveolos de los pezones, pone en marcha su latido, el movimiento de contracción-distensión que bombea y eyacula la leche. Es el mismo dispositivo que tenemos las mujeres también para eyacular el flujo vaginal para el coito o para el trabajo del parto; el mismo dispositivo también en los hombres para bombear y eyacular el semen almacenado en la vesícula seminal. Es decir, es un dispositivo del sistema sexual, que se activa con la pulsión sexual, y que por eso se puede poner en marcha con una sola mirada de amor verdadero. El mapa de la ubicación de los receptores de oxitocina es el mapa de las principales zonas erógenas de la mujer, y explica la relación que el movimiento expansivo del placer establece entre ellas.
Se ha encontrado que la densidad de los receptores de oxitocina en las fibras musculares del útero es variable, y aumenta con la actividad sexual (19). Esto explicaría la función que tienen las pulsiones sexuales en la infancia (que si se producen es por algo y no son aberración alguna): la de desarrollar y hacer madurar los órganos sexuales. La sexualidad es una continuidad de fenómenos psicosomáticos a lo largo de la vida de la mujer, en la que unos fenómenos preparan los siguientes; durante la infancia para preparar la pubertad y tener reglas placenteras, y durante la adolescencia para tener coitos, embarazos, partos y lactancias placenteras. Así por ejemplo durante el embarazo aumentan los receptores de los pechos para prepararse para la lactancia, y por eso durante el embarazo aumenta la erogeneidad en esa zona del cuerpo.
Dice Lea Melandri (20) que la negación de nuestra sexualidad es una violencia interiorizada, que empieza cuando a la niña se le niega el cuerpo materno, y ve su propio cuerpo a través del cuerpo negado para ella de la madre; entonces interiorizamos el paradigma de mujer a través del filtro de la mirada del hombre. Esta negación y violencia contra nosotras mismas es el resultado inmediato del falo-centrismo que aplasta la diversidad de nuestra sexualidad. La relación madre-hija sería en términos libidinales la fuente principal del Muttertum humano, y por eso su destrucción es el principal objetivo del diseño artificial de las relaciones humanas.
Nuestra incorporación a la vida pública y la igualdad de los derechos sociales, no puede hacerse haciendo tabla rasa de lo que somos, ni haciendo tabla rasa del matricidio. En nuestra sociedad no hay espacio ni tiempo para la madre verdadera; ni para la madre ni para la mujer. Somos diferentes a los hombres y nuestra sexualidad no se complementa unívocamente con la sexualidad masculina. Necesitamos el reconocimiento, el tiempo y el espacio social para la otra sexualidad. La verdadera pareja no es la heterosexual adulta, sino la pareja simbiótica, la díada madre-criatura en donde empieza y se desarrolla toda la vida y la sexualidad humana, masculina y femenina. Si la sociedad no se vertebra desde la madre, si no reconstruimos el Muttertum, el espacio y el colectivo femenino,seguiremos viviendo una sociedad desquiciada, fuera de madre.
Las mujeres hemos recuperado subjetivamente nuestra dignidad; y hemos necesitado reconocernos iguales para empezar a reconocer nuestra diferencia. Y el reconocimiento de la diferencia nos ha llevado a la mujer perdida y prohibida que tenemos que recuperar, y con ella a la madre que cada ser humano y la sociedad necesita. Hay que tender la urdimbre. Y también hay que tramarla.

3.- Tramar la urdimbre.-
La función masculina no es conquistar ni dominar el mundo, sino tramar la urdimbre humana. Tramar la urdimbre significa hacerla sostenible y consistente, es decir hacer el tejido. Es igualmente una función colectiva. No se trata de una paternidad individual ni de que los hombres hagan de urdimbre, al estilo de la tradición de la covada (21), tratando de arrebatar la función femenina; aunque ahora pueda parecer algo necesario debido precisamente a la falta de la función colectiva femenina. Sería algo así
como volver a la familia extensa pero sin relaciones de dominación de ningún tipo. No se trata tampoco de la vuelta al hogar tradicional: la actividad profesional de las mujeres debería hacerse desde la urdimbre lo mismo que la actividad profesional de los hombres desde la trama, y nadie tendría que conquistar nada ni dominar a nadie. Como se había hecho siempre, durante miles de años, en otras civilizaciones.
Eso sí, quizá necesitaríamos durante algún tiempo que resurgieran los Quijotes (22) y los Arturos para defender la serpiente (la madre, la sexualidad femenina) y mantener el estandarte del dragón; como también haría falta seguramente el resurgir de las amazonas, y quizá tantas y tan variadas cosas como las que tuvieron lugar durante la larga y tenaz resistencia que la humanidad opuso a esta civilización.
La Mimosa, febrero 2010
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(1) La arqueología ha despejado cualquier duda al respecto, probando que la Edad Dorada no es un mito sino que fue realidad.
(2) El mutterlich de Bachofen quien nunca utilizó la palabra ‘matriarcado’. La tenacidad con la que se persiste en endosársela a Bachofen, y en utilizarla para referirse a la sociedad prepatriarcal, da la medida de lo importante que es erradicar la noción de la madre que no tiene nada que ver con jerarquías ni relación de poder alguna.
(3) El no de las niñas, la Sal edicions des dones, Barcelona 1981.
(4) The sexual life of savages in Western Melanesia, Beacon Press, Boston 1987 (1ª publicación 1929)
(5) Le patriarcat, PUF, Paris 1979 (1ª publicación, Franckfort 1975).
(6) El mismo Borneman ha recogido las canciones infantiles en alemán. En España, Mari Cruz Garrido ha
realizado un estudio creo que todavía inédito.
(7) www.antoniocores.com/Sudan-Photographs/006-Niaro-danza
(8) Human sexual response, Little, Brown &Co., Boston 1966.
(9) Informe sexual de la mujer española, Líder 1977, y La sexualidad femenina, Júcar 1972.
(10) Daniel Bergner, What Do Women Want? http://www.nytimes.com/2009/01/25/magazine/25desire-t.html?
(11) Patterns of Culture; y Continuities y Discontinuities in cultural conditioning (éste último colgado en sites.google.com/site/rescatandotextos
(12) El Arquetipo viril protagonista de la Historia, la Sal ed. De les dones,1987, y La otra política de Aristóteles, Icaria 1988
(13) www.orgasmicbirth.com
(14) Parirás con placer, Kairos 1980.
(15) VV.AA. Mamatoto, la celebración del nacimiento, Plural ediciones.
(16) El crisantemo y la espada, Alianza 2006 (1ª publicación, 1946).
(17) La Falta Básica, Paidós 1993 (1ª publicación, 1979)
(18) Martín Calama, J., ‘Fisiología de la lactancia’, Manual de Lactancia Materna, AEP, ed. Medica
panamericana, 2008.
(19) Entre otros: Odent, M., La cientificación del amor, Creavida, 2001. Insel y Saphiro en Pedersen et al., Oxitocyn in sexual, maternal, social behavior, Annals of the N.York Academy of Sciences 1992.
(20) La infamia originaria, Hacer/Ricou, Barcelona, 1980
(21) Victoria Sau, ver Diccionario Ideológico Feminista, y también en Reflexiones Feministas para principios de siglo.
(22) Ver declaración del Quijote a los cabreros de su condición de caballero defensor de la edad dorada, y del modo de vida de las mujeres en aquellos tiempos.

domingo, 8 de agosto de 2010

Lo que se oculta tras la cuestión del velo islámico




















El baño turco - Jean Dominique Ingres (1862)
Museo de El Louvre



¿Por qué la polémica sobre el velo islámico ha sido desatada por los grupos más xenófobos de extrema derecha (recordemos que empezó el famoso alcalde de Vic), los mismos que veneran un paradigma de mujer casi siempre tocada con velo (la virgen María etc.)? ¿Por qué el velo de la madre Teresa de Calcuta, por poner un ejemplo, no se considera un atentado a la dignidad de la mujer y en cambio el de la mujer islámica sí? ¿Cuál es la diferencia? ¿Qué es lo que explica la actual persecución del velo islámico?


Mi modesta opinión es que detrás de la prohibición del velo islámico se cuece y se oculta una política de choque de civilizaciones, adobada de islamofobia. A su vez, tras la islamofobia, que es una pieza de la estrategia del nuevo orden mundial puesta en marcha tras la caída del muro de Berlín, hará unos 20 años, se oculta otra cosa además de la conquista del petróleo. La importancia y el alcance político de lo que se cuece y se oculta detrás de la polémica sobre el velo islámico es lo que se cuece y se oculta en el cuerpo de la mujer que se tapa con el velo islámico: su sexualidad prohibida.

Decía Cervantes, en la famosa arenga del Quijote a los cabreros, que las mujeres en la edad de oro (es decir, antes del patriarcado y de la sociedad esclavista) andaban ‘en trenza y en cabello’, es decir, destocadas, y sin riesgo de que lujuria alguna pudiera ofenderlas. Hace poco leí también un artículo sobre los Mosuo, el pueblo matrifocal del sur de China, uno de los pocos que perviven en el que las relaciones de parentesco no se basan en el matrimonio y gozan de libertad sexual, en el que la articulista destacaba la ausencia de agresiones y de violencia sexual que dicha libertad producía. Esto mismo decía también Cervantes, sobre la mujer en la edad de oro, pues en la sociedad anterior al tabú del sexo, en ausencia de represión de las pulsiones sexuales, la sexualidad de la mujer era igualmente libre y podía manifestarse libremente sin temor a agresión o abuso; y yo añado siguiendo a Reich, a Borneman y a tant@s otr@s, que no solamente podía sino que la libertad sexual femenina era un elemento imprescindible de la armonía entre los sexos. (*)
El régimen de represión sexual vino acompañado de las túnicas y de los velos para ocultar el cuerpo y su capacidad de seducción; como se dice en el mismo libro del Génesis, aparecieron la vergüenza, el recato y el pudor inexistentes en las sociedades espontáneas, cuando no había nada que prohibiera el funcionamiento de los sistemas orgánicos corporales. Claro que la represión sexual a quien concernía específicamente era a las mujeres, y eran éstas las que tenían que cubrirse para desvelarse sólo ante el marido. Estamos hablando de los tiempos en los que existía todavía esa otra sexualidad femenina que ahora ha desaparecido debido, según palabras del propio Freud, a haber sido objeto de una represión particularmente inexorable, y que por ello ahora es difícil de devolver a la vida; Freud, claro está se refería a la mujer de la sociedad europea del siglo XIX.
Sin embargo, esa sexualidad que ha sufrido una represión particularmente inexorable no ha desaparecido del todo. Mientras que la cultura occidental-anglosajona iba poniendo a punto un modelo de mujer masculinizada, con unas enormes dosis de violencia interiorizada para inhibir toda su sexualidad no falocéntrica, en las cárceles del patriarcado islámico se ha mantenido esa sexualidad en cautividad. Como el insecto fósil que se ha conservado en el interior de un trozo de ámbar, la otra sexualidad femenina ha seguido produciéndose enclaustrada en los espacios femeninos que la cultura islámica ha mantenido, unos espacios de concentración femenina, en las aldeas y en los barrios de las ciudades. El peligro es que con la globalización y los movimientos migratorios y turísticos, la mujer occidental puede entrar en contacto con la mujer que se esconde tras el velo islámico, y descubrir que su propio cuerpo es otra cosa distinta de lo que ahora cree que es. Porque entonces, eso que parece tan difícil de volver a la vida, quizá dejaría de serlo, y nuestros cuerpos acartonados recuperarían fácilmente su vitalidad.
En el siglo XVIII, una dama anglosajona, Lady Montagu, relató su visita a unos baños femeninos en Turquía, relato que inspiró el famoso cuadro de Ingres, ‘El baño turco’, que está en el Museo del Louvre. Lady Montagu en sus cartas, publicadas en 1781, aseguraba que las mujeres árabes tenían más libertad, incluida la sexual, que las europeas, y eran más abiertas y más hospitalarias. Decía, entre otros comentarios significativos, que se reían del corsé con el que “los maridos occidentales encerraban a sus esposas”. Ellas, con el cuerpo desnudo y libre bajo la túnica, no podían entender el uso de una prenda como el corsé.

El mismo impacto que le causó a Lady Montagu la visita al baño femenino turco en el siglo XVIII, me lo produjo a mí una visita a un hamman de la medina de Fez en 1993. En 2003 escribí sobre ello en una ponencia para unas jornadas en Vitoria (colgada el el google site casildarodriganez), y de alguna manera venía a decir lo mismo que ahora leo en el relato de Montagu, la misma sorpresa, incluida la de la hospitalidad de las mujeres que nos invitaron a pasar a bañarnos.
Creo que es necesario explicar estas experiencias, porque sólo por la vía lógico-racional no se puede atravesar el magma dogmático de nuestra civilización, uno de cuyos pilares es la normalización del estado de represión de la mujer. Mis opiniones sobre la sexualidad femenina, de algún modo nacen de esta visita al hamman de Fez, y de otras experiencias que en su día me conmovieron profundamente. De otro modo, yo nunca me hubiera podido imaginar lo que es la mujer, a pesar de yo serlo, pero educada y formada en una visión básicamente distorsionada de nuestro sexo.
A menudo me he referido a la experiencia de la maternidad y a la conmoción vivida en el primer postparto, que no entendí de manera lógico-racional hasta casi 20 años después, cuando leí El bebé es un mamífero de Michel Odent: la explicación de la impronta -la producción de las descargas más altas de oxitocina de la vida de una mujer- re-situaba la experiencia en el terreno de la sexualidad femenina. Estuve varios años buscando literatura que relacionase maternidad y sexualidad (en la biblioteca del Instituto de la Mujer en Madrid, introduciendo las dos palabras ‘sexualidad’ y ‘maternidad’ sólo salió un artículo de Ana Maria Carrillo publicado en una revista mexicana, que afirmaba que podía haber placer en el parto y en la lactancia, sin aportar explicaciones o datos). El monográfico de Integral sobre Embarazo y Parto gozosos (anterior a la compra de la revista por RBA) me puso en contacto con la comadrona Adela Campos y ella me fotocopió y me envió el libro de Juan Merelo Barberá. Así empezó todo mi descubrimiento de la sexualidad femenina. Entendí mi experiencia y escribí el libro La represión del deseo materno y la génesis del estado de sumisión inconsciente: ¡Vaya desestructuración de los esquemas y vaya cambio de cosmovisión que implica el sólo hecho de situar la maternidad como un proceso de la sexualidad de la mujer! Nada menos que la apertura a la desedipización, como si un vendaval de golpe hubiese abierto las puertas que cerraban el ámbito de la psique primaria de par en par.

Cuando experimentamos una conmoción importante, aunque de momento no se entienda, de alguna manera se queda fijada en el cuerpo, en las células en general, y en la memoria; y si más adelante aparece una información que la explica y la hace coherente racionalmente, la conmoción se reaviva y entonces se convierte en la más profunda de las convicciones. Pues algo parecido a lo ocurrido con mi maternidad, me pasó también con la visita, hace diecisiete años, al hamman de Marruecos, la misma conmoción, como digo, que la de Lady Montagu, cuya descripción motivó el cuadro de Ingres.

Estábamos de vacaciones y fuimos a parar a una pensión en la medina de Fez, es decir, no en el barrio europeo sino en la misma medina, una pensión que claro está no tenía duchas, porque en la medina la gente se baña en el hamman, que estaba justo enfrente de la pensión. De 3 a 8 de la tarde para las mujeres -nos dijo el de la pensión- y los hombres por la mañana y después de las 8 (éramos un grupo de dos mujeres y tres hombres). Cuando entramos en el hamman nos quedamos petrificadas, como si estuviéramos en otro planeta, en una historia de ciencia y ficción: una sala grande y las mujeres sentadas en el suelo, en pequeños grupos, haciendo corrillos, desnudas, echándose agua unas a otras con cubos y palanganas, charlando, riendo, echándose henna, comiendo naranjas, ofreciéndose gajos y flores de azahar (era Semana Santa) unas a otras, de todas las edades, ancianas, menos ancianas, jóvenes, menos jóvenes, niñas, etc. Luego vimos que había tres salas más, la última con el pilón que recogía el chorro de agua hirviendo y otro pilón de agua fría. El sistema funcionaba a base de cubos de polietileno negros, se cogía agua caliente y se mezclaba con la fría hasta obtener la temperatura apetecida. Además de los cubos había pequeñas palanganas para coger agua de los cubos y echársela unas a otras por la cabeza y por el cuerpo. Pienso que hasta la aparición del agua corriente y el sistema de las duchas, la gente se lavaba así, y recuerdo que en la cárcel a veces no teníamos duchas y también nos lavábamos echándonos jarras de agua, unas a otras. Pero la conmoción, claro, no fue por el sistema de lavado, sino por las mujeres. Nunca había visto un tipo de mujeres así, la manera de reírse, el brillo de sus ojos, la forma de hablarse unas a otras, la sensualidad, la complicidad, sobre todo la confianza, la confianza en colectivo, en grupo, como la de los cachorros de una camada de perros, arrebujad@s un@s con otr@s y que se dejan caer un@s encima de otr@s, como la cosa más obvia y natural del mundo. Todo era sorprendente, tanto la expresión de cada mujer, como la relación entre ellas; y lo más sorprendente de todo era la existencia del colectivo humano con ese grado de confianza y de intimidad, un grado de confianza y de intimidad que sólo se da en las relaciones habituales cotidianas. Recuerdo que nos quedamos petrificadas porque tuvimos la sensación de estar profanando una intimidad de la que éramos ajenas; pero al percatarse ellas de nuestro azoramiento, y de que estábamos a punto de dar media vuelta y salir corriendo, se acercaron para invitarnos a pasar y nos guiaron a unas taquillas donde dejar las ropas, y luego a los pilones donde se cogía el agua. No fue una invitación formal, sino un gesto de apertura para ser una más entre ellas, un gesto al que no supimos corresponder, pues no estábamos a la altura de las circunstancias. Para ellas éramos mujeres y eso bastaba para ser consideradas sus hermanas o compañeras. Pero nosotras no lo sabíamos, no nos sentíamos parte de aquella fiesta y no supimos aceptar la invitación. Una mujer nos acompañó hasta los pilones y, mientras que nosotras nos lavábamos con los geles, ella nos iba echando agua con una palangana; luego nos secamos, nos vestimos y nos marchamos rápidamente.
Aunque en aquel momento no entendí lo que había visto, la conmoción también se me quedó grabada, y varios años después, con las lecturas de Merelo Barberá, Melandri, Irigaray, Choisy, Serrano Vicens, Newton, etc., me pasó lo mismo que con la experiencia de la maternidad, y la conmoción se convirtió también en una profunda convicción: había visto con mis ojos un atisbo de lo que Freud decía que era tan difícil de devolver a la vida. Claro que Freud nunca estuvo en un hamman en donde todos los días las mujeres se bañan juntas, y sólo conocía a las mujeres que acudían a su consulta a psicoanalizarse. En la ponencia que presenté en Vitoria en el 2003, ya decía que se podía entender el por qué esas mujeres tenían que llevar velo e ir por la calle tapadas y bien tapadas: para que no se viera lo que no tenía ni siquiera que existir. Lo que no podía trascender al espacio público y debía permanecer enclaustrado.
Hay, pues, una sexualidad femenina que se ha conservado en el mundo musulmán, como un resto fósil de las generaciones primitivas de mujeres de las que habla Bachofen en el Das Mutterrecht: una sexualidad, encerrada y cercada, pero también de algún modo reconocida. Pues el espacio colectivo femenino que supone el hamman, implica un reconocimiento que nosotras las mujeres europeas no tenemos; y es difícil imaginar que los hombres de nuestra sociedad aceptasen que sus mujeres se pasasen todas las tardes de su vida juntas en un baño turco como el del cuadro de Ingres. Porque no es que fuesen nada más que a lavarse. Las mujeres de Fez estaban allí solazadas, instaladas, pasando la tarde. Como decía Góngora de la serranas de Cuenca, que iban al pinar, ’unas por piñones y otras por bailar’.
La dominación del hombre sobre la mujer extendida sobre todo el planeta a lo largo de 5000 años, ha adoptado diferentes formas y cauces, y uno de ellas es la forma que adoptó en el mundo islámico: el hombre es dueño de la mujer a la que encierra y oculta para su uso exclusivo. Pero este modelo basado en una represión externa estricta de la mujer, al menos en la apariencia actual, es en cambio más laxo en cuanto a la exigencia de autorepresión de las pulsiones sexuales; y la mujer árabe tiene menos interiorizada la represión, lo cual la permite conservar en alguna medida su sexualidad no falocéntrica, esa que en otros modelos se ha ido cercenando de un modo tan absoluto, con un medio infalible: eliminando los espacios colectivos de mujeres. No sé si el hamman de la medina de Fez, y otros, seguirán existiendo. Es posible que el modelo anglosajón esté penetrando a través de las monarquías árabes que tienen buenas relaciones con el mundo occidental. Pero ciertamente, lo que vio y describió Lady Montagu en el siglo XVIII ha seguido existiendo al menos hasta finales del siglo XX.
Para estar más tranquila, decía una mujer que usaba burka, en una reciente entrevista publicada en el diario Público; porque ella quería y no porque su marido o el Corán se lo mandasen. Decía que empezó a usarlo por propia decisión cinco años después de casada, y que ahora llevaba viuda cuatro años y que seguía usándolo, por lo tanto que no era porque su marido se lo mandase sino porque lo quería ella, porque así ‘estaba más tranquila’: una razón obviamente de lo más contundente. Al leer esta declaración me acordé de Cervantes y de los tiempos en que las mujeres no tenían que usar velos para andar tranquilas, y podían ir “en trenza y en cabello”. Nosotras con nuestros cuerpos acartonados podemos andar también tranquilas exhibiendo nuestros cuerpos en el estado de acorazamiento y de retracción pulsátil en el que habitualmente sobrevivimos. Y ponernos ropas bien ajustadas, porque cuanto más apretadas menos libertad y menos posibilidades de pulsación corporal. El acorazamiento convierte la epidermis preparada para el contacto externo, en su contrario, en una armadura exterior, en un sistema de defensa, viniendo a ser la ropa ajustada como una segunda línea de defensa. En cambio la ropa suelta (las mujeres musulmanas suelen ir desnudas debajo de las túnicas), deja el cuerpo por debajo libre. Antes, toda la vida las mujeres habíamos usado faldas (y también los hombres), y también tuvo su significado que las mujeres cambiásemos las faldas por los pantalones.
Creo que la afirmación de que la túnica y el velo menoscaban la dignidad de la mujer, tal y como se está diciendo en los medios de comunicación, es una verdad a medias; y en la medida en que se pretende la verdad entera, se vuelve un mecanismo de ocultación de la otra parte de la verdad. La mujer utiliza la túnica y el velo para no exhibir públicamente su sexualidad y para preservar una intimidad que en este mundo de represión no puede ser mostrada. Y porque tapándose con túnicas y velos no tienen que tensar ni encoger el cuerpo para mostrarse con el adecuado nivel de rigidez corporal que esta sociedad requiere; como decía la mujer entrevistada por Público, puede estar más tranquila. Es mejor ponerse un velo que tensar los músculos y convertir la propia cara en una máscara. Cierto que la otra parte de la verdad es que, en la medida en que ante el único hombre que la mujer islámica se descubre es el marido, el velo puede considerarse como un indicador de la dominación masculina. Pero esta parte de la verdad, dicha así sin más, descontextualizada, es una ocultación de la realidad de la mujer musulmana.
Lo que sucede es que se aprovecha el desconocimiento de la situación, y la ignorancia respecto a la sexualidad femenina, para dar una visión torticera del uso del velo; y sobre todo para que no nos percatemos de que existe esa otra sexualidad; ni nos percatemos tampoco de la represión que las mujeres occidentales tenemos interiorizada que es precisamente lo que hace innecesario el tipo de represión externa que sufre la mujer musulmana; ni que nos demos cuenta de que el yoga y otras similares que ahora se propician, en realidad son gimnasias de mantenimiento de los cuerpos acartonados y ejercicios de sublimación de su líbido. Entonces ciertamente, con nuestro grado de acartonamiento tenemos libertad para andar por la calle, y medio desnudas si queremos.
Claro que es verdad que los maridos musulmanes vigilan, mandan y ordenan la reclusión de sus mujeres. Claro que la represión patriarcal de la mujer musulmana es medieval. Pero de lo que se trata es del tipo de represión que se practica, que es más externa y con menor componente de represión interiorizada, menor auto-inhibición. Aunque vivan en una cárcel y no puedan salir a la calle –que tan poco es así en general- tienen un nivel de autorrepresión y de violencia interiorizada menor. Para encarcelar las células, las vísceras, la memoria y la conciencia hace falta un proceso represivo desde la etapa primal durante toda la infancia, que es lo que se hace en nuestra sociedad.
En pocas palabras, se contrapone la condición de la mujer islámica como una situación de represión, a la nuestra como si la nuestra fuese una situación de libertad, cuando en realidad se trata de dos modelos de represión diferentes, uno con mayor grado de represión externa y otro con mayor grado de auto-represión. Y lo que se pretende con la contraposición es que las mujeres occidentales, y en general la gente de bien, apoyemos la guerra contra el mundo árabe supuestamente para ‘liberar’ a las mujeres musulmanas; en realidad, para que ellas adopten nuestro modelo de represión.
Mi ponencia de Vitoria 2003 se titulaba ‘la violencia interiorizada en las mujeres’, empleando la expresión de Lea Melandri en La Infamia Originaria. Nuestros cuerpos tienen mucha, muchísima violencia interiorizada, para tener el grado de acartonamiento que tienen. Nuestros cuerpos están hechos de la represión de nuestras pulsiones sexuales a lo largo de todo su desarrollo desde que nacemos (empezamos a vivir desposeídas del cuerpo materno, lo que implica la congelación patológica del sistema libidinal de la etapa primal). Es una violencia interiorizada, que institucionaliza la inhibición de la pulsión sexual. Es significativo el que en algunas ocasiones me hayan quitado el título de ‘La violencia interiorizada en la mujer’, y puesto cualquier otro más neutro, como ‘Feminismo y Maternidad’. Porque el título, que resume el texto de Melandri, en realidad resume la tragedia de la devastación femenina. Son palabras significativas y se censuran, por la misma razón que la Wikipedia describe el cuadro de Ingres como un 'harén' en lugar de un 'baño’ colectivo de mujeres. Una de las cuestiones sobre las que se ha focalizado la censura efectuada sobre mis escritos, al menos de la que he podido tener conocimiento, ha sido la de la sexualidad femenina (la otra ha sido la cuestión de la autorregulación, la función de la libido y la negación de la jerarquía –poniendo matriarcado en vez de maternal, etc.-)
Para entender la persecución actual al velo islámico se requiere la perspectiva histórica de todo lo que se ha hecho para eliminar esta sexualidad femenina, tanto física como conceptualmente (desde ‘la desaparición’ de las significativas 1400 historias sexuales de mujeres recogidas por Ramón Serrano Vicens a mediados del siglo pasado, hasta las sucesivas matanzas de los colectivos de mujeres que de diferentes maneras conservaban su sexualidad -como lo de de nuestras serranas ibéricas yéndose a vivir ‘en despoblado’ hasta que la Santa Inquisición acabó con ellas-, pasando por la actual medicalización de la maternidad y todos los tabús y prohibiciones tradicionales perpetradas para sustraer la sexualidad del proceso fisiológico materno; sin olvidarnos del invento de la religión de las diosas prepatriarcales para ocultar las pruebas arqueológicas). La matanza del dragón, del toro y de la serpiente, las heroicidades que sacralizaron el arquetipo masculino de nuestra historia, se han llevado a término de manera muy concreta y los mitos solo recubren y falsean la Ilíada de sufrimientos de la historia real de la mujer patriarcal (Romeo de Maio).
Nadie mejor que los que se proclaman seguidores de los primeros patriarcas, los sonnemensch matadragones que arrasaron la sexualidad de la mujer para hacerla su esclava -ciertamente matando algo más que dragones imaginarios-, nadie mejor que ellos, digo, para reconocer el margen de sexualidad femenina que todavía se desarrolla en los campos de concentración del mundo musulmán, y el peligro que su existencia supone.
Lo que se persigue con esta prohibición no es devolver la dignidad a la mujer, sino normalizar el modelo falocéntrico de mujer en el mundo islámico, y que las mujeres musulmanas, al quitarse el velo tengan que interiorizar la represión, como hacemos las europeas. Cosa que en cierta medida ya tienen que hacer las mujeres musulmanas que emigran y dejan atrás su modo de vida y sus costumbres.
Hoy como hace 5000 años, el principal enemigo de la dominación es la sexualidad femenina de la que depende la verdadera maternidad, y por lo tanto, la vía fundamental de recuperación de la humanidad.
La Mimosa, julio 2010
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(*) Nuestra civilización se empeña en ocultar la naturaleza bondadosa de las pulsiones sexuales. Pero la historia, la antropología y la arqueología han corroborado lo que la sexología científica ha mostrado, a saber, que las pulsiones sexuales espontáneas son propias de los cuerpos en estado amoroso, y se producen para procurar el amor y el cuidado entre los congéneres; y no se producen en los cuerpos en la tensión del estado de guerra (baste saber que el sistema neuro-endocrino-muscular de un cuerpo en estado de guerra no solo es diferente, sino además antagónico e incompatible con el sistema neuro-endocrino-muscular de un cuerpo en estado amoroso). Y es el régimen de represión sexual lo que produce el desquiciamiento de dichos sistemas y la agresividad de las personas.

Las serranas, primer avance

Aviso: ante la imposibilidad de colgar aquí los poemas adjuntos a este texto, remito al lector o lectora interesado/a a: sites.google.com/site/casildarodriganez donde está colgado este texto con los poemas adjuntos que se mencionan.

En nuestra literatura clásica son abundantes los romances, las serranillas, y hasta las obras de teatro que tienen de protagonistas a las serranas, a veces también llamadas ‘vaqueras’, porque criaban vacas (como las del Arcipreste de Hita de la zona de Segovia (archivo adjunto 1) o la de la Finojosa del Marqués de Santillana (adjunto 2)). Se trataba de mujeres que vivían ‘en despoblado’, es decir, en las sierras, en cuevas o en chozas.
En las obras de teatro de Lope de Vega, de Velez de Guevara o de Tirso de Molina, la razón de la mujer de irse a vivir ‘a despoblado’ era el despecho originado por una felonía sufrida de un hombre, despecho que las lleva a una actitud general contra los hombres y a un deseo de venganza contra el otro sexo. Sus vidas en las sierras estaban dedicadas al bandolerismo, a atacar a hombres, robarles, zurrarles e incluso matarles.
Leonarda, La serrana de la Vera de Lope, era tan robusta como hermosa, manejaba armas, tiraba a la barra, regía caballos con las piernas mejor que un jinete con bocado, y tenía aficiones hombrunas… Leonarda al ser agredida y humillada por un hombre, se embravece y hace el juramento de vivir siempre en despoblado, de aborrecer a los hombres/y de tratar con las fieras;/ de salir a los caminos/ y hacerles notable ofensa;/- de matar y herir tantos,/ que haya por aquestas cuestas/ tantas cruces como matas,/ tanta sangre como adelfas…
La serrana de la obra de Velez de Guevara, se llama Gila la serrana, y también por una venganza jura no vivir más en poblado y matar a cuantos hombres encuentre. Cumpliendo su promesa, vive entre riscos, despeñando a todos cuantos se le acercan con la esperanza de disfrutar de sus favores.
Baltasar Enciso, también escribe un auto sacramental La serrana de la Vera o La Montañesa (1618), y Lope vuelve a tocar el tema en Las dos bandoleras. Tirso de Molina aporta su obra La condesa-bandolera o La ninfa del cielo, y existe otra atribuída a Calderón titulada La bandolera de Italia o La enemiga de los hombres.
(No he leído ninguna de estas obras de teatro, lo que aquí cito está recogido en la enciclopedia Espasa, que da como fuente: Menéndez Pidal y M. Goiri de Menéndez Pidal, Teatro Antiguo Español)
Esta imagen de serrana salteadora y matahombres contrasta con la imagen que nos da Góngora (adjunto 3) en su letrilla, que es una estampa bucólica de mujeres que bailan en corro.

En los pinares del Júcar
vi bailar unas serranas
al son del agua en las piedras
y al son del viento en las ramas;
no es blanco coro de ninfas
de las que aposenta el agua,
o las que venera el bosque
seguidoras de Dïana;
serranas eran de Cuenca
(honor de aquella montaña)
cuyo pie besan dos ríos,
por besar de ella las plantas.


Alegres corros tejían,
dándose las manos blancas
de amistad, quizá temiendo no la
truequen las mudanzas.

¡Qué bien bailan las serranas!
¡Qué bien bailan!

Luis de Góngora y Argote

En una cantiga de Gil Vicente (adjunto 4) (que recogía canciones populares y las insertaba en sus obras de teatro) tenemos quizá la clave:

Dicen que me case yo
no quiero marido, no.
Mas quiero vivir segura
nesta sierra a mi soltura,
Que no estar a la ventura
Si casaré bien o no

Madre no seré casada
por no vivir vida cansada,
o quizá mal empleada
la gracia que Dios me dio.

No será ni es nacido
tal para ser mi marido;
y pues que tengo sabido
que la flor yo me la só,
dicen que me case yo
no quiero marido, no.

En donde se muestra que vivir en ‘despoblado’ era una opción que tenían las mujeres, algo que estaba dentro de sus posibilidades, y que no era una reacción de odio y de venganza ante una mala pasada; lo cual no quiere decir que también a veces fuera así, y que si a una mujer le iban mal las cosas con el marido, entonces decidiera irse a vivir a la sierra. Sólo por dar a las mujeres una opción altenativa a la dominación machista, se entiende que las serranas fueran exterminadas. También se entiende que se hiciera el mito de la serrana salteadora y matahombres, para desfigurarlas.
La letrilla de Góngora nos muestra también que no eran casos individuales, sino que había una relación entre ellas (y además una relación lúdica), con lo cual se entiende lo que dice la mujer de la cantiga de Gil Vicente que no quiere ser casada ‘por no vivir vida cansada’. El aspecto de la opción sexual también se cuenta: por no ver mal empleada la gracia que Dios me dio, a lo que luego añade que la flor yo me la só.
Tampoco debe ser del todo cierta la imagen de las serranas ávidas por llevarse un hombre a la cama, pues, por ejemplo, la vaquera de la Finojosa del Marqués de Santillana -que también era una serrana como se desprende de lo que dice- le da esta respuesta a las insinuaciones del caballero:

Non es deseosa
de amar, ni lo espera
aquesa vaquera
de la Finojosa


El relato del Arcipreste de Hita de sus encuentros con cuatro serranas vaqueras
(la Chata de Malangosto, Gadea de Riofrío, Menga Lloriente de Cornejo y Aldara de Tablada) ofrece una gran cantidad de detalles concretos que permite hacernos una idea, sobre todo de sus relaciones con los hombres que aparecían por sus territorios. De entrada el hombre se suele mostrar más bien humilde y respetuoso, pidiendo posada por favor, y acompañando su petición con palabras lisonjeras y amables; quizá porque sabían que en el terreno del enfrentamiento físico tenían las de perder (las serranas tenían fama de buenas luchadoras, se menciona su buen manejo de la cayada y de la honda, como armas), y porque también sabían que por las buenas y pagando lo debido, no tendrían problemas. En los relatos del Arcipreste queda también claro que las serranas solían exigir el pago de un peaje por pasar por sus caminos, o por mostrárselos a los viajeros que se perdían por las sierras. Lo cierto es que parece que eran las que controlaban las sierras. Una cantiga recogida por Gil Vicente (adjunto 4) dice: ¿por dó pasaré la sierra/gentil serrana morena?
La descripción del desarrollo de los encuentros es muy parecida en casi todos los casos (excepto en el romance La serrana de la Vera, al menos en la versión recogida por Menéndez Pidal (adjunto 5), en el que se da una imagen de una serrana cruel). En general el encuentro empieza con un especie de tanteo mutuo para llegar aun acuerdo sobre el precio que ha de pagar el hombre (en general en especies: abalorios, ‘joyas’ vestidos, calzado, zurrones, etc.) a cambio de cobijo, comida, cama e indicaciones de por dónde seguir el camino; alguna vez no hay trato, bien porque se tuerce o bien porque se gustan y se van juntos sin trato. Pero parece que lo del trato era lo frecuente y lo normal. En general, el tema del encuentro sexual suele estar siempre destacado en el relato como algo del agrado de las dos partes. Unas veces es él el que muestra más interés, otras veces es la serrana. Pero tanto el Arcipreste como Santillana, Gil Vicente o Góngora dan una imagen amable de las serranas. El Arcipreste las describe como fuertes, capaces, hábiles, hospitalarias y en el fondo, condescendientes y de trato fácil.
La cantiga de Gil Vicente por dó pasaré la sierra, tiene las características de las canciones de corro infantiles, en la que casi todo se dice entre líneas.
También tenemos una descripción del modo de vida, los enseres que tenían, las labores de artesanía y de ganadería que realizaban, su habilidad para la caza y para moverse por los parajes agrestes etc.
Este tema de las serranas permite entender mejor el proceso por el cual se fueron sustrayendo los hábitos sexuales femeninos, y todo lo dicho sobre los juegos de corro y las danzas del vientre. (Ver el librito Pariremos con placer y la ponencia Por un feminismo de la recuperación).
La caza y captura de las serranas por la Santa Inquisición prosigue el proceso de los primeros héroes solares, que desde luego no sólo mataron dragones imaginarios. En la cerámica popular en el siglo XVII desaparecen los dibujos de mujeres, de peces, de dragones, de pájaros con huevos y formas uterinas reticuladas, etc., como cualquiera puede observar en una visita a los museos de cerámica, por ejemplo, de Pedralbes en Barcelona o de Valencia.
Esta persecución perdura, pues los alfares que habían empezado a recuperar dibujos antiguos que hacen referencia a los símbolos de la sexualidad femenina, se están encontrando con algo más que dificultades.
Para terminar este primer avance, en la voz ‘Serranilla’ de la enciclopedia Espasa, dice: composición lírica de asunto villanesco o rústico, y las más de las veces, erótico, escrita, por lo general, en metros cortos.

Tan interesante y apasionante ha resultado para mí este descubrimiento de nuestras amazonas ibéricas, que cuelgo ya aquí estas líneas. Como digo al principio, remito a quien desee leer los poemas referidos a: sites.google.com/site/casildarodriganez.
La Mimosa, abril 2010



martes, 6 de abril de 2010

El creacionismo y la dominación: vigencia de Kropotkin

Caminante, no hay camino

se hace camino al andar...

Caminante, no hay camino,

sino estelas en la mar.

(Machado)

Si bien las primeras sociedades esclavistas justificaron la dominación y la jerarquía con la existencia de seres celestiales creadores de todo cuanto existe sobre la Tierra, que dictaban el orden social, a partir de un momento dado la esclavitud y la jerarquía se empezaron a justificar también por la propia naturaleza. Aristóteles ya afirmó que la superioridad del hombre sobre la mujer, sobre l@s niñ@s o sobre los extranjeros eran cosas naturales, y durante veintitantos siglos el pensamiento humano ha mantenido la inferioridad social de la mujer por la naturaleza inferior del sexo femenino, etc. etc.

Así no es de extrañar que cuando las teorías sobre la evolución de las especies irrumpieron en el mundo científico en el siglo XIX, enseguida estuvieron mediatizadas por su aplicación al orden social, para tratar de justificar la dominación y la jerarquía social. Dos escuelas de pensamiento sobre la evolución se enfrentaron entonces, la que representaba Darwin y la que representaba Kropotkin. En el capítulo 1 de El Asalto al Hades traté de explicar la vigencia de la teoría de Kropotkin en línea con la teoría actual de la simbiogénesis (Lynn Margulis), la autopoyésis y la autorregulación (Maturana y Varela).

La simbiogénesis explica la génesis de una forma orgánica por la simbiosis de dos formas orgánicas más simples. La célula eucariota se originó con la simbiosis de una célula sin núcleo con una bacteria. La célula eucariota resultante de la simbiosis integró y fijó la interacción cooperativa entre las dos formas orgánicas autónomas (la célula sin núcleo y la bacteria). Cuando se encontró una bacteria fósil con la misma estructura que la del ADN, se consideró demostrada la simbiogénesis, la teoría evolutiva desarrollada por Márgulis. Y sin embargo yo creo que la prueba más evidente del mecanismo simbiogenético de la evolución, es el propio modelo de organización de los complejos conjuntos de sistemas que, por ejemplo y sin ir más lejos, forman nuestro propio cuerpo: la sinergia

El sorprendente funcionamiento de los conjuntos hipercomplejos de sistemas, órganos, células, moléculas, etc., con millones de relaciones simultáneas, en todas las direcciones y sentidos, en todos los niveles de organización (molecular, celular, etc.), de un modo unísono y armónico, se explica por el mecanismo simbio-genético de integración de lo simple en lo complejo, según el cual es el propio desarrollo de la forma simple quien hace la unión para constituir una forma más compleja. La sinergia se hace desde lo simple y con el impulso de la forma de vida más simple, cuya autorregulación y dinámica propia no se anula sino que pasa a formar parte de lo más complejo. Por eso cada parte que integra un organismo complejo ‘sabe’ lo que tiene que hacer y lo hace sin que nadie se lo diga, sin línea de mandos ni jerarquía. La vida y su diversidad es una filo-génesis de 3 mil millones de años; es así, funciona así y no tiene parangón con diseño artificial alguno. La ayuda mutua que Kropotkin contemplaba en las estepas rusas, se ha confirmado en la vida microscópica, explicando la evolución como un proceso de asentamiento de la interacción cooperativa.

La simbiogénesis explica también la autopoyesis, la capacidad de la vida de hacerse a sí misma; explica que en la evolución no ha habido ni hay nada predeterminado, sino que son los fenómenos los que se suceden unos a otros, y que dan lugar a la diversidad de las formas y ecosistemas, (necesariamente interrelacionados); una variedad y una diversidad de formas cuya panorámica de conjunto nos muestra el camino y el mecanismo de su formación.

A veces he escuchado el argumento de que la similitud de las formas, como la de las espirales o las estructuras helicoidales, es una prueba de que responden a un diseño predeterminado. Una vez más aquí se invierte la relación causa-efecto: la espiral o la estructura helicoidal lo que muestran es el movimiento pulsátil de la vida, la huella de la pulsación de todo corpúsculo de vida, que fija ese tipo de formas. Lo mismo que el movimiento de todas las partículas de materia producen a menudo ondas. Machado lo explicaba muy bien con sus versos: no hay camino, se hace camino al andar/ caminante, no hay camino sino estelas en la mar. Las espirales y las estructuras helicoidales son las estelas que deja la vida en el caminar de su evolución.

La autopoyésis, como explicó Humberto Maturana se refiere a esta cualidad de la vida de hacerse a sí misma, sin diseñador ni creador, de la cual se deriva otra cualidad importantísima también: su capacidad de autorregulación.

También sigue vigente Kropotkin en este aspecto: sin llegar a acuñar un nuevo concepto, también habló de la autopoyesis y de la indeterminación de los fenómenos:

Lo que se llamaba ‘Ley natural’ no es más que una cierta relación entre fenómenos que vemos confusamente… es decir, si un fenómeno determinado se produce en determinadas condiciones, seguiríase otro fenómeno determinado. No hay ley alguna aparte de los fenómenos: es cada fenómeno el que gobierna lo que le sigue, no la ley. No hay nada preconcebido en lo que llamamos armonía de lo natural. El azar de colisiones y encuentros ha bastado para demostrarlo. Este fenómeno perdurará siglos porque la adaptación, el equilibrio que representa, ha tardado siglos en asentarlo.

Y también:

Tras fijar toda su atención en el sol y los grandes planetas, los astrónomos están empezando a estudiar ahora los cuerpos infinitamente pequeños que pueblan el universo. Y descubren que los espacios interplanetarios e interestelares se hallan poblados y cruzados en todas direcciones imaginables por pequeños enjambres de materia, invisibles, infinitamente pequeños cuando se consideran los corpúsculos por separado, pero omnipotentes por su número. Son estos cuerpos infinitamente pequeños… los que analizan hoy los astrónomos buscando explicación… a los movimientos que animan sus partes, y la armonía del conjunto. Otro paso más, y pronto la gravitación universal misma no será más que el resultado de todos los movimientos desordenados e incoherentes de esos cuerpos infinitamente pequeños: de oscilaciones de átomos que actúan en todas las direcciones posibles. Así, el centro, el orígen de la fuerza, antiguamente trasladado de la tierra al sol, vuelve a estar hoy desparramado y diseminado. Está en todas partes y en ninguna. Como el astrónomo, percibimos que los sistemas solares son obra de cuerpos infinitamente pequeños; que el poder que se suponía gobernaba el sistema es él mismo sólo resultado de la colisión de estos racimos infinitamente pequeños de materia; que la armonía de los sistemas estelares sólo lo es por consecuencia y resultante de todos esos innumerables movimientos que se unen, completan y equilibran recíprocamente. Con esta nueva concepción, cambia la visión general del universo. La idea de que una fuerza gobernaba el mundo, de una ley preestablecida, de una armonía preconcebida, desaparece y deja paso a la armonía que vislumbró Fourier: la que resulta de los movimientos incoherentes y desordenados de innumerables agrupaciones de materia, cada una siguiendo su propio curso y manteniéndose todas en equilibrio mutuo.

Parecía imposible una regresión del pensamiento científico al creacionismo, pero es lo que está sucediendo y hoy el enfrentamiento entre Darwin y Kropotkin ha sido desplazado por el enfrentamiento entre el darwinismo y el creacionismo.

Desde mi punto de vista y de mis escasos conocimientos, ni el darwinismo ni el creacionismo explican la evolución de la vida, cómo es y cómo funciona; y precisamente por eso sirven para justificar la esclavitud, la dominación y la jerarquía social. El darwinismo sirve para justificar una jerarquía y una dominación que quedaría al arbitrio de las aptitudes o la capacidad de un@s para imponerse sobre l@s demás. Las creacionistas intentan justificar una dominación mabsoluta, en la que cada cual tendría su misión definida por el creador (llámese Ser Supremo, Dios, Universo consciente, etc.etc.: pues en un orden cósmico establecido y predeterminado, también está predeterminada la función y la misión que cada cual debe cumplir y que se transmite por la línea de mandos, en cuya cúspide estaría el creador y en el grado inmediato inferior sus mensajeros y sus intérpretes, y luego toda una variedad de funcionarios encargados de vigilar que cada cual cumpla su misión, por las buenas o por las malas. El creacionismo es la justificación de un tipo de sociedad esclavista como la antigua hinduista (Código de Manú, etc.), en la que además, o en lugar, de prohibir tal o cual cosa, se encomienda una misión que cumplir. Mientras que los códigos de prohibiciones de cosas concretas deja un margen de maniobra para lo demás, la misión esclaviza la vida entera, por más que a cambio te ofrezcan 'la paz de los muertos', la tranquilidad de la protección del Poder: 'el Sol de la tranquilidad' que está detrás de todos tus actos y que te acompaña, como dice el anuncio publicitario. La misión es peor para l@s esclav@s que la retahila de órdenes concretas, porque esclaviza más, pero es mejor para el Poder porque es más eficaz en términos de extorsión y saqueo de la vida.

Al definirse desde arriba lo que cada vida humana debe realizar, se tiene que bloquear la dinámica interna de esa vida (por eso el Tabú del Sexo está históricamente asociado a la esclavitud, y por eso ahora se recrudece con un nuevas estrategias de congelación del sistema libidinal humano, para una mayor represión de los sentimientos encubierta con el eufemismo del control emocional).

El creacionismo claro está, no destaca la simbiogénesis ni la sinergia como organización resultante del proceso evolutivo, una sinergia que se construye con el movimiento pulsátil, propio e interno y autorregulado de cada ser vivo. Por el contrario, tiene un especial interés en mostrar a los seres vivos sin dinámica propia y la jerarquía como algo natural, porque detrás del creacionismo en todas sus variantes, hoy como ayer, está la justificación de la dominación.

La Mimosa, marzo 2010

domingo, 4 de abril de 2010

Los límites y la complacencia

....Recientemente me han preguntado si era verdad en términos absolutos una afirmación que hice de que nunca había recibido una orden ni de mi madre ni de mi padre, pues parece que una cosa así es difícil de creer en el mundo en el que vivimos; y sin embargo tengo que decir que sí, que es absolutamente cierto, en términos absolutos.
....La verdad simple y sencilla es que amar es complacer al ser amado, y si yo deseo complacer los deseos de los seres que amo, y si los seres que me aman desean complacer mis deseos, las órdenes carecen de sentido. El sistema libidinal es el sistema de relación humano normal, que para eso existe. Las órdenes y la obediencia pertenecen a un sistema jerárquico artificial.
....Complacer a los seres queridos es una cualidad del amor, una cualidad humana; no es cosa exclusiva de las madres-marujas que no tienen nada mejor a lo que dedicarse. Decirlo tendría que resultar casi tautológico, sino fuera por el magma dogmático que impide ver lo evidente.
....Cuando ocurre que unos y otros deseos son incompatibles (yo quiero ir al cine y tú quieres ir al fútbol, por ejemplo), se hablan las cosas para tomar una decisión, pero fijémonos que los argumentos que cada cual emplea en general son para favorecer el cumplimiento del deseo del otr@. Entre seres que se quieren no se resuelven las cosas con la imposición de la voluntad de un@ sobre la del otr@, las dificultades transcurren por otro camino.
....Y ello es así por la cualidad de la libido, que hace que la felicidad o el bienestar del ser amado sea mi felicidad y mi bienestar: en ello consiste la relación amorosa, que no tiene nada de mágico ni de espiritual, como lo prueba la producción de endorfinas y de las hormonas del estado amoroso; y como lo prueba también la propia sensación y percepción corporal de ese estado amoroso, lo que sentimos, y cómo se fija lo que sentimos, los sentimientos. Los sentimientos que fijan, hacen y conforman la estructura psíquica para la complacencia. Todas las sublimaciones y misticismos se hacen tan sólo para justificar la existencia de lo que sentimos en el estado amoroso, y arrebatarle su función de relación fraterna.
....La actitud general de una madre o de un padre de complacer los deseos de sus hij@s es fundamental para que crezcan desarrollando también su capacidad de complacencia y de amar. Dicha actitud implica una confianza en la capacidad de amar de las criaturas humanas y en que se pueden desarrollar de ese modo. En este contexto dar una orden es una ofensa y una humillación, un atentado a la integridad y a la dignidad de sus hij@s, y supone la desnaturalización de las relaciones entre madre-padre e hij@s.
....Quiero precisar que el empleo del término ‘vía’ (vía de la complacencia o vía de la autoridad) es porque efectivamente no se trata de actitudes concretas o puntuales, sino de la actitud general que se desprende del estado amoroso, y de las relaciones dinámicas que se establecen desde ese estado.
....Si desde el principio una criatura ha sido tratada con actitud amorosa y complaciente, su actitud general será también amorosa y complaciente; y a nadie se le ocurre plantear las cosas en términos de órdenes y de obediencia; tales cosas ocurrirán en el colegio, porque allí es otra cosa, no son relaciones desde los estados amorosos.
....Si una criatura desde el principio es tratada con órdenes y sus deseos han sido tratados como caprichos improcedentes, las cosas transcurren por otro camino diferente. El camino de la guerra con l@s niñ@s, de los berrinches, de las pataletas, de los chantajes, etc. Pero aquí lo que he observado es que quizá no a la primera, pero sí a la segunda o a la tercera, la criatura humana es capaz de reaccionar y de situarse en la vía de la confianza y de la complacencia, porque todavía no tiene demasiado atrofiada su capacidad amatoria.
....Lo que la situación actual esconde es que hay una falsa noción del amor. Lo que se llama amor no es amor verdadero. En el estado amoroso a nadie se le ocurre dar órdenes, sino hablar, explicar las cosas, aplicarse en la resolución de las decisiones con mutuo mimo y cuidado, para conseguir lo mejor para el ser querido.
....Detrás de la vía autoritaria hay una ignorancia de lo que es la criatura humana, una ignorancia y una desconfianza en sus capacidades y cualidades.

....¿Es posible entonces educar “sin poner límites”? ¿Por qué la mayoría de los padres creen que es necesario “poner límites”?
....Los límites no tienen nada que ver con el tipo de relación entre las personas que se encuentran dentro de esos límites. La complacencia se produce siempre dentro de unos límites, de lo que es posible.
....La cuestión no está en los límites (los límites se utilizan como excusa), sino en el tipo de relación desde la que se abordan los límites, lo que podemos o no podemos hacer. Los padres siguen la inercia social y desconocen la vía de la complacencia porque nadie la practicó nunca con ell@s, y por ello no saben que existe ni saben cómo son sus hij@s y de lo que son capaces. Desconocen la capacidad de amar, de complacer, de entender, de tener iniciativas y de ser responsables de sus actos, es decir, las cualidades de sus hij@s. Y tratándoles como si no tuvieran esas cualidades, como si fueran egoístas, tontos, inútiles, irresponsables, etc., les atrofian y les hacen egoístas, tontos, inútiles e irresponsables. Esto es lo que explica Ruth Benedict en su Continuities and Discontinuities in cultural conditioning. Detrás de la supuesta protección que damos a nuestr@s hij@s lo que se ejerce es una mutilación de sus principales cualidades, un bloqueo de su desarrollo justo en el momento en el que depende su formación. Este es uno de los aspectos más importante de ese magma dogmático que sustenta nuestra sociedad basada en la dominación: no sabemos de que están hechas las criaturas humanas.
....La preguntas y el asombro que suscita mi afirmación de que ni mi madre ni mi padre me dieron jamás una orden, ni grande ni pequeña, da la medida del dogma que sustenta la dominación. ¡Si hasta la relación con la carne de mi carne tiene que ser de imposición y de dominación, como no va a ser así en el resto de la sociedad¡ Y sin embargo lo que tendría que ser difícil de creer sería lo contrario, que una madre o un padre mantuvieran con sus hij@s una relación otra que no fuera la basada en la complacencia.
....En resumidas cuentas, cuando se ama a una persona se desea complacer sus deseos para hacerla feliz. Y si esa persona también me ama, también desea complacer mis deseos para hacerme feliz. La relación entre las dos personas es de mutua complacencia, y en una relación de mutua complacencia las órdenes carecen de sentido.
....Ciertamente la cuestión suscitada nos coloca en la frontera del dogma conceptual básico de la dominación.

La Mimosa, marzo 2010